ROMA ANTE LOS REFUGIADOS VISIGODOS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

19.09.2015 10:47

                El continente europeo suma una dilatada y compleja Historia de movimientos de población causados por motivos muy variados, cuyas consecuencias han sido con frecuencia determinantes.

                La combinación de conflictos políticos y dificultades económicas se ha demostrado de gran efectividad a la hora de desencadenar la marcha de grandes masas de gentes, desesperadas por encontrar una seguridad más firme. Lo vemos hoy en día con la llegada en aluvión de miles y miles de refugiados sirios a Europa, a través de un largo periplo.

                Las llamadas invasiones bárbaras obedecieron tanto a la efervescencia del mundo de los germanos como a los problemas del de los romanos, que desembocaron en la disgregación del imperio en Occidente y su supervivencia en Oriente.

               

                Los germanos no eran a comienzos de la Era Cristiana los rubicundos salvajes ayunos de civilización, indómitos y bravos. La cultura romana y sus objetos les atraían fuertemente, pues les evocaban un universo tan admirado como envidiado de lujos y sofisticación. A través del limes se sostuvo un activo comercio e intercambio de informaciones, lo cual contribuyó a que se forjara una nueva minoría dirigente entre numerosos pueblos germanos.

                Entre estas aristocracias se entablaron relaciones de cooperación e intensas rivalidades, De las primeras emergieron una serie de confederaciones de compleja formación, como los godos, cuyos orígenes se han situado tradicionalmente en Escandinavia.

                En el siglo III, con un imperio convulsionado por las guerras civiles y las primeras manifestaciones de dificultades económicas, los godos alcanzaron el limes cercano al Danubio. Lograron asentarse tras porfiar en la Dacia, la conquista de Trajano.

                Los romanos los asoldaron como mercenarios y les asignaron a veces terrazgos. Los primigenios visigodos se comportaron variablemente con sus aliados. Cuando sus dirigentes requirieron más dinero, emprendieron campañas de rapiña contra los romanos, que de mejor o peor gana terminaron cediendo.

                Durante décadas, visigodos y romanos mantuvieron un curioso estira y afloja, que terminó de forma abrupta cuando el desplazamiento conquistador de los hunos empujó a muchos a refugiarse en territorio romano.

                En el 376 los visigodos afluyeron a la romana Moesia, donde concertaron nuevos acuerdos, que incluyeron las promesas de conversión al cristianismo. En teoría los romanos orientales disponían en su frontera balcánica de una fuerza popular avezada frente a los nuevos invasores.

                Los historiadores se han mostrado conformes en que se rompió el acuerdo a causa del mal trato inferido a los refugiados por los administradores romanos encargados de suministrarles abastecimientos. Las corruptelas, la escasez y los malos tratos encendieron los ánimos de los visigodos.

                Conscientes de las discordias entre los capitostes visigodos, los romanos las fomentaron y al mismo tiempo se sirvieron de éstas para eliminar a traición a muchos de ellos. El implacable juego puesto en marcha por los romanos condujo a la ascensión al poder entre los visigodos de Fritigerno. El emperador de la Roma oriental Valente consideró llegado el momento de deshacerse de los visigodos, aunque sólo encontró la muerte y el desastre el 9 de agosto del 378 en Adrianópolis.