TIEMPO DE 40 DÍAS, MESES O AÑOS. Por Cristina Platero García.

16.04.2020 16:07

    Tiempo de 40 días, meses o añoses una de las acepciones que el Diccionario de la Real Academia Española ( RAE) recoge para el término cuarentena. Sin embargo, la Institución matiza que, a pesar de llamarse cuarentena, el tiempo no tiene que ser necesariamente de cuarenta días. Pese al origen de la palabra, el tiempo que dura una cuarentena puede variar según el caso. Una de las acepciones del término cuarentena en el Diccionario de la lengua española es la de “aislamiento preventivo a que se somete durante un período de tiempo, por razones sanitarias, a personas o animales”.

    Las cuarentenas antiguamente sí eran de cuarenta días. Parece que durante la epidemia de peste negra del siglo XIV se mantuvieron aislamientos de cuarenta días, cuya duración se fijó en recuerdo del número de días que pasó Jesús en el desierto.

    El tiempo, las dataciones, qué periodo se abarca, es, dentro de la historiografía, como cabe entender, una de las preocupaciones más abiertas. Existe para ello una ciencia propia, la cronología.

    Para entender el tiempo, debemos partir, antes de nada, de que este es personal; subjetivo, si nos dejan. Nuestro tiempo, el del siglo XXI, es milimétrico, centesimal, atómico. Desde los años 50 del siglo pasado, los relojes atómicos permiten medir el tiempo de forma “continua y estable”, independiente a los movimientos de la Tierra. Para un uso cotidiano se difunde otra escala cronológica: el Tiempo Universal Coordinado (UTC), como principal estándar de tiempo y uno de los sucesores relacionados con el Tiempo Medio de Greenwich (GMT).

    En estos tiempos que corren, los de la universalidad, es necesario andar unos y otros coordinados, a pesar del Jet lag que sufren los que viajan con asiduidad a distancias de 8 a 12h de diferencia horaria con respecto al punto de partida. Distancia y tiempo. Distancia medida a través del tiempo, expresada en formato de horas.

    Una vez más, la relación espacio-tiempo se hace indisoluble. Solo la Teoría de la Relatividad sería capaz de tumbarla, pero ese complejo compendium de fórmulas matemáticas todavía está por probar, y está para muchos incompleto, en ciertos aspectos.    

    Las gentes del medievo en cambio, caminaban a otro ritmo, aunque no por ello despreocupados. El tiempo era, como en la actualidad, el cuentagotas que medía sus vidas. Si acaso, solo las terrenales ya que albergaban mayor esperanza a la hora de contar con una segunda parte.

    Eran aquellos otra clase de tiempos, bajo otros sistemas o patrones de medición. Un campo de estudio interesantísimo del que resumimos a continuación algunos de sus ejemplos.

    Los individuos de hace unos siglos eran a veces incapaces de asegurar su propia edad, y solo los nobles y la alta jerarquía eclesiástica se preocupaba por saber, o se podía permitir averiguar, qué había pasado más allá de sus abuelos. Las consecuencias de este desconocimiento eran solventadas entre las élites por la vía pecuniaria. Por ejemplo, en casos como el nacimiento de un heredero real se celebraban grandes fiestas, para que en un futuro la mayor cantidad posible de gente recordara el acontecimiento. Y así, de paso, se databan otros hechos menos significativos: “esto ocurrió el año del nacimiento del infante Sancho”.

    El tiempo medieval es el heredero del tiempo clásico, con su calendario juliano, de meses, semanas y días. Pero va a ser el tiempo religioso, el de las fiestas de guardar, y el de los oficios y las labores del campo en las sociedades rurales, los que se impongan.

    Para medir cortos espacios de tiempos, los cotidianos, los puntos cardinales guiaban el día: el amanecer, el mediodía, etc. El reloj de sol y el cuadrante solar eran básicos y si estos no estaban, el simple ojo podía hacerse una idea.

    El rígido horario eclesiástico marcaba las horas de cada jornada. Cada una de las actividades de un monasterio (especialmente los rezos) se realizaba a unas determinadas horas. Eran las horas canónicas, que se superponían a las horas o fracciones solares. Solían venir acompañadas de tañidos de campanas que avisaban también al resto de población cercana.

    La duración de una vela o un velón también llegó a ser medida de tiempo. Pero nada pudo desbancar al sol, que siguió corrigiendo a los relojes mecánicos hasta el siglo XVIII.

    Los primeros relojes mecánicos de contrapeso se fabricaron a mediados del siglo XIV. Su uso empezó a popularizarse ya entrado el siglo XV, pero solo las cortes y las ricas villas disponían de uno, enmarcado en la torre vigía.

