MERIDIANO DE SANGRE O LAS VENAS ABIERTAS DEL WESTERN.

03.08.2018 15:21

                “Son tiempos de mendigar, tiempos de robos. Días de cabalgar por donde no cabalga nadie salvo él.”

                Si el Bosco hubiera sido novelista quizá hubiera escrito Meridiano de sangre, la deslumbrante obra del estadounidense Cormac McCarthy.

                Su estilo es un manojo de nervios de lapidarias sentencias, imágenes espeluznantes y teológicos paisajes que nos conducen por los caminos de unos personajes que se definen por sus acciones, por su modo de vida. El diálogo, la reflexión y la descripción forman un todo verdaderamente cinematográfico, con certeros flechazos (tan rápidos como meditados) dignos del comanche autor.

                La novela está ambientada en los años inmediatamente posteriores a la guerra en el ecuador del XIX entre Estados y México, de la que salió considerablemente mutilado de su territorio, cuando grupos de asesinos a sueldo trataron de aprovecharse de la violencia desatada entre mexicanos, amerindios y anglo-americanos.

                Pese a ello, la novela no cae en lo más mínimo en la descripción de manual del llamado piadosamente contexto histórico, introducida penosamente con calzador en demasiadas obras, pues va más allá.

                Tampoco se complace en el estereotipo del muchacho arrojado al mundo, alumbrado por la picaresca y conducido con cierta piedad por los novelistas decimonónicos en lengua inglesa. Es una criatura violenta que vive conforme a su naturaleza, auténtico hijo de la violencia, cuyo alumbramiento mató a su madre. Digno del Chicho Ibáñez Serrador del ¿Quién puede matar a un niño?

                Sus más que notables recreaciones de sus paisajes de cielos, montañas y terrenos quebrados reflejan la violencia de las criaturas que mueren brutalmente casi por sus propias manos. La imagen de los campesinos despedazados por sus propias azadas y casi devorados por sus cerdos es más que elocuente. Las matanzas descritas son infernales y sus restos no menos dantescos en la prosa hiriente de Meridiano de sangre. Tal violencia también marca a su vez el paisaje, más allá de las tremebundas imágenes de pueblos arrasados por la furia de los atacantes, verdaderos jinetes del Apocalipsis.

                Cuando aparece la teología, el cantar de gesta se desvanece. Cuando se pierde el sentido de la vida, como la cabeza el personaje que quiso ser conquistador de México, la guerra se convierte en espectáculo tan espeluznante como nihilista. Entre la amargura de Vietnam y el temor a la destrucción nuclear apareció históricamente esta gran novela, allá por 1985, hija de un tiempo que ya ha dejado de creer en los héroes de antaño y que trata de entender la posición humana en el mundo. El heraldo de la postmodernidad tiene forma saturnal.

                Hoy en día los cascos de los corceles de los cazadores de caballeras y los comanches no hieren el Norte mexicano, parte de las provincias internas de la antigua Nueva España, pero la violencia desbordada por el narcotráfico vuelve a ensangrentarlo. Allí Cristo no detiene su hemorragia. El perturbador personaje del Juez, satánico vampiro que juega con los seres humanos, vuelve a exigir su tributo de muerte. Saturno vuelve a devorar a sus hijos, según nos recuerda el Goya de la novela McCarthy. No, no estamos ante una simple novela del Oeste. Aprecienla en lo que vale.

                Víctor Manuel Galán Tendero.