UN GRAN VISIR FATIMÍ. por Verónica López Subirats.

03.06.2018 13:11

               

                Los Estados islámicos de la Plena Edad Media estuvieron regidos por gobernantes que sobre el papel dispusieron de omnímodos poderes. Algunos llegaron a alcanzar el prestigiosísimo título de califa, el de cabeza espiritual de la comunidad musulmana con atribuciones civiles y militares parejas. Sus súbditos se le encontraban plenamente sometidos, por lo que siglos más tarde los ilustrados europeos lo consideraron despotismo, en el que el supremo gobernante no era frenado por ningún contrapeso de cuerpos intermedios al modo de Montesquieu.

                Lo cierto es que no todos los califas estuvieron a la altura de su encumbrado poder, y fue muy frecuente encontrar a titulares débiles, carentes de la fuerza y la habilidad requerida. El califa fatimí Al-Mustansir resultó ser una de tales figuras, y la persona que lo recluyó en una jaula dorada fue su visir Badr al-Djamali (1074-94).

                Era de orígenes armenios y había sido esclavo. En el mundo islámico medieval fue relativamente habitual que una persona de tal condición pudiera alzarse a posiciones dominantes gracias al servicio a la autoridad.

                Lo primero que hizo fue rodearse de una guardia armenia. De aquel cuerpo militar excluyó en la medida que pudo a las unidades sudanesas y turcas. A las fuerzas bereberes las envió a Ifriqiya. Afirmado su poder, gobernó con energía desde El Cairo. Sus departamentos gubernamentales o diwans desarrollaron sus tareas bajo su égida.

                Al-Djamali adoptó una política hacia los cristianos de tolerancia, en vivo contraste con otros momentos del Califato fatimí. Se ha sostenido que tal proceder impulsó la arabización cultural de los cristianos egipcios. Por tres años, rebajó los impuestos a los campesinos y pidió prestado dinero, en lugar de confiscárselo, a los comerciantes.  

                Bajo su autoridad, se cuidó la seguridad de los caminos y se fomentaron las relaciones mercantiles con otros territorios de Asia, África y el Mediterráneo. En vísperas de la irrupción de los cruzados en el Oriente Próximo, Al-Djamali acreditó ser un gobernante capaz, alejado de los tópicos del perverso visir de algunos relatos adocenados.