LOS ESPINGARDEROS DE LOS REYES CATÓLICOS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

30.10.2019 09:28

                El despliegue militar de la infantería ganó efectividad en los campos de batalla de la Europa de la Baja Edad Media. Arqueros y ballesteros, junto a los lanceros, demostraron su pericia a sus rivales, a veces los orgullosos caballeros. Sin embargo, armas como el arco requerían no poca fuerza para tensarse. En esta Europa en competición se desarrollaron las armas de fuego, algunas portátiles y de uso individual como la espingarda, una de las primeras formas de escopeta que precedieron al arcabuz.

                La espingarda carecía de llave o serpentín para mantener la mecha, que debía fijarse con la ayuda de un palito o estopín sobre el fogón. Era una operación ciertamente complicada, que requería no poca pericia, pues se hacía con uno de los brazos al emplearse el otro para apuntar.

                Los espingarderos hicieron su aparición en los reinos hispánicos del siglo XV y los Reyes Católicos los desplegaron en la conquista de Granada y en sus guerras contra los franceses. Tales soldados no dejaron de formar parte de las guardias reales.

                Lograr espingarderos buenos no fue sencillo. Una ciudad del poder de Sevilla movilizó en 1477 veinte espingarderos junto a trescientas cincuenta lanzas. La Hermandad tuvo una capitanía de cincuenta espingarderos, percibiendo al mes cada uno mil maravedíes, que no cumplieron las tareas de orden de los cuadrilleros. Se escogieron en los momentos de mayor riesgo los de singular pericia: de los cincuenta de la armada de Sicilia de 1494 treinta procedieron de La Alhambra y el resto de Almería, plazas particularmente destacadas. Cincuenta espingarderos de Écija formaron parte de la guarnición de Mazalquivir tras su conquista en 1505.

                Se ordenaba repartir entre el vecindario de las villas y ciudades las plazas de espingarderos. En Jerez de la Frontera se ordenó al corregidor en 1496 averiguar sus gastos en armas, así como el dinero que se conseguiría por su venta.

                La importancia de los poderes locales en su movilización era patente, que emplearon los distintos medios a su alcance. En 1477 se dio facultad a Sevilla de imponer sisa con tal fin y a Toledo en 1488. Guadalajara pagó 15.000 maravedíes de sus fondos de propios para la fuerza de espingarderos que envió a Perpiñán en 1496.

                Los pagos ocasionaron más de un problema. Los oficiales de mano de Córdoba tuvieron que avanzar el dinero en 1490. A los caballeros de premia cordobeses se les repartieron cantidades a tal efecto, que dieron pie a más de un litigio sobre lo verdaderamente exigido y satisfecho a la altura de 1497. Antes, en 1492, habían sido acusados los jurados de Carmona de quedarse con parte de la paga de los cincuenta espingarderos. En 1504 la Tierra de Salamanca pleiteó con la su cabecera ciudadana por el reparto de la paga de espingarderos.

                Fueron dirigidos los espingarderos por capitanes que recibieron cartas de aposentamiento. Algunos fueron verdaderos profesionales de la guerra, como el catalán Bartolomé Sánchez, que condujo a la campaña de Baza espingarderos y peones, que no se le habían retribuido a la altura de 1490. Otros, en cambio, como Pedro de Covarrubias (capitán de una de las primeras compañías montadas de espingarderos) fueron recompensados con el oficio de jurado en la conquistada Málaga. Al igual que los demás militares de su tiempo, aprovecharon los más duchos para hacer carrera y lograr honores, llegando a tiempo para que participaran en la conquista del Caribe, antes que el arcabuz impusiera su predominio tras la conquista de Orán (1509).

                Fuentes.

                Archivo General de Simancas.

                Cancillería. Registro del Sello de Corte, 148503 (27) y 149610 (33).