LA TOMA DE ALMERÍA EN TIEMPOS DE ALFONSO VII.

14.01.2018 11:27

                

                Los castellanos medievales, del Norte del Duero a las Canarias.

                En los siglos XI y XII el predominio musulmán en el Mediterráneo Occidental dio paso al cristiano. Durante aquel tiempo, coincidiendo con el arranque de las Cruzadas, las ciudades de Pisa y de Génova acrecentaron su fuerza naval y comercial. Aliadas a veces, rivales en muchas ocasiones, se interesaron por el destino de las ricas tierras andalusíes, especialmente cuando los asuntos de Tierra Santa no marchaban según su gusto. En el 1114 los pisanos participaron junto a las tropas del conde de Barcelona Ramón Berenguer III en la expedición de Mallorca. Antes de la conquista cidiana, la suerte de Valencia tampoco les había resultado indiferente.

                Pisa suscribió en el 1133 un acuerdo comercial con Ibn Maymun de Almería, el comandante de la flota allí anclada, famoso por fortalecer los lazos mercantiles con Alejandría y por sus expediciones navales, que le llevaron hasta la misma Normandía. Los pisanos tuvieron así un mejor acceso al imperio almorávide, con la contrariedad de los genoveses.

                No se resignaron los de Génova a perder posiciones e intentaron llegar a pactos con los grandes monarcas hispano-cristianos para promocionar su causa. El 26 de mayo de 1135 Alfonso VII se coronó en la catedral de León Imperator totius Hispaniae, recibiendo el homenaje de su cuñado el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona, más tarde también príncipe de Aragón. En sus combates contra los almorávides, deseosos de reconquistar Toledo, contó con las huestes de la frontera (la misma Toledo, Ávila, Segovia o Salamanca), dirigidas por comandantes como Rodrigo González de Lara, que llegó a incursionar la tierra de Sevilla. En el 1138 el emperador emprendió una expedición que le llevó hasta Jaén, Baeza, Úbeda y Andújar, y en el 1144 retornó al área de Baeza y Úbeda. Supo proteger su botín en Granada y alcanzó Almería.

                El dominio almorávide sobre Al-Ándalus se resquebrajaba. Las aristocracias locales responsabilizaban a su régimen de las derrotas frente a los cristianos, mientras Sayf al-Dawla (el Zafadola de los documentos cristianos) trataba infructuosamente de consolidar su poder y los almohades avanzaban por el África del Norte. En estas circunstancias, los genoveses no se mostraron inactivos, precisamente. En el 1146 atacaron Menorca y Almería, donde exigieron hasta 113.000 maravedíes por su retirada. Durante el asedio de Córdoba, Alfonso VII recibió una embajada de Génova, que le ofreció la asistencia de naves, guerreros y de una suma de 30.000 maravedíes para tomar Almería, señalada de forma interesada como el nido de los piratas que atacaban Constantinopla, Sicilia, Bari, Pisa, Génova, Barcelona y Galicia.

                Complacido de la oferta, Alfonso (según su Crónica) envió al obispo de Astorga a Barcelona para tratar con Ramón Berenguer IV su participación en la campaña almeriense, a la que también se quiso sumar a Guillermo de Montpellier. En agosto de 1147 se había convenido que aguardaría a las fuerzas genovesas en las proximidades de Almería, de cuya campaña nos da noticia el Poema de Almería, que figura al final de la Crónica de Alfonso VII, y la Historia del genovés  Caffaro di Rustico da Caschifellone, interesado en destacar el protagonismo de los suyos en la empresa.

                La campaña tuvo lugar en un ambiente de exaltación cruzada, pues el Papa Eugenio III la había animado tras la pérdida del condado de Edesa en el 1145. Por aquel tiempo, además, las fuerzas almohades habían alcanzado ya la Península. El trato que dieron a las comunidades mozárabes y judías de Al-Ándalus fue censurado por la misma Crónica.

