LOS LEGADOS POR LOS DIFUNTOS DURANTE LA CONTRARREFORMA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

30.10.2023 08:34

               

                El recuerdo de los difuntos, de nuestros seres queridos, ha sido compartido por distintas civilizaciones en diferentes épocas de la Historia, y en el fondo expresa el vivo deseo de inmortalidad de la Humanidad, de nuestra conciencia de finitud, del miedo a la muerte en términos más llanos.

                Los historiadores de la cultura de la Europa medieval han apuntado que en el activo siglo XII se formuló la idea del Purgatorio en términos más estrictos, el espacio en el que se permanece antes de acceder a la gloria celestial. El rezo de los que quedan en el más acá, el de los familiares o personas a las que se les encomienda tal acción, ayuda a acortar tal estancia.

                En los testamentos de muchas personas comenzaron a figurar legados piadosos, disposiciones en las que se asignaban determinadas sumas de dinero para celebrar misas por su alma. Las instituciones eclesiásticas lograron sus buenos beneficios, aunque con el tiempo también cosecharon sonadas polémicas, que concluyeron de manera adversa a sus intereses.

                En la Requena de la Contrarreforma, muchas personas asignaron legados piadosos para tal fin, y una mujer como Catalina Jiménez ordenó en 1628 con detalle su sepultura en su tumba familiar de San Nicolás. Vestiría para la eternidad el hábito franciscano. Su intención, además de alcanzar la Gloria, era ser recordada por los suyos.

                Generación tras generación, los bienes que respondían de estos legados, asignados a tierras o rentas, iban pasando testamentariamente de unas manos a otras, y con el paso del tiempo la voluntad de cumplirlos se iba debilitando. En 1721, los legados del Hospital de Pobres se cobraban con dificultades o simplemente no se percibían.

                Los perjudicados movieron sus mecanismos de defensa, y del fiscal general de obras pías pasó a las manos del provisor vicario general de la diócesis de Cuenca su defensa. Desde el obispado se llegó entonces a amenazar con la excomunión a los infractores. Lejos de arredrarse, algunos respondieron con vigor. Miguel de Ibarra se quejó de su capilla, con humedades en su altar. Así no se podía oficiar en condiciones ni mantener fresco el recuerdo.

                Tras la tormenta de recriminaciones, vino la calma del compromiso. Las excomuniones se retirarían a cambio de pagar los retrasos de hasta cinco años. Acordarse de los difuntos, más allá del ejercicio de memoria individual, ni era sencillo ni asequible.

                Para saber más.

                Víctor Manuel Galán, La cultura de la Contrarreforma en Requena, Requena, 2017.