LA ITALIA FEUDAL, MADRE DE LA ACTUAL. Por Gian Franco Bertoldi.

11.03.2016 06:52

                

                La Historia de Italia, de brillantes manifestaciones culturales de todos conocidas, ha carecido del carácter estatal de la de Francia o España, donde una autoridad central terminó imponiéndose a fines de la Edad Media a los poderes territoriales en mayor o menor medida. Los italianos tendrían que aguardar a 1870 para disponer de un Estado unificado, no sin escasos problemas. Para algunos ha supuesto una carencia básica, que se ha tratado de compensar de forma brutal. Sin embargo, el pluralismo italiano es algo perfectamente lógico si atendemos a su pasado medieval y no exento precisamente de beneficios, como el de una sociedad activa que no se deja arrastrar por los problemas de un Estado con severas carencias.

                La Italia que surgió de la descomposición del imperio carolingio, interpretado por algunos como todo un precedente de la Unión Europea (no sin cierta exageración), no pudo ser encasillada en un reino itálico, como les hubiera gustado a algunos nacionalistas retrospectivos. Al Sur todavía ligado a los bizantinos se opuso un Norte más próximo a las regiones de más allá de los Alpes.

                La vieja Roma, a la que conducen todos los caminos, había perdido en el siglo IX su esplendor de antaño, algo que databa de finales del Imperio. Su obispo, convertido no sin dificultades en cabeza de la Cristiandad occidental, regía con fuerza su vida, al igual que sucedía en otras localidades europeas. En Italia las ciudades no habían quedado precisamente postergadas en la vida pública y todavía se mantenían con lozanía como sedes condales y episcopales. En mayor o menor medida el comercio no había dejado de fluir por sus calles y plazas. La nobleza de guerreros y administradores no las habían desdeñado para residir. Desde Génova, Pisa y Florencia los nobles locales someterían a su férula al entorno rural, origen de poderosas repúblicas de grandes vuelos económicos.

                En esta vital Italia los marqueses de Friul o Toscana nunca se resignaron en el fondo a aceptar una autoridad superior por muy timbrada que fuera. Tampoco pudieron doblegar a ciudades como Ferrara o Mantua.  En aquella tierra se extendió el derecho, pronto puesto por escrito, de los conquistadores normandos de antaño, en el que la encomendación personal tuvo tanto peso. Sin embargo, la concesión del feudo no su asoció tan estrechamente como en otros países a la prestación militar. También se reconoció el consorcio familiar en el disfrute del feudo. La familia italiana reposa sobre sólidas columnas.

                Más al Sur, en disputada tierra de bizantinos, lombardos y musulmanes, las ciudades también mantuvieron su vivacidad. El peso de Bizancio quizá decantara la balanza hacia un pensamiento más estatal, como demostraría la posterior experiencia normanda y la constitución del reino de Nápoles, el Reino por antonomasia de los italianos. Ahora bien, una cosa era la pretensión y otra la realidad en esta tierra de fuertes jerarquías a la sombra de una autoridad vaporosa. Los amenazados bizantinos tuvieron que transigir con el poder de los terratenientes locales, algunos de origen oriental como los Rossano, en Calabria y Apulia. Aquí el mando del thema o circunscripción militar bizantina con soldados campesinas terminó siendo hereditaria en el seno de unas contadas familias. Mezcla de adoración por la Antigüedad, intensa vida ciudadana, localismo e intensas luchas políticas, la Italia de Maquiavelo hunde sus raíces en la del siglo IX. Ni los nuevos bárbaros conseguirían alterar sus más íntimos caracteres.