    El perfeccionamiento del reloj mecánico permitió que el tiempo se hiciese más civil, aunque las horas canónicas no dejarían de citarse en las crónicas. Los jornales de los nuevos artesanos en las burgos que poco a poco iban aumentando conforme la población y su demanda de bienes de consumo crecían, pasaron a pagarse por horas que ya no eran las canónicas, a saber: Maitines (antes del amanecer); Laudes (al amanecer); Prima (primera hora después del amanecer, sobre las 6:00 horas); Tercia (tercera hora después de amanecer, sobre las 9:00 horas); Sexta (mediodía, a las 12:00 horas, después del Ángelus, en tiempo ordinario, o el Regina Coeli, en Pascua); Nona (sobre las 15:00 horas, Hora de la Misericordia); Vísperas (tras la puesta de sol, habitualmente sobre las 18:00 horas); Completas (antes del descanso nocturno, a las 21:00 horas).

    Hasta 1582 el occidente europeo se rigió por el calendario juliano. El método juliano, instaurado por Julio César en el año 46 a.C. fue tomado de los egipcios a partir de las campañas del césar en aquellas tierras. Según las cosmogonías egipcias, dos dioses egipcios, la Tierra y el Cielo, ambos hermanos, no podían unirse a pesar de amarse. Para ello, Thot, otro dios, añadió a los 360 días que contaba el año, cinco días más, para que en ellos se uniesen sin ser vistos por la Luna. Este mito no hacía sino recoger de manera elocuente aquello que los excelentes astrónomos del Antiguo Egipto ya sabían: que eran 365 los días que dura el año; ese periodo de tiempo en que la Tierra tarda en completar una vuelta alrededor del sol. Aunque, como sabemos, esto como tal no era todavía afirmado y ellos se guiaban por el movimiento aparente del Astro rey.

    Los sacerdotes egipcios tuvieron la pericia de saber que el periodo de un año constaba de 365,25 días. En el siglo XVI, unos primeros estudios, en 1515, bajo el auspicio de la Universidad de Salamanca descubrieron que aquello era impreciso. En realidad, el periodo era de 365,242189 días, o, para que nos entendamos, de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45’16 segundos. Esas aproximadamente seis horas adicionales de cada año habían acumulado una fracción total de 10 días de desfase de tiempo al contar el año 1582. Es decir, con cada año se habían acumulado 11 minutos.

    Aquel descubrimiento no sería puesto en relevancia hasta el año 1578, y la solución oficial sería aprobada por el papa Gregorio XIII, consistiendo esta reforma en adelantar el calendario del jueves 4 de octubre de 1582 (según el calendario juliano) y pasarlo al viernes 15 de octubre de 1582 del nuevo calendario gregoriano.

    Hemos de saber que en algunos casos se sigue utilizando el anterior calendario; en aquellos que profesan el culto ortodoxo cristiano, como una manera de no reconocer la autoridad papal de Roma. Mostraron la misma reticencia los países protestantes, que tardarían años e incluso siglos en adoptarlo. Zonas alejadas como Japón y China no adoptarían el calendario gregoriano hasta los años de 1873 y 1912-1929 respectivamente, y usaban hasta entonces un calendario propio lunar, de difícil equivalencia con el gregoriano, que es estrictamente solar.

    No obstante el calendario gregoriano se impuso, pero como no tuvo lugar a la vez en todo el mundo, causa una cierta confusión en la armonización de fechas y en el datado de eventos entre los siglos XVI y XX.

    Hasta aquí hemos visto los modos de regir los tiempos cortos; los tiempos de los que consta un día, y por su conjunto, el año. Pasemos ahora a ver qué ocurre con los tiempos largos, dentro del periodo anual.

    Había dos grandes calendarios: el calendario de las labores del campo como son la siembra, la cosecha o el barbecho, por un lado, y el calendario litúrgico, nuevamente, por otro, con la Natividad, la Cuaresma o la Pascua como grandes guías. Ambos calendarios estaban basados en la naturaleza. El primero de ellos es obvio por qué, y en el segundo caso, la Iglesia católica adoptó antiguas celebraciones paganas como una manera de recoger la tradición y, a su vez, de borrar restos de comportamientos heréticos. El calendario eclesial era, eso sí, más exacto que el agrícola pues establecía fechas concretas bajo advocaciones de santos y santas, de patronos y patronas.  

    Por otro lado, existían diferentes “estilos de datación” en función de las zonas. Por ejemplo, en Castilla fue muy común datar las cartas y acontecimientos según la “era hispana” la cual empezaba a contar desde el año 38 a.C., año que Augusto dio por finalizadas las conquistas en la Península. De este modo, y como ejemplo, el año 1238 de la era hispana era el año 1230 de la era cristiana. Algo que sin duda nos recuerda mucho al calendario musulmán, que cuenta el año 0 a partir de 622, momento en que Mahoma empieza su Hégira o huida de La Meca.

