LOS ECOS DEL MOTÍN DE ARANJUEZ.

19.03.2021 12:10

               

                “Al toque de oraciones de la tarde de aquel día en que conmemora la Iglesia al patriarca San José, hallábase reunida toda mi familia en la sala de la casa, frente al obligado cuadro que pendía en el testero representando la Purísima Concepción, y rezando en actitud religiosa el Santo Rosario, operación cotidiana, que dirigía mi padre, y a que contestábamos los demás, inclusos -¿se creería ahora?- los sirvientes de ambos sexos, que para el caso eran llamados a capítulo.

                “Y aquella tarde, como día de tan gran solemnidad, reforzábase el piadoso ejercicio con un buen aditamento de Pater Noster y Ave María, especialmente al Esposo de Nuestra Señora.

                “Cuando nos hallábamos todos más o menos místicamente entregados a tan santa ocupación, vino a interrumpirla un desusado resplandor que entraba por los balcones, una algazara inaudita que se sentía en la calle, unos gritos desentonados, formidables, de alegría o de furor.

                “¡Viva el rey! ¡Viva el Príncipe de Asturias! ¡Muera el Choricero! Éstos eran los que sobresalían entre las roncas voces de aquella muchedumbre desatentada. No hay que decir que todos los balcones se abrieron y llenaron de gente, que con vivas y apasionadas aclamaciones respondían a tal algazara, agitaban los pañuelos, y con las palmas de las manos, con panderos, clarines y tambores de Navidad, reproducían hasta lo infinito aquel estallido de entusiasmo popular.

                “Para mis hermanos y para mí, todos de tierna edad, aquello era un espectáculo admirable, embriagador; aquellas voces, aquellos instrumentos, aquellas carreras, aquellos hachones de viento, hacían nuestras delicias y producían en nuestros sentidos acaso la primera emoción profunda e indeleble. A mí, sin embargo, algo se me indigestaba en aquel vocerío, y este algo no era otra cosa sino el grito que sobresalía entre todos de ¡Muera el Choricero!

                “-Pero padre –pronuncié al fin, dirigiéndome a su merced-, ¿por qué dicen que muera el choricero? ¿Qué mal les ha hecho el pobre Peña para querer que se muera?

                “Y decía esto con alusión al honrado fabricante extremeño que surtía la casa, y que, como todos los demás del pueblo de Candelario, pertenecía a una de las tres dinastías: Peña, Rico y Bejarano, que monopolizan de siglos atrás el surtido de la capital.

                “-No se trata de él, hijo mío –me contestó mi madre muy conmovida-; se trata del pobre Godoy, del Príncipe de la…

                “-De las tinieblas –medió mi padre bruscamente.

                “-¿Cómo, qué? –dije yo sobresaltado-, ¿del Príncipe de la Paz?

                “Y sin darme un momento de espera, empecé a cantar:

                “Viva, viva, viva // nuestro protector, // de la infancia padre, // de la patria honor, // y del instituto // noble creador.

                “-Cállate, maldito de cocer –replicó mi padre con su expresión favorita, y era la más terrible que nunca escuché de su labio. ¿Qué estás cantando?

                “¡Toma! –repliqué yo, lo que cantan los colegiales (de la Institución Real Pestalozziana) en casa de mi padrino.”

                Ramón de Mesonero Romanos, Memorias de un setentón, Barcelona, 2008, pp. 25-28.

                Selección de Víctor Manuel Galán Tendero.