PLANES DE GUERRA MUNDIAL (1950). Por Víctor Manuel Galán Tendero.

19.02.2016 06:53

                

                Al finalizar 1949 los Estados Unidos se encontraban inmersos en una guerra fría contra la Unión Soviética. La consecución de la primera bomba atómica soviética y el triunfo comunista en la China continental parecían poner contra las cuerdas a los Estados Unidos que habían superado el bloqueo de Berlín y había forjado la OTAN no sin dificultades.

                

                La experiencia de Entreguerras fue examinada con atención y ojos críticos por los estrategas de Washington. La permisividad de las democracias occidentales hacia el expansionismo de la Alemania de Hitler había concluido en tragedia. No se podía seguir el mismo proceder con la URSS de Stalin y el grupo dirigido por Kennan venía defendiendo desde 1947 la política de contención o de firmeza. Estados Unidos tenía que presentarse presto a ir a la guerra, aunque no fuera la opción más apetecible.

                Las circunstancias de la II Guerra Mundial habían transformado la estructura productiva de los Estados Unidos. La estructura empresarial había ganado en concentración y la población laboral se había movilizado con intensidad, incorporándose muchas mujeres al proceso productivo. La costa pacífica, además, había acentuado su potencial industrial. Sin embargo, una buena parte de la población se encontraba fatigada tras años de guerra. Muchas unidades habían sido desmovilizadas y las tendencias aislacionistas podían volver a imponerse en la fortaleza norteamericana.

                El enfrentamiento con la Unión Soviética y las lecciones aprendidas condujeron por derroteros distintos a los de 1919 a los Estados Unidos convertidos en una gran superpotencia. El problema clave era cómo actuar. Se descartó el apaciguamiento, pero la intransigencia podía provocar un conflicto a una escala monstruosa. La contención se postulaba como el virtuoso punto intermedio, que todavía convenía precisar con mayor detalle.

                El 31 de enero de 1950 el presidente Truman encargó al Departamento de Estado y al de Defensa un plan detallado de actuación exterior, que contemplara el riesgo de una ruptura de hostilidades para preparar a los Estados Unidos lo mejor posible. Paul Nitze presidiría el grupo encargado de su elaboración.

                El Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos entregó a la presidencia sus conclusiones el 14 de abril del mismo año, el NSC-68.

                La población civil debería de tomar conciencia y ser concienciada de la necesidad de adoptar una actitud militante y vigilante frente al rival. El comunismo se presentaba como el enemigo universal a abatir, en particular tras su éxito en China, que serviría de punta de lanza del expansionismo soviético en Asia. Muy lejos quedaban todavía los momentos del enfrentamiento entre los dos colosos del mundo comunista.

                Para frenar tal progresión se pensó en reforzar a la China nacionalista centrada en la isla de Taiwán y en reforzar las economías de los países asiáticos, algo que distó de cumplirse en muchos casos. El apoyo a los franceses y a las fuerzas más conservadoras en Indochina frustró el potencial transformador de las inversiones. En Filipinas las cosas fueron muy similares, a diferencia de lo que acontecería en el ocupado Japón.

                Para contrarrestar el poder atómico soviético se concibió la bomba de hidrógeno y el fomento de las fuerzas aéreas dotadas de los oportunos medios disuasorios. El NSC-68 sostenía que pronto la Unión Soviética se encontraría en condiciones de disputar con ventaja la partida y entablaría batalla abierta en 1954, año que se preveía fatídico. Esta eventualidad ayudaría a medio plazo a la España de Franco a formar parte del sistema militar estadounidense, aunque no se incorporara a la OTAN. Las bases españolas desbancarían a las portugueses, inicialmente previstas, en una península Ibérica convertida en el área de contraataque ante una eventual embestida soviética en Europa, lo que no gustó demasiado en Francia e inquietó a la Gran Bretaña.

                Tales proyectos distaron de ser baratos. El presupuesto militar saltaría de 13 a 40 millones de dólares, una cifra que causó la objeción de Truman, que lo estimó desproporcionado. En los años ochenta los gastos de la carrera militar ocasionarían un abultado déficit que llegarían a poner en situación muy comprometida a la administración estadounidense en la década siguiente.

                Las objeciones ante los planes de guerra se disiparon aquel mismo año de 1950, cuando en la península de Corea estallaría un sonado conflicto. Los fundamentos de la política de Washington durante los años de la Guerra Fría ya estaban sentados.