LA INTRÉPIDA SOCIEDAD GANADERA DE CUENCA.

19.01.2018 19:39

                

                Los castellanos medievales, del Norte del Duero a las Canarias.

                La decadencia del régimen almorávide había hecho concebir grandes esperanzas a los poderes hispano-cristianos. Tras la caída de Daroca (1121), Alfonso el Batallador fundó la orden del Santo Sepulcro en Monreal para ampliar sus dominios, y le prometió la mitad de las rentas de Cuenca, ciudad a conquistar. Sin embargo, el poder musulmán se mantuvo firme hasta el 1177, en parte gracias a la asistencia almohade.

                Las divisiones entre los reyes de la Cristiandad hispánica también ayudaron. El monarca de Castilla estaba enfrentado al de León y al de Navarra. El castellano Alfonso VIII, libre momentáneamente de la guerra contra el navarro Sancho VI, se concertó con Alfonso II de Aragón para conquistar la plaza fuerte de Cuenca. Según distintos autores, la ciudad fue asediada entre el 6 de enero y el 21 de septiembre de 1177, desde la festividad de la Epifanía a la de San Marcos.

                Ambos monarcas acudieron al frente de poderosas fuerzas. Al de Castilla lo asistieron figuras como el obispo de Burgos don Pedro, el señor de Vizcaya don Diego López de Haro, el señor de los Cameros don Diego Jiménez, el conde Nuño Pérez de Lara, las órdenes militares de Santiago, Calatrava y el Temple, y concejos como el de Ávila, cuyas huestes acaudillaron Nuño Rabia y Nuño Dávila, que posteriormente participarían en la toma de Alarcón. Al de Aragón lo siguieron el arzobispo de Tarragona, el obispo de Zaragoza, el señor de Daroca Fernando Ruiz de Azagra y el de Albarracín Pedro Ruiz de Azagra.

                El asedio de la empinada Cuenca fue dificultoso. Se emplearon máquinas de sitio para batirla, pero al final la forma más efectiva de rendirla consistió en el cerco por hambre. Las existencias también faltaron en el lado de los sitiadores, y una tradición recogida en el Romancero sostiene que Alfonso VIII abandonó por un tiempo el mando de las operaciones para celebrar cortes en Burgos, donde infructuosamente intentó que los nobles contribuyeran con dinero.

                Cuenca terminó capitulando, y los castellanos fueron avanzando a lo largo del territorio, a despecho de la oposición almohade. En 1186 conquistaron Iniesta y Alarcón en 1195. De 1210 arranca el poblamiento de Moya. En 1213, el año siguiente a las Navas de Tolosa, tomarían Alcaraz, y en 1219 el arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada intentaría conquistar Requena. De la empresa de Cuenca Alfonso II de Aragón conseguiría la exención de su vasallaje feudal a Alfonso VIII, además del ambiente propicio para la firma del tