LA LECCIÓN DEL GOLPE EN LAS BATALLAS TERRESTRES RUSO-JAPONESAS (1904-05). Por Mijail Vernadsky.

12.08.2017 12:48

 

                A principios del siglo XX el imperio ruso disponía de unos 100.000 soldados al Este del lago Baikal, que interrumpía la línea del ferrocarril Transiberiano. Los suministros militares debían descargarse a orillas del lago y volverse a cargar después para reanudar su marcha. Los zares de Rusia tenían claras pretensiones de dominio en el Extremo Oriente, con un tambaleante imperio chino. Manchuria y Corea se encontraban entre sus objetivos.

                El imperio ruso era una potencia de gran extensión geográfica y numerosos recursos naturales que estaba acometiendo una serie de reformas desde mediados del siglo XIX. Aliada de Francia, la inversión extranjera estaba ayudando a mejorar su red ferroviaria. Sin embargo, el régimen político zarista se mostraba anacrónico y los opositores reclamaban mayores reformas. Las ideas imperialistas de grandeza militar parecían una alternativa a los círculos zaristas con problemas de popularidad. En Asia algunos concibieron la idea de aplacar el llamado peligro amarillo, el de los pueblos asiáticos de vigorosa natalidad.

                Semejantes ideas no se materializaron finalmente en una China tambaleante, sino en un Japón que se había renovado militarmente y que albergaba ambiciones imperialistas en el continente asiático. Escudados con la alianza británica, el imperio japonés rompió las hostilidades en febrero de 1904 sin declaración previa y lanzó a sus 250.000 soldados sobre Corea y Manchuria. Francia no respaldó militarmente a su aliado ruso por temor a comenzar una guerra con Gran Bretaña.

                La iniciativa en el mar correspondió a los japoneses, que se impusieron a los rusos en una serie de batallas navales con rotundidad. Tomaron tierra paralelamente en Corea y se dirigieron al río Yalu. El general Kuropatkin pensó retirarse hacia el interior de Manchuria para recibir refuerzos y dejar que la posición de Port Arthur plantara cara por sí misma. El virrey ruso se negó a ello. Los ejércitos del zar encajaron una gran derrota en el Yalu y los japonenses asediaron Port Arthur, que resistió desde mayo de 1904 a enero de 1905. En sus combates de posiciones los japoneses sufrieron enormes pérdidas al lanzarse al asalto.

                Mientras tanto, la guerra también se libraba en Manchuria. En agosto de 1904 158.000 rusos colisionaron con 125.000 japoneses en Liao-yang. Los segundos desataron furiosos contraataques e hicieron que los rusos reconocieran una derrota que no estaba clara en el balance de bajas.

                No obstante, Kuropatkin recibió refuerzos y acrecentó sus efectivos a 200.000 soldados, superiores a los 170.000 japoneses. Su iniciativa en Sha-Ho de octubre de 1904 para cortar las comunicaciones japonesas fracasó. La parada invernal sirvió para acrecentar efectivos: 300.000 rusos contra 200.000 japoneses. En enero de 1905 estuvieron a punto de vencer los rusos, pero la caída de Port Arthur complicó su situación. Kuropatkin fue acusado de ser demasiado cauteloso, de indecisión a la hora de afrontar el combate.

                En febrero chocaron nuevamente los dos ejércitos, cada uno con efectivos superiores a los 300.000 soldados. Las grandes batallas del siglo XX ya eran una realidad. En Mukden los japonenses no pudieron desbordar a los rusos por los flancos, pero se alzaron con la victoria con la pérdida de 70.000 soldados. En septiembre de 1905 Rusia y Japón se encontraban al borde del colapso y aceptaron la mediación estadounidense para alcanzar la paz.

                La guerra había demostrado que una prolongación del conflicto moderno sería letal para la economía y la estabilidad social de cualquier Estado avanzado. Toda lucha debía concluirse de manera rápida, según se pensó, con un golpe de fuerza inicial que dejara fuera de combate al adversario. Tal lección intentó ser aplicada en 1914, pero lo único que consiguió fue desatar una guerra mucho más terrible que la ruso-japonesa.