RUSIA ANTE LOS TÁRTAROS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

28.09.2014 17:36

 

                En los albores del siglo XIII los pueblos mongoles se unieron bajo la jefatura de Gengis Khan y emprendieron notables campañas de conquista en Asia. Al morir, su nieto Batu tomó el mando del área suroccidental del imperio en 1229, respetando la autoridad suprema del khan Ogodei. No deseó gozar de tiempos apacibles, sino de los frutos de la conquista, y reforzó a sus guerreros mongoles o tártaros con los de las tribus turcas seguidoras, mayoritariamente musulmanas, lo que determinaría la ulterior conversión al Islam de los tártaros.

                Sus primeras víctimas fueron los búlgaros de Kazán en el Volga, estableciendo posteriormente en el curso bajo del río Sarai, el centro dirigente de la Horda de Oro, llamada así por el vivo cromatismo de la tienda de su dirigente. Animado por su triunfo, atacó entre 1237 y 1238 los principados rusos de Riazán, Vladimir y Suzdal. Se encaminó hacia el Norte en busca de Novgorod, la famosa ciudad comercial, pero los inmensos barrizales frenaron la celeridad de sus jinetes, que tuvieron que dar la espalda a su objetivo.

                Este contratiempo no contuvo sus apetitos, y el 6 de diciembre de 1240 tomó la gran metrópoli de Kiev, cabeza histórica de los principados rusos. Los tártaros irrumpieron en Polonia, donde vencieron a las huestes del Sacro Imperio, y en Hungría, alarmando al Papa y a toda la Cristiandad, que no veían la forma de contenerlos. El destino, sin embargo, quiso que en diciembre de 1241 muriera Ogodei, obligando a los grandes caudillos mongoles a concurrir a la elección de Gran Khan en Karakorum. Batu se replegó en la primavera de 1242.

                Los conquistadores tártaros no sojuzgaron toda la tierra que se proponían, pero consiguieron instaurar un Estado poderoso que avasalló durante más de un siglo a los principados rusos. El kanato de la Horda de Oro alcanzó su cénit bajo Ozbeg entre 1313 y 1341.

                                        

                La historiografía tradicional se ha complacido en denunciar la brutalidad cruel de los tártaros, que impulsó a miles de personas a escapar de la muerte buscando el refugio de los bosques y de las tierras del Noreste, si bien los desplazamientos demográficos ya databan de época anterior siguiendo los cursos de los principales ríos. La conquista acentuó tal tendencia, al igual que la del declive de ciudades como Kiev. La dispersión y pérdida de población de su área de influencia fue en detrimento de su agricultura y artesanía. Sus comerciantes carecieron de los medios de antaño, y los mercaderes extranjeros coparon paulatinamente su lugar, ya que los mongoles se mostraron muy favorables al desarrollo de las relaciones comerciales.

                El khan de la Horda confirmó el nombramiento de los distintos príncipes rusos, entre los que escogió a su gran duque, un honor que recayó en el famoso Alexander Nevski. Destacó en las cortes principescas a sus informadores o baskares, con poderes para remover a los díscolos. A cambio de privilegios fiscales y otras distinciones la Iglesia Ortodoxa cooperó con las autoridades tártaras, poco proclives al fanatismo y de gran pragmatismo. Entre 1257 y 1273 instauraron un completísimo sistema tributario, con gran resistencia popular, que abrazó el diezmo sobre las cosechas, el gravamen sobre los establecimientos artesanales y comerciales, y las tasas postales. Tales impuestos no se recaudaron directamente por los agentes del khan, sino que se arrendaron a distintos magnates, incluido el gran duque.

                Con el paso del tiempo la indómita fiereza de los khanes se diluyó, y su emir u hombre de confianza ganó protagonismo. Las luchas internas hicieron presa en su poder, y a finales del siglo XIV los baskares fueron un recuerdo del pasado en las cortes rusas, entre las que ya descolló Moscú, la que se convertiría en la Tercera Roma.

                Mucho se ha debatido sobre la huella tártara en Rusia. Algunos autores la han considerado determinante si se quiere entender la crueldad y la autocracia de su Historia. De todos modos la expansión del poder principesco a costa de las organizaciones ciudadanas es anterior a los mongoles, que aportaron elementos de eficacia estatales como los tributarios. Hoy en día no reducimos a la caricatura a los furibundos tártaros, y somos conscientes que el pasado merece una explicación más compleja por parte de sus estudiosos. La compleja Rusia no es ninguna excepción.