    Hubo, en definitiva, diferentes estilos de datación, algunos de ellos simultáneos, por lo que un acontecimiento puede situarse en una fecha u otra según el autor que consultemos. El sistema que seguimos actualmente, en el que año empieza el 1 de enero, proviene del calendario juliano, y corresponde al estilo de Circuncisión o de Gracia, usado primero en la península Ibérica y luego generalizado por toda Europa a partir del siglo XV.

    El estilo de Natividad iniciaba el año el día 25 de diciembre, y su uso era más frecuente en Italia. Encontramos también el Indictio graeca, donde el año empieza el 1 de septiembre, usándose en el Imperio Bizantino entre los siglos XI y XIV.

    Como muestra de la disgregación y de la autonomía gubernativa de algunos entes territoriales, encontramos el Indictio sienense, propio de la ciudad de Siena, que iniciaba su año el 18 de septiembre; el estilo de Anunciación o Encarnación, correspondiente a la ciudad de Florencia y a la cancillería pontificia entre los siglos XI-XII, con el inicio del año el 25 de marzo; y, finalmente, el estilo veneciano, donde el año empezaba el 1 de marzo.

    Así, fruto de la pujanza económica de la que aquellas ciudades-estado podían hacer gala, su memoria del año civil empezaba a contar a partir del momento que ellos creían oportuno. Y, del mismo modo, Francia también se mantuvo al margen hasta el siglo XVI, empezando el año con el Domingo de Resurrección.

    Por otro lado, y fruto también del poderío de los potentados, emperadores, papas y reyes ofrecían referencias temporales a los cronistas, a partir de fórmulas como: “En el año segundo del pontificado de…

    En conclusión, este es sin duda un tema amplísimo. Las medidas del tiempo a lo largo de la Historia han sido infinitas. Más si nos desplazamos a otras culturas y sociedades de la antigüedad.

    En las series televisivas de recreación histórica podemos ver expresiones como “Toledo se encuentra a dos horas a caballo de aquí”. Es fascinante oír cómo antiguamente las distancias se medían por el tiempo que le costaba al animal llegar a un punto, matizando si es o no “a galope”. Se combinan aquí tres dimensiones: espacio-tiempo-velocidad.

    Pero, llegados a este punto, es hora de abandonar este artículo. A riesgo de caer en vórtices narrativos o agujeros negros de los que a mí misma me costaría salir, dado que no controlo las leyes de la física, es necesario volver a nuestro marco, que es el de la historia humana.

    La medida del tiempo, su relatividad o subjetividad, es un legado apasionante, que todavía sigue dando dolores de cabeza a los científicos y algún que otro disgusto para los más puntuales. Cuando decimos “ahora voy, dame un segundo” obviamente tardamos más en acudir de lo que dura esta fracción de tiempo, pero damos a entender que no nos demoraremos mucho. El resto ya depende de la paciencia del que nos espera. Evitemos en todo caso caer en la brillante expresión del maestro Miguel de Cervantes: por la calle del “ya voy”, se va a la casa del “nunca”.

    BIBLIOGRAFÍA.

- ECHEVARRÍA ARSUAGA, A.; RODRÍGUEZ GARCÍA, J.M. (2013) Atlas histórico de la Edad Media, Edit. UNED (Madrid).

 

Mes de Febrero según el libro miniado de Las muy ricas Horas del Duque de Berry, tercer hijo del rey de Francia Juan II el Bueno, de la rama de los Valois, dinastía Capeto. Pintado por maestros miniaturistas franceses, los hermanos Limbourg: Paul, Jean y Herman. A la muerte de estos, el códice quedó inconcluso (1416) y hasta el año 1486 no sería finalizado por Jean Colombe, para la Casa de Saboya.

Los Libros de Horas era un conjunto de elementos esenciales para profesar la piedad. Entre ellos se encontraba, como parte fundamental, el calendario, un pequeño oficio de la Virgen, salmos penitenciales, letanías, sufragios de los santos y oficio de difuntos, a los que se añadiría, de manera secundaria, fragmentos de los cuatro Evangelios, el relato de la Pasión según San Juan, oraciones diversas, las horas y el oficio de la Cruz, las horas y el oficio del Espíritu Santo, los quince gozos de la Virgen y las siete respuestas a Nuestro Señor. Por último, podían encontrarse elementos accesorios, como los quince salmos graduales, las horas en honor de diferentes santos, ruegos por la jornada cristiana, oraciones de Misa, el salterio de San Jerónimo y los diez mandamientos.