OMAR BEN HAFSUN, EL GRAN DESCONOCIDO. Por Pedro Montoya García.

25.10.2017 11:35

 

    Cuando se lee o se escucha a conocidísimos personajes de la historia como Viriato, el Cid, Almanzor, Sancho García, etc… de inmediato los asociamos y reconocemos un mérito histórico; en cambio, si escuchamos el nombre de Omar Ben Hansún, tal vez se tenga que buscar en google para saber de este desconocido. Fue Omar un gran líder guerrillero de una tribu de indómitos como lo fue Viriato; luchó con y contra musulmanes con denuedo como lo hizo el Campeador; fue azote de sus enemigos y tuvo que vencerlo la muerte como a Almanzor; moriría cristiano tras una vida de lucha por su fe, como lo hizo el conde Sancho.

    A finales del siglo IX, un joven muladí (descendientes de cristianos convertidos al Islam) por las serranías de Málaga empezó a darse a conocer por su valentía al enfrentarse a los árabes, el clan que dominaba al-Andalus.  Luchaba contra el orgullo de los descendientes árabes que se hacían creer una tribu principal. Les amparaba una verdad de peso: el profeta nació en Arabia, la tierra santa musulmana, motivo que consideraban más que suficiente para creerse en una tribu superior al resto de musulmanes; en especial, a los bereberes y por supuesto a los muladíes, mozárabes y demás hispano-godos de origen cristiano.

    Se enfrentó a golpes contra varios soldados del gobernador de Málaga, riña que le supuso sentir en su espalda el látigo.  Los Hafsún le recomendaron marchar al norte de África, lejos del poder de la dinastía Omeya de Córdoba que desde Abderramán I gobernaban al-Andalus. En África para escapar, esta vez del hambre, aprendió a coser trabajando para un sastre. Cuenta la leyenda—que debe acompañar a todo héroe que se precia— que un adivino ciego le advirtió que su destino era el de gobernar un reino, mensaje que debió creerse porque cruzaría el estrecho para volver a sus montes y cumplir la venganza de los cincuentas latigazos que recibió. Castigo que haría pagar muy caro a sus verdugos.  

    Sus conocimientos del terreno, su  valentía y con las dotes con las que nacen los líderes se ganó a sus compatriotas. El Emir Mohamed I mandó tropas para limpiar la serranía de Ronda de rebeldes—eso que siglos más tarde en ese mismo lugar llamaron bandoleros— que eran llevados por un jefe que luchaba en sus caminos, pasos, acantilados… y que como buen guerrillero aprovechó el terreno para tornarlo decisivo en su favor. El propio ministro de Córdoba tuvo él mismo que tomar cartas en el asunto, formó un considerable ejército para dar fin al problema. Omar viéndose derrotado decidió llegar a un acuerdo con el ministro, dejaría la vida rebelde y formaría parte del ejército regular cordobés. Se cuenta que fue una estratagema para saltar el cerco, también, se cuenta que aceptó el trato pero que fue el ministro Omeya quien le traicionó incumpliendo su palabra; en definitiva, el ministro cordobés solo mitigó, de momento, el problema y el rebelde al monte, para volver en el futuro más fuerte. Supo acrecentar su poder sin demasiadas estridencias, armó más tropas e incluso llegó a armar caballería entre su milicia, a la par de incrementar la ayuda de campesinos para facilitar la intendencia de sus tropas.

 Los hispano-romanos como los mozárabes encontraron a un héroe que podría convertir en realidad el sueño de recuperar la tierra de los antiguos visigodos, de sus ascendientes. Incluso los bereberes, crisol de tribus en su mayoría provenientes del norte de África, veían a una nueva fuerza que podría hacer pagar a los árabes las injusticias de poder cometidas contra ellos.  Ya no era tan solo un rebelde, no era tan solo un loco valiente echado al monte, podría convertirse en un rey, un gobernador independiente en pleno al-Andalus, podría suponer una hecatombe al poder Omeya y a la religión musulmana.

    El emir de Córdoba llamó a un prestigioso general Omeya, un tal Almondir, quien tan pronto como llegó, no se anduvo con ceremonias: crucificó y saqueó a todos aquellos y aquellas ciudades que habían apoyado a Omar. Era momento de levantar una fortaleza, un castillo para servir de protección ante un poderoso enemigo que se acercaba, la guerrilla de los montes era una opción perdedora.

    Bobastro, como se llamó a la ciudad—cuya localización ha sido causa de interminables discusiones tan estridentes como lo ha sido Tartessos—, se levantó de forma estratégica para evitar los asedios y el asalto fácil. A esta conclusión se llega porque tal decisión estratégica fue un gran éxito militar, no pudieron acabar con Omar, al contrario,  supuso la muerte del general Almorín atravesado por una flecha.  El Abrego sopló la muerte del general del Emir por toda Andalucía,  y la sopló con tanta fuerza para prender el estallido de una guerra civil andaluza: los árabes—liderados por los árabes de Niebla y Aljarafe—contra los hispano-godos, y los bereberes que lucharon en ambos lados.  Casi tres siglos de resentimientos entre diferentes tribus y razas regaron de sangre Andalucía durante cincuenta años.

    Omar Ibn Hafsún, sale de su guarida y como un alfa lidera a su manada de lobos que llegan a asediar Córdoba, la gran capital del califato.  Cuando la victoria ya no era un sueño, se sentía posible, las huestes árabes consiguen en Aguilar de la Frontera una gran victoria. Batalla considerada por algunos historiadores de gran importancia en el devenir de la historia de España, ya que supuso la permanencia del poder árabe y de la religión musulmana

    Omar Ibn Hafsún continuó luchando, se convertiría al Cristianismo, y con él miles de prisioneros de sus tropas fueron muertos mártires antes de convertirse al Islam, porque, hasta el final de sus días, momento en el que se enfrentaba a Abderraman III, a la par  gran general y político, no cedió en el empeño de conseguir aquello el adivino decía que ya estaba escrito.

    Un digno rival, para un digno final. Omar murió en Bobastro, detrás de las murallas que levantó y que como a su voluntad, nada ni nadie pudo quebrantar hasta después de su muerte.