¿LA PESTE NEGRA MEJORÓ LA SUERTE CAMPESINA? Por Víctor Manuel Galán Tendero.

30.01.2015 16:52

 

                A mediados del siglo XIV la crisis se desató en la Cristiandad occidental en forma de muerte epidémica. La enfermedad, la miseria y la marginación flagelaron a las gentes, atormentadas por las horrorosas visiones del fin de los tiempos. Las guerras empeoraron todavía más la situación crítica.

                Sin negar la terrible exactitud de todo ello, la moderna historiografía contempla tan terrible época desde una óptica más compleja y dialéctica, no tan negativa si se quiere.

                En el siglo XIII la tierra de cultivo comenzó a escasear en varias regiones de la Europa Occidental a la par que sobraban brazos. La emigración a determinadas áreas de colonización de las fronteras de la Cristiandad no aminoró el problema. La roturación de terrazgos de escasa calidad lo agravó a la larga. El pago de los derechos señoriales detrajo valiosos recursos de las comunidades campesinas.

                La gran epidemia de peste negra de 1348 resultó cara para los europeos. La mortandad impidió que muchos campos se cultivaran. Las cosechas se pudrieron ante la falta de brazos y los granos no se molieron por la muerte de demasiados molineros. Ante el desastre se acapararon muchos víveres y los precios subieron excesivamente. Los brotes de la enfermedad se repitieron a lo largo de los siglos XIV y XV.

                Sin embargo, la peste modificó en sentido favorable a los campesinos el precario equilibrio entre terrazgo y personas. Los cultivadores pudieron exigir mejores condiciones retributivas y tributarias, acogiéndose a la labranza de terrenos de pendiente, drenaje y cultivo más aptos. Algunos campesinos pudieron ampliar sus tenencias y contratar a sus vecinos menos afortunados.

                                                

                Los señores tuvieron que lidiar con unas comunidades más conscientes de su valor y de sus derechos, así como con la pérdida de valor de la explotación directa de su reserva de tierras. Muchas personas no se resignaban a la servidumbre y las nuevas explotaciones campesinas les hacían la competencia en la venta de grano a las ciudades. A veces respondieron con acritud, procurando imponer algunas cargas señoriales, pero en otras recurrieron con mayor énfasis a la explotación indirecta y a la diversificación de su producción, apostando por la lana, el lino, el cáñamo, las plantas tintóreas o la vid.

                Ciertamente la reducción del vecindario de varias ciudades y el empobrecimiento de importantes capas artesanas no ayudó a las rentas campesinas, perjudicadas por el descenso del precio de los granos. Sin embargo, el retorno al sistema de rotación bienal y el aumento de las cabezas de ganado en la Europa renana puso en la mesa campesina una mayor cantidad de pan, cerveza, carne y leche. Los trabajos artesanos en los meses de menor labranza y el comercio en los mercados locales acrecentaron sus ingresos. La recuperación económica del Renacimiento fue indisociable de la reconversión de la economía campesina forzada por la crisis.