ZÓSIMO, UN ARISTÓCRATA ROMANO CONTRARIO A LA AUTORIDAD MILITAR. Por José Hernández Zúñiga.

30.09.2017 16:59

                

                A finales del siglo V el imperio romano de Occidente había sido sustituido por una serie de poderes germanos, con relaciones muy variadas con la población romana. En teoría, el poder legítimo de Roma pervivía en Constantinopla y antes de la política de irredentismo de Justiniano intelectuales como Zósimo reflexionaron sobre las causas de la perdición del Estado.

                Admirador de la civilización pleno-imperial, en la que los elementos griegos se mantuvieron junto a los latino-romanos, culpó a Constantino de poner las semillas de la ruina, más allá de las creencias religiosas. Es bien sabido que consideró el abandono de la antigua religión en beneficio del cristianismo como razón de ruina del orbe romano.

                Contempló la creación de cuatro prefecturas como la división del poder único, sin tener en cuenta la política de Diocleciano y su círculo o la diversidad del propio mundo romano. Según él, tal afán de disminuir la autoridad alcanzó a los propios prefectos, que fueron coartados por grandes conductores o comandantes de caballería e infantería, capaces de dirigir y disciplinar a las tropas.

                Las medidas estrictamente militares tampoco fueron del gusto de Zósimo, que interpretó el desplazamiento de las fuerzas de los límites (dispuestas en ciudades, guarniciones y torres de defensa) como una retirada hacia localidades más tranquilas, algo que incitó la acometida de los pueblos germanos.

                En sus nuevos destinos, los soldados se dedicaron a molestar a los ciudadanos con sus exigencias y comportamientos, hasta tal extremo que muchos abandonaron las urbes. El panorama resultaba, según su modo de ver, más desolador si se tenía en cuenta que los soldados se dieron a los placeres y a los espectáculos. Hoy en día, este modo de ver las cosas nos parece parcial y demasiado elemental, pero arroja luz sobre el aborrecimiento por algunos civiles de los soldados, de los hombres de armas cada vez más influyentes y menos ligados con los valores de la tradicional paz romana. Bajo su punto de vista, el emperador y sus militares debían permanecer en su alejado puesto para que no perturbaran la tradicional vida de la aristocracia greco-latina, un deseo que la evolución de las circunstancias no permitiría.