NUEVO MÉXICO, DE LA NUEVA ESPAÑA A ESTADOS UNIDOS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

21.05.2020 10:52

               

                El 28 de septiembre de 1821 México se declaró independiente de España y brevemente se declaró imperio entre 1822 y 1823 bajo Agustín de Iturbide. Heredero del extenso virreinato de la Nueva España, el recién nacido Estado se adentraba en el corazón de la América del Norte. Su dominio nominal abarcaba los actuales Estados de California, Arizona, Nuevo México y Texas, fundamentalmente, una parte sustancial e icónica de los actuales Estados Unidos.

                Sobre el mapa era un imperio ciertamente imponente, con vastos recursos a explotar, pero toda el área que correspondía a las antiguas Provincias Internas arrastraba problemas muy severos desde tiempos del virreinato. Escasamente poblada por gentes de cultura europea, se encontraba muy expuesta a los ataques de pueblos amerindios tan bravos como los navajos, los apaches o los comanches.

                Durante el siglo XVIII se había ido fortaleciendo trabajosamente un sistema de protección formado por misiones religiosas y presidios o puntos fuertes militares. La labor de captación de grupos amerindios desde las primeras fue tan laboriosa como tenaz y a veces arrojó buenos resultados. En los presidios se hizo sentir muy a menudo la falta de gente y de recursos tan significativos como los caballos, con los que cubrir las amplias distancias de tan extensos territorios. El historiador estadounidense David J. Weber apuntó hace años que el desmantelamiento del sistema virreinal tras la independencia debilitó aquellas defensas.

                Las milicias vecinales, de honda raigambre en el mundo hispánico, no fueron capaces de atender a tantos requerimientos. Desde el centro de México no llegaron tropas suficientes. El mantenimiento de ciertas restricciones comerciales de época española tampoco ayudó a ganar las simpatías de las gentes de aquellos territorios hacia el gobierno mexicano, cuando los comerciantes y colonos estadounidenses se aventuraban por allí.

                Los debates entre centralismo y federalismo desgarraron la vida política de México durante años. Fue un duro golpe la pérdida en 1836 de Texas, que hasta 1845 fue una república independiente. En vista de ello, se impuso el centralismo temporalmente y una nueva Constitución lo consagró.

                El general Santa Anna confió el gobierno de Nuevo México a Albino Pérez, visto como un forastero impuesto por las gentes de allí. Su modo de vida lujoso no ayudó nada a ganarle simpatías, en un momento en el que se amenazaba con impuestos y el recorte de la participación política.

                En el camino de Santa Fe el comercio con los Estados Unidos era crucial y las actividades de sus funcionarios de aduanas causaron bastante descontento, sumado al de los milicianos que combatían a los navajos y apaches. La detención del alcalde de Santa Cruz de la Cañada hizo prender la rebelión en el verano de 1837, en nombre de Dios y la Nación, a la que se unieron amerindios.

                El gobernador Pérez intentó sofocar la rebelión, pero tuvo que retroceder a Santa Fe, donde fue decapitado al intentar huir. Al amerindio José González se le encomendó la gobernación, que contó con una junta muy propia del mundo hispánico del siglo XIX.

                Algunas de las medidas que tomaron sobre la propiedad eclesiástica le concitaron la enemistad de muchos sacerdotes. Precisamente uno de ellos, Francisco Antonio de Madariaga, inició una verdadera contrarrevolución en la ciudad de Tomé. De resultas de tal movimiento, se encomendó el gobierno a Manuel Armijo, que temporalmente consiguió un acuerdo con sus contrarios de Santa Fe.

                La concordia duró poco y en octubre del mismo 1837 estalló una nueva rebelión. Esta vez, los partidarios del gobernador Armijo fueron asistidos por fuerzas federales y los rebeldes fueron derrotados. Armijo ejerció el gobierno hasta la conquista estadounidense.

                Aunque habitualmente los historiadores han puesto el énfasis en la expansión de los Estados Unidos del Destino manifiesto, más recientemente se han destacado los problemas que la autoridad mexicana tuvo en su Lejano Norte. En 1846 el general Kearny entró en Nuevo México e impuso su autoridad con fuerza, plasmada en el código de su nombre. El general trataría a Nuevo México como una conquista y dentro de los Estados Unidos tendría el estatuto de Territorio. Hasta 1912 no logró ser el cuadragésimo séptimo de los Estados de la Unión. La andadura de aquella tierra de la frontera hispánica en Norteamérica había sido intensa.

                Bibliografía.

                Lecompte, J., Rebellion in Rio Arriba, 1837, Albuquerque, 1985.

                Mc Culloch, F., Revolution and rebellion, Santa Fe, 2001.

                Weber, D. J., The Mexican Frontier, 1821-1846: The American Southwest under Mexico (Histories of the American frontier), Albuquerque, 1982.