LOS CONEJOS VENCEN A LOS PORTUGUESES. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

25.09.2014 15:54

                El Atlántico atrajo fuertemente a los portugueses del siglo XV, cuyas islas ofrecían halagüeñas perspectivas de enriquecimiento. Sus hidalgos habían cruzado armas con fortuna desigual con los musulmanes de Fez, pues la conquista de Ceuta no había sido el prolegómeno de mayores conquistas al otro lado del Estrecho. Los navegantes abrieron una nueva perspectiva a una empresa iniciada con afanes de cruzada por la monarquía.

                El archipiélago de Madeira se ofrecía con atractivo virginal a los emprendedores portugueses. Las accidentadas islas de Madeira y Porto Santo podían ser colonizadas, convirtiéndose en útiles escalas de navegación. La cotizada caña de azúcar aportaría riqueza a aquellas tierras de promisión.

                En 1420 llegaron los portugueses al archipiélago prestos a colonizar. Eran una mezcolanza de hidalgos, mercaderes y labradores las gentes de aquella fundación. El rey de Portugal concedía a un prohombre la autoridad necesaria para organizarla y regirla en su nombre, el capitán donatario, más poderoso que un simple funcionario de la corona y menos que un señor feudal. El honor recayó en el futuro suegro de Cristóbal Colón, Bartolomé Perestrello, de linaje caballeresco italiano.

                En Porto Santo tuvo la ocurrencia de dejar en libertad a unos pocos conejos, tan habituales en la Península Ibérica hasta el extremo de bautizarla como Hispania, la tierra de los conejos de los fenicios según una tradición no del todo clara.

                Aquellos voraces roedores se multiplicaron prolíficamente en la isla, devorando la naturaleza original y la que los colonizadores intentaban implantar. Determinados a no dejarse vencer, los portugueses se organizaron contra tal plaga. Organizaron cuadrillas de batidores y atacaron sus madrigueras.

                De nada sirvieron sus energías, pues no fueron capaces de detenerlos. Los portugueses optaron por retirarse a Madeira en busca de mejores condiciones. En 1455 los conejos todavía imponían su ley en Porto Santo. No sería la primera vez que estos roedores comprometieran una colonización europea, como sucedería en Australia.