LOS JUDÍOS SUFREN LA FURIA CRUZADA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

16.01.2020 21:46

                Las Cruzadas fueron mucho más que las grandes campañas militares de la Europa cristiana para recuperar Tierra Santa. También fueron una magnífica ocasión para destapar y canalizar todas las tensiones contenidas en aquella sociedad, bastante explosiva a fines del siglo XI. Su población había crecido, pero no las oportunidades para todos, al menos en la medida de lo deseado por algunos. Cuando se prometió lograr Tierra Santa, no pocos lo interpretaron a su manera.

                Las prédicas de Pedro el Ermitaño concitaron el más vivo interés de muchos desheredados, que creyeron alcanzar con la Cruzada sus metas más queridas. La inquina suscitada por las comunidades judías en una buena parte de los europeos cristianos iba más allá de lo simplemente religioso. Entre los judíos había ricos y pobres, pero para algunos eran ávidos hombres de negocios que prestaban con usura a los cristianos modestos. En aquel tiempo, además, corrieron todo tipo de rumores y bulos. Se les acusaba de haber instigado la furia de los musulmanes en Tierra Santa e incluso de haber incendiado las puertas del Santo Sepulcro. El considerado pueblo deicida era acusado de graves delitos.

                En la primavera de 1096 una serie de multitudes se fueron reuniendo hasta formar el grueso de la conocida posteriormente como la Cruzada popular, que se diferenciaría de la de los señores. Verdaderamente, junto a campesinos y artesanos modestos se alinearían grupos de guerreros de fortuna que no habían logrado un buen patrimonio. Quizá en este movimiento encontramos similitudes con las fuerzas que posteriormente se conocerían como los almogávares, aunque la impresión de caos predomina en las narraciones de la cruzada popular. Al decidir seguir la ruta terrestre, se enfrentaría a serios problemas logísticos de abastecimiento.

                El vivir del terreno parecía imponerse y las comunidades judías fueron una de sus víctimas predilectas. Ya en el reino de Francia se pudo apreciar el problema, que en tierras alemanas del Sacro Imperio alcanzaría mayor gravedad.

                Entre el 18 y el 20 de mayo de 1096 los cruzados asediaron el mismo palacio episcopal de Maguncia, pues la jerarquía eclesiástica encontró en los judíos unos colaboradores eficientes en materia administrativa y tributaria, a despecho de los llamamientos papales a la recuperación de Tierra Santa. Al final la fortaleza cedió y Maguncia padeció una terrible masacre. El 3 de junio la víctima era la episcopal Colonia y sus judíos.

                Las violencias sobrepasaron el Sacro Imperio y llegaron a los dominios húngaros al paso de los cruzados. Destacó el llamado conde Eimich de Leisingen, un verdadero capitán de guerreros predadores, de señores-bandoleros, que hicieron de las suyas en la Europa que se acogió a la Paz de Dios y que no entraron en la comitiva de ningún magnate con posibles. Atacaron la ciudad de Wieselburg e incluso Praga, pero al final las fuerzas del rey de Hungría lograron reducirlos.

                La cruzada popular y su furia anti-judía han recibido, con razón, fundamentados reproches. A su modo, inauguró una tendencia, la de unir aspiraciones sociales de los más modestos con la combatividad religiosa, que en el caso español alcanzaría hasta las Germanías al menos.

                Bibliografía.

                Jacques Heers, La primera cruzada, Barcelona, 1997.