LOS ORÍGENES DE UNA CIUDAD MEDITERRÁNEA, ALICANTE. Por Carmen Pastor Sirvent.

09.08.2015 22:21

                Los arqueólogos disponen de la gracia de la lámpara de Aladino al hacer conceder regalos de sabiduría a objetos que han permanecido ignorados, enterrados bajo los niveles del tiempo. Su tarea es fundamental en ciudades con gran afluencia turística, juzgadas por observadores superficiales como carentes de Historia. El nuevo trazado de estas poblaciones ha hecho olvidar su dilatado pasado. Así sucede en muchas ciudades mediterráneas, así ha sucedido en Alicante, cuya antigüedad cada vez conocemos mejor.

                El estudio de los tiempos más remotos ha atraído a los alicantinos al menos desde el siglo XVII, cuando el deán Vicente Bendicho redactó una obra que ya no nos parece tan fantasiosa en algunos puntos. En el siglo XX la contribución del padre Belda, Francisco Figueras Pacheco, Solveig Nordström y Enrique Llobregat, entre otros, ha resultado determinante. Más recientemente Lorenzo Abad, Pablo Rosser, Manuel Olcina, Antonio Guilabert y Eva Tendero han aportado elementos del máximo interés.

                

                El territorio de la ciudad de Alicante se encuentra surcado de barrancos. Su bahía se encuentra presidida por las elevaciones costeras del monte Benacantil y de la Serra Grossa o de San Julián. Entre esta segunda y el cabo de les Hortes existía hasta hace un siglo una pequeña albufera, l´Albufereta, alimentada por las aguas de los barrancos, que bañaba las laderas del tossal de Manises a su entrada y hacia su garganta del tossal de les Basses.

                En este último se ha localizado un emplazamiento neolítico que perduró del 4950 al 3520 antes de Jesucristo. Sus pobladores supieron aprovechar las aguas de la escorrentía de las laderas, enterraron a sus difuntos en posición fetal como si la madre tierra les diera la bienvenida una vez más y practicaron rituales propiciatorios de sacrificio de animales.

                Por razones que no conocemos este punto se abandonó en la Edad del Bronce, cuando alcanzó relevancia desde el 3500 antes de Jesucristo el poblado de la Serra Grossa, que fue fortificado, aunque los historiadores actuales no se inclinan por considerar aquellos tiempos especialmente guerreros. Sus gentes, como las de l´Illeta dels Banyets del cercano El Campello, acusan la influencia de la cultura de El Argar, en la que se fueron acrecentando las diferencias sociales en el seno de la comunidad. El dolmen de la Serra Grossa postulado por el padre Belda ha sido desechado hoy en día.

                Los pobladores de estas tierras tuvieron contacto con los navegantes venidos del Oriente del Mediterráneo en busca de metales y de conocimientos. De estos contactos emergió el mundo ibero, como recordaba el maestro Llobregat.

                Una vez más el tossal de les Basses recogió el testigo a partir de los siglos VI y V antes de Jesucristo. Allí se erigió un poblado dotado de una muralla y provisto de un área de producción artesana extramuros. Sirvió de fondeadero para las naves llegadas de otros lugares. La presencia de un túmulo funerario ha llevado a postular la presencia de un linaje aristocrático que quizá reclamara protagonismo en la fundación del poblado siguiendo usos presentes en otras tierras mediterráneas. En l´Illeta dels Banyets, donde se han encontrado los elementos de un templo donde se rindió culto a Tanit, la actividad comercial también fue de gran importancia.

                

                Los pueblos del resto del Mediterráneo también trajeron sus tensiones. Tras la I Guerra Púnica los bárquidas ampliaron sus dominios en la Península. En el tossal de Manises establecieron un elaborado punto fortificado, que fue expugnado por los romanos y sus aliados en el curso de la II Guerra Púnica. El Alicante cartaginés ya no se antoja una fantasía.

                Tal fue el arranque del municipio que conocemos tradicionalmente con el nombre de Lucentum, donde la romanización de los iberos se hizo sentir. A fines del siglo I de la Era Cristiana entró ya en decadencia por la competencia de la cercana Illici, según varios autores.

                    

                De todos modos la romanización imprimió su huella en el resto del paisaje alicantino en forma de villas e instalaciones artesanales. En estrecho contacto con el África romana, el cristianismo ya se practicó aquí en los siglos IV y V, como atestiguan ciertos vestigios del tossal de les Basses. A la llegada de los conquistadores bizantinos o romanos de Oriente el territorio disponía de una serie de núcleos como el artesanal dels Antigons en la playa de Babel.

                En las laderas del Benacantil, en el epicentro de la actual Alicante, se han encontrado una serie de vestigios de la Baja Romanidad y el período visigodo que demuestran que estaba emergiendo un núcleo que terminaría rigiendo el territorio en vísperas de la conquista musulmana, antes de la firma del tratado de Teodomiro. La configuración de la ciudad y de su término más reciente apareció tras un largo y complejo proceso que cada vez conocemos mejor.