LA PIEDRA DE TOQUE BELGA DE LA I GUERRA MUNDIAL. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

05.08.2014 00:27

                El 7 de agosto de 1914 la plaza fuerte de Lieja cayó en manos de los alemanes. Antes del estallido de la Gran Guerra Lundendorf la había reconocido disimuladamente, bajo la apariencia inicua de un hombre que viajaba románticamente con su esposa.

                El II Reich ya había madurado años antes la conquista de la neutral Bélgica según el tratado de 1839. En el plan Schilieffen el ejército alemán pensaba violentarla para atacar rápidamente por el Norte el territorio de Francia. Fuera de combate los franceses, Alemania quedaría con las manos libres para vencer al extenso imperio ruso y ganar el conflicto con eficiencia. Los alemanes se habían mostrado muy activos en la portuaria Amberes a comienzos del siglo XX, y habían procurado atraer a su campo a los conservadores católicos y a los flamencos. Todos sus intentos se mostraron vanos, y la Bélgica del rey Alberto I se negó a permitir el tránsito de las fuerzas alemanas por su territorio.

                Este monarca se había empeñado en reformar su ejército, anulando las redenciones en metálico a favor de un sistema de reclutamiento más equitativo y general. Los belgas combatieron con valor, pero fueron arrinconados por los alemanes. La toma de Amberes sobresaltó al Reino Unido: el II Reich amenazaba estratégicamente el corazón del imperio británico, que se decidió a entrar en guerra junto a los belgas, franceses y rusos.

                Alberto I y su gobierno fueron vencidos y se refugiaron cerca del Havre, en la Sainte Adresse. El II Reich no logró asestar el deseado golpe de muerte a Francia, pero ocupó Bélgica a lo largo de la Gran Guerra. Sus violencias contra los eclesiásticos y las monjas belgas fueron denunciadas por la propaganda francesa, que en 1915 presentó la lucha como una cruzada de la civilización contra la barbarie germana. El Congo belga no se doblegó ante el II Reich, y participó en el esfuerzo bélico de los aliados en África.

                Bajo la égida de un gobierno general, Bélgica se dividió entre un territorio de administración civil y otro de carácter eminentemente militar, expuesto a los vaivenes del frente. Los políticos y hombres de negocios oportunistas accedieron a cooperar con los alemanes. Los nacionalistas alemanes tenían una idea muy precisa del destino belga. La germánica Flandes sería incorporada a Alemania, y la Valonia podría ser entregada a una avasallada Francia a cambio de la aceptación perpetua de Alsacia y Lorena en manos alemanas.

                Los belgas soportaron el esfuerzo económico de guerra impuesto por el II Reich, y en el revolucionario 1917 estalló una importante huelga general. Al año siguiente Alemania se vería obligada a reconocer su derrota. Los ocupantes se marcharon, y un triunfante Alberto I retornó como héroe de la resistencia patriótica de un país dividido por las cuestiones nacionalistas y que años más tarde volvería a ser controlado por Alemania.