LUCES Y SOMBRAS DEL SOLDADO ESPAÑOL DE LA ÉPOCA DEL CONDE-DUQUE. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

12.05.2016 06:51

                

                Los ejércitos de Felipe IV se compusieron de soldados de procedencia muy variada, pero en las Ordenanzas Militares de 1632 los españoles se ponderaron como los más aguerridos de ellos, lo que ocasionó las iras de los oficiales lombardos en Pavía, donde solo una compañía de picas se prestó a la revista del Cardenal Infante en su paso hacia el centro del continente.

                A los soldados españoles se les encomendaría hacerse cargo del peligro. Siempre formarían en vanguardia. Se dispondrían en el cuerno derecho de la formación militar para iniciar la carga. Los lugares más arriesgados del campo de batalla, como las peores trincheras, estarían a su cargo. Dado el honor del peligro que se les dispensaba, los españoles serían preferidos en el mando a otras nacionalidades servidoras de Felipe IV. De todos modos, la disciplina militar debería de mantenerse sin fisuras y las insolencias de los capitanes españoles con los coroneles valones en los Países Bajos no se tolerarían.

                Las Ordenanzas, de las que discrepó el propio Conde-Duque, también nos descubren la cara inquieta de aquellos soldados. Sus blasfemias, reacción inmediata ante los avatares de la guerra, serían perseguidas por los mismos maestres de campo. El ensalzamiento de las Ordenanzas tuvo poco que ver con la imagen de los soldados, de toda procedencia, que tuvieron los miembros de los Consejos de Estado y de la Guerra.

                Cuando se alzaba una bandera de reclutamiento en una localidad, los delitos contra la propiedad y las personas, según los consejeros, aumentaban hasta un extremo insufrible. Los soldados de toda laya la trataban con si fueran lugares de holandeses víctimas de los excesos de los saqueos, que tanta materia dieron a los forjadores de la Leyenda Negra. El alojamiento de una fuerza de doscientos soldados una sola noche resultaba excesivo, ya que costaba unos cien ducados. Varias villas y aldeas cargadas de deudas se terminaban de arruinar y los más poderosos e influyentes esquivaban sus cargas de alojamiento de tropas, lo que sobrecargaba fatalmente al resto del vecindario, el menos boyante.

                En defensa de los soldados se debe aducir su penuria diaria y sus carencias de abastecimiento de todo tipo durante muchas jornadas. Su dieta, demasiado centrada en el pan y en el vino, adolecía de muchas carencias vitamínicas. La falta de leña agravaba los fríos invernales y sus dolencias. Los comisarios de abastos no siempre les dispensaron lo necesario.

                Los problemas de los ejércitos españoles ya fueron apuntados en 1594 por Marcos de Isaba, que ponderó la suma importancia de la disciplina de las formaciones de infantería, fundamentada en la honradez de los capitanes, la puntualidad de los pagos y en la presteza del rey en corregir las faltas. Cuarenta años después muchos de aquellos males continuaron arrastrándose, pero los soldados que vencieron bravamente en Nördlingen cayeron con igual bravura en Rocroi.