PUJOL EN EL RETROVISOR. Por Gabriel Peris Fernández.

28.07.2014 20:19

 

                El hombre que fuera aclamado por muchos en la Plaza de Sant Jaume un 30 de mayo de 1984 como un mártir del catalanismo ya no tiene quien le jalee. Sus mismos discípulos, aquellos que crecieron a la sombra del Fem país, le han espetado que existe algo más grande que su genial caudillaje, Cataluña, el Saturno devorador de su más voraz prole, bien capaz de subsistir como le gustaba apuntar a Francesc Cambó.

                Eran otros los tiempos de 1984. Eran tiempos de porvenir para el President, a la espera de la desestimación de su comparecencia por la Audiencia de Barcelona en 1986, en vísperas que los grandes partidos políticos de España se disputaran sus favores parlamentarios. El español del año pudo jugar la carta de la ambigüedad calculada, de la Ramoneta y su menos santa faceta. En aquel entonces el catalanismo era integrador.

                Pero poco a poco la lógica del nacionalismo iba madurando. Entre 1989 y 1991 la organización terrorista Terra Lliure negoció el abandono de las armas con la ERC de Àngel Colom, que hablaba abiertamente de la generació de la independència. En aquellos años se desmoronó la Europa de la Guerra Fría, y la disolución de la URSS hizo aparecer nuevamente en el mapa político a Estados como Estonia, Letonia o Lituania. Los jóvenes catalanistas vibraban, y en la Olimpiada de Barcelona expresaron sonoramente su sentir. Precisamente de 1989 data la primera Resolución del Parlament a favor de decidir el futuro de Cataluña.

                Sin embargo, el President cortó las alas del soberanismo, apostando por otra estrategia más prudente y sibilina. Ahora todo el mundo se hace cruces de sus delitos contra la Hacienda, pero desde hace demasiados años se ha denunciado por parte de algunos periodistas el trato de favor dispensado al virrey catalán. Sería muy conveniente al menos reflexionar sobre los favores mutuos que se han hecho los políticos españoles entre 1986 y 2011, fundamento de la estabilidad de un sistema que ahora se nos muestra en toda su crudeza corrupto y censurable. La España de las Autonomías sería una vasta confederación caciquil que contenía pequeñas confederaciones de naturaleza similar.

                Los pactos con el PP de José María Aznar socavaron los apoyos electorales de CiU, y el círculo de Pujol se enfrentó por vez primera con Saturno, dispuesto a exigir cuentas y a dar cuenta de algunos. La lógica nacionalista era, es y será implacable. Comenzó la huida hacia delante de los señores del seny, manifestando ante notario que nunca, nunca jamás volverían a pactar con el diablo de las Españas, y engolfándose en la aventura del nuevo Estatut.

                En el 2003 el Pal de paller cayó finalmente. Eran los últimos días de Pompeya, y un heterogéneo Tripartito tomó las riendas de la Generalitat. Las viejas reivindicaciones culturalistas alrededor del idioma catalán fueron cediendo paso a otras de carácter fiscal. La estrategia diseñada alrededor de Carod-Rovira lograba captar a grupos procedentes de la inmigración de los años del Desarrollismo. Hacia el 2011 el independentismo se había afirmado. Ni la mala gestión tripartita ni las concesiones de los gabinetes de Rodríguez Zapatero consiguieron ponerle freno.

                El grupo de Mas se ha rendido a sus pies por convicción e interés, el de esquivar la furia de la rebelión popular en la siempre volcánica Barcelona, mal vista tradicionalmente por los sectores más tradicionales del catalanismo. En sus Memòries Pujol hablaba del temps de construir, y a finales de julio de 2014 se ha encontrado construida una casa de la que le han dado la patada. Nunca Saturno deja de devorar a sus vástagos.