LA SED DE JUSTICIA DE CAYO GRACO. Por José Hernández Zúñiga.

09.12.2016 08:33

                

                En el 124 antes de Jesucristo llegó a Roma un joven de veintinueve años que había servido con integridad a la República en Cerdeña, Cayo Sempronio Graco, hermano del asesinado tribuno de la plebe Tiberio Sempronio Graco, cuyo cadáver fue arrojado al Tíber. Quiso limitar la extensión de los latifundios, asignar a los ciudadanos empobrecidos tierras comunales y distribuir entre las gentes los bienes del tesoro de Pérgamo. A los grandes potentados romanos no les hizo ni pizca de gracia.

                La conquistadora Roma se enfrentaba a una aguda crisis social, pues gran parte de sus ciudadanos no gozaron de los beneficios de un enorme botín en dinero, tierras y esclavos. El nuevo tribuno, el apasionado Cayo, promulgó una serie de leyes para mejorar la situación de muchos romanos.

                Su ley frumentaria propuso ofrecer trigo a los más necesitados a un precio menor que el del mercado. Se construyeron graneros para almacenarlo y vías para transportarlo. Se sufragó el equipo militar de los soldados ciudadanos, que tenían que guerrear a grandes distancias de sus hogares. Remozó la ley agraria de su hermano por la que se limitaba la extensión de las fincas. Animó la fundación de colonias de ciudadanos romanos en Tarento y Capua. Incluso pensó en fundar otra en la arrasada Cartago con no escaso escándalo. Convirtió los dominios de Anatolia, los de Asia, en provincia para evitar los excesos de los recaudadores allí. Incorporó a los tribunales de justicia a los caballeros junto a los senadores. Por si fuera poco se propuso extender la ciudadanía romana a todos los aliados de Italia.

                Los grupos aristocráticos se sintieron amenazados e hicieron uso de su poder e influencia. Llamaron al combate a sus clientes y esclavos contra Cayo y los suyos. Aprovecharon su estancia en Cartago en el 122 antes de Jesucristo para turbar el ambiente social. Para evitar los disturbios, en teoría, se dieron poderes extraordinarios a unos cónsules que procedieron contra los reformistas sin contemplaciones. Cayo tuvo que escapar a las boscosas laderas del Janículo, donde dispuso que un esclavo de confianza le diera muerte. Corría el año 121 antes de nuestra Era. Sus seguidores también sufrieron un destino terrible.

                Algunos historiadores han reprochado a Cayo de querer establecer un Estado con excesivos gastos y que ofrecía pocos alicientes a los grandes productores de cereales. Otros en cambio se han fijado en su deseo de repartir los frutos de la acumulación primitiva de capital o de las conquistas entre un número mayor de personas, que se comprometerían de manera más firme con la República. Lo cierto es que algunas de sus propuestas (como las de la fundación de colonias, la extensión de la ciudadanía romana y la provincialización) serían más tarde adoptadas por políticos como Julio César u Octavio Augusto, así como por sus más ilustres continuadores al frente del imperio. Los estoicos de los siglos I y II honraron al final la memoria de un hombre que murió por hacer una República más justa, aunque sin renunciar a las conquistas y al esclavismo. Tanto sus medidas, junto a las de su hermano, como su recuerdo dieron su fruto pasado el tiempo.