                Por ello, en el Poema se presenta la campaña como una auténtica cruzada, bien incentivada por el clero. En mayo de 1147, las fuerzas gallegas encomendadas a la protección de Santiago Apóstol se reunieron con Alfonso VII, presentado con exageración como un verdadero Carlomagno. A sus tropas se sumaron igualmente las de García Ramírez de Navarra. Las huestes de Alfonso, siguiendo una línea habitual, tomaron las plazas de Andújar y Baeza, confiadas a Manrique de Lara. En agosto recibió la embajada (dirigida por Otto Bonvillano) de los francos en su real baezano, entre los que también había pisanos finalmente. Para entonces, la fuerza de Alfonso se había reducido a 1.400 caballeros, según la Historia de los genoveses, que se sintieron despagados.

                Anteriormente, su armada de sesenta y tres galeras y más de cien naves auxiliares de transporte había llegado a Barcelona, comandada por el cónsul Balduino. Desde allí partieron a Almería. Con la llegada de las fuerzas del rey de Aragón y conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, se intentó una celada para hacer salir a los sitiados. El objetivo se logró parcialmente. Al acudir las huestes alfonsíes, se planteó el asalto con mayor vigor. Los genoveses se organizaron en compañías de unos mil guerreros. El viernes 17 de octubre de 1147 los combates fueron intensos y las tropas cristianas irrumpieron en Almería. Cayeron personas como el escritor Al-Rushati. Cuatro días después cayó la poderosa alcazaba de la ciudad.

                La presa había sido magnífica. Al-Idrisi la consideró a mediados del siglo XII como una de las ciudades más opulentas de Al-Ándalus, con su valle productor de gran cantidad de frutos que se vendían a bajo precio, sus huertas y jardines, su reputada artesanía, sus ochocientos telares de seda y su valioso comercio con Alejandría y Siria. Por ello sus habitantes pagaban con facilidad al contado. Además de la colina de la alcazaba y la del otro núcleo urbano, separadas por un barranco, este autor admiró a su arrabal de Poniente, el del aljibe, rodeado de murallas que encerraban gran cantidad de edificios, posadas en las que se pagaba el impuesto del vino y mercados.

                Al genovés Otto Bonvillano, nombrado por Alfonso VII conde de Castilla, se le encomendó el gobierno directo de la ciudad, al frente de unos mil soldados, aunque el teórico se confió al aliado Ibn Mardanis. De los resultados del dominio cristiano, el citado Al-Idrisi nos ofrece una lúgubre impresión. Sus edificios públicos fueron destruidos, sus habitantes reducidos a la esclavitud y su encanto desaparecido.

                La toma de Almería hizo aconsejable un acuerdo entre Alfonso VII y Ramón Berenguer IV. Por el tratado de Tudilén de enero de 1151, el primero se reservó el dominio de Lorca y Vera a modo de escudo estratégico. Sus planes fueron desbaratados por los almohades, que recuperaron el dominio de Almería en 1157. Alfonso no logró retomarla, y regresó por Baeza. Al pasar el puerto del Muradal, falleció un 21 de agosto en el paraje de La Fresneda.

                La empresa, con independencia del resultado final, demostró varias cosas. Los genoveses comenzaron a dar vivas muestras de interés político y económico por la península Ibérica, lo que les llevaría con el tiempo a fuertes disputas con Aragón, a la alianza con Castilla y a formar parte de los mecanismos financieros de la Monarquía hispánica. El rey de Castilla y León participó en una empresa con carácter de cruzada en la que participaron contingentes de otros reinos, incluso de más allá de los Pirineos, verdadero precedente de las campañas de las Navas de Tolosa o de la conquista de Granada. Por supuesto, las ambiciones castellanas de dominio del valle del Guadalquivir y de asomarse al Mediterráneo eran muy evidentes. La toma de Almería indicó algunos de los senderos del futuro castellano.

            Víctor Manuel Galán Tendero.