¿POR QUÉ COMERSE A SU PERRO? Por Remedios Sala Galcerán.

09.10.2014 12:16

    En las últimas horas mucho, muchísimo, se ha hablado del infortunado Excálibur. Entre muchas personas se ha alzado un clamor para salvarlo, que demuestra que para muchos de nosotros nuestras queridas mascotas son algo más que un animal doméstico, son criaturas con alma que forman parte de nuestra intimidad familiar. El perro es nuestro fiel compañero, el que nunca nos decepciona, cuya figura en estatua acompañaba a su amo en su viaje más largo en las historiadas sepulturas de la nobleza europea bajomedieval.

    Desde aquí lamentamos la pérdida del bueno de Excálibur, y al mismo tiempo nos preguntamos las razones que mueven a algunos a ser tan inhumanos en sus apreciaciones, a maltratar con saña a sus mascotas, a no ver la nobleza del animal. Quizá nunca lo entenderemos en el fondo. Sin embargo, el maestro Marvin Harris nos previene con su sabiduría habitual. La mascota es una creación de la civilización humana, que sopesa los beneficios de un animal.

    Cuando los europeos alcanzaron las islas de Oceanía en el siglo XVIII sintieron repulsión por el consumo de carne de canes por los naturales, pareciéndoles bárbaro y fuera de lugar. Procedentes de un continente donde el abastecimiento cárnico había sido solucionado sin grandes problemas a lo largo de los siglos, no consideraron al principio lo precario de la dieta de los polinesios, en exceso dependiente de la raíz del taro.

    Los pueblos polinesios extendidos por las Hawaii, Tahití o Nueva Zelanda, especialmente los del primer archipiélago, de manera tempana comenzaron a criar perros en sus poblados, a los que no maltrataban. Incluso les llegaban a suministrar leche humana. La razón de tanta atención no era otra que ofrecerlos en banquete a su aristocracia sacerdotal. Su carne era considerada sagrada, y sólo los más directos familiares de los sacerdotes podían comerla... ocultamente. También sus pieles, huesos y dientes sirvieron para elaborar suntuosas vestiduras y costosos adornos. De hecho el número de canes llegó a cuantificar la riqueza de un potentado, transformándose en una especie de unidad monetaria. Curiosamente los pueblos guanches de las Canarias también expresaban su prestigio social a través de sus características jaurias de perros, que no consumían.

    En China y en el Altiplano Central mexicano los canes han sido objeto de consumo igualmente. La carencia de alimañas y de animales a pastorear se han aducido como causas, pues el utilitarismo humano resulta proverbial. En las comunidades del Círculo Polar Ártico a nadie se le ha ocurrido devorar habitualmente a sus perros, indispensables para el transporte en aquellas difíciles latitudes. Indiscutiblemente la civilización tiene mucho de adpatación a un medio, pero también de superación de ciertas imposiciones, escogiendo aquellas opciones que sean más respetuosas con la naturaleza y sus criaturas. Cuidar de "nuestras" mascotas es signo de madurez.