LA PUNZANTE CAÑA ROTA EGIPCIA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

26.10.2021 08:20

 

                En el siglo XIV antes de Jesucristo, Egipto se erguía como uno de los grandes poderes de la Antigüedad. Durante el largo reinado de Ramsés II, dominó el área de Nubia y extendió su poder en la franja del Levante mediterráneo, a despecho del resultado incierto de la batalla de Qadech. En el 1270 a. n. e., los egipcios concertaron su tercer tratado con sus rivales hititas, y un hijo del faraón contrajo matrimonio con una princesa de aquéllos. Por aquel tiempo, los micénicos conquistaron Troya, y el futuro del poder de Egipto parecía asegurado.

                Hacia el 1230 a. n. e. los egipcios lograron rechazar una invasión de los belicosos Pueblos del Mar, e incluso emprendieron acciones militares al Sur de Siria. Sin embargo, el famoso éxodo de los hebreos es muy probable que se produjera en esta época.

                Una vez más, entre el 1230 y el 1200, el desorden político se apoderó de Egipto. Iarsú el sirio logró alzarse momentáneamente con el poder. Por fortuna para Egipto, su rival el imperio hitita se desmoronaba paralelamente.

                Hacia el 1190 a. n. e. Ramsés III impulsó la reorganización de la administración egipcia. Se impuso a los Pueblos del Mar, combatió a los libios y emprendió campañas en territorio asiático. Sin embargo, los problemas interiores derivados de disputas en el harén le ocasionaron serias amarguras.

                Entre el 1150 y el 1060 la monarquía faraónica se debilitó. Los trabajadores hicieron verdaderas huelgas, y las tumbas reales fueron saqueadas. Estos tiempos del Tercer Período Intermedio de la Historia de Egipto coincidió con el abatimiento de los poderes micénicos por los conquistadores dorios.

                El resultado para el poder egipcio era desalentador, pues hasta el -950 el territorio se dividió entre los monarcas de Tanis al Norte y al Sur los de Tebas, ejerciendo como tales los grandes sacerdotes de Amón, que tan gran poder habían acumulado. El eclipse del poder de Egipto coincidió con gran parte del reinado de Salomón, con las manos libres para muchas de sus empresas.

                Desde Tanis, al final, se consiguió la reunificación de Egipto, en el que los militares de origen libio alcanzaron un destacado protagonismo. Uno de ellos, Chechanq, llegó a ser faraón. Atacó Jerusalén y se llevó los tesoros de su templo, aprovechando la división de la monarquía de Salomón entre los reinos de Judá e Israel. Su hijo sería sumo sacerdote de Amón, una condición que pasaría a sucesivos herederos faraónicos.

                Sin embargo, los desórdenes volvieron a Egipto en el 850 a. n. e. En la segunda mitad del siglo –VIII, cuando se fundaba Roma, creció en Nubia y el Alto Egipto el reino de Napata, el de los kuchitas, que en el -721 conquistaría todo Egipto. Con todo, los nuevos amos tendrían que enfrentarse a las insurrecciones del Delta y a la hostilidad de los asirios.

                En el -671 el asirio Asarhaddon tomó Menfis, recuperada por los egipcios en el -669. Sin embargo, en el -667 el Delta y Tebas fueron conquistados por Asurbanipal. Los asirios se habían impuesto temporalmente.

                Los egipcios no se dieron por vencidos, y en el -650 Psamético I reconquistó territorios con la ayuda de mercenarios carios y jonios. Hacia el -621, los asirios habían sido expulsados, mientras los griegos fundaron su factoría de Naucratis.

                El revigorizado Egipto llegó a aliarse con una declinante Asiria en el -609 frente a los pujantes babilonios. El faraón Necao II emprendió una política dinámica. Reconstruyó su flota con la colaboración de los jonios, y alentó la circunnavegación fenicia de África. Proyectó un canal del Nilo al mar Rojo. También se mostró activo con las armas: venció en Meggido a Josías de Judá, pero fue derrotado en Karkemís por el babilonio Nabucodonosor.

                Hacia el -594 las fuerzas egipcias consiguieron conquistar Napata, y en el -588 la flota egipcia unió sus fuerzas a la de la fenicia Tiro. Sin embargo, Nabucodonosor logró derrotar a los egipcios, a la par que dominaba Jerusalén y deportaba a los judíos a Babilonia.

                Una vez más, los egipcios no se dieron por vencidos. En el -568 se alió con Cirene y Samos el faraón Amasis con éxito. La alianza en el -547 sería con Lidia y Babilonia contra una nueva potencia en alza, los persas. Al final, en el -525 el rey de reyes persa Cambises conquistaría Egipto, que iniciaría un nuevo tiempo de dominaciones en el que conservó su personalidad y su impresionante legado. La caña rota egipcia no era nada menospreciable.

                Para saber más.

                François Daumas, La civilización del Egipto faraónico, Barcelona, 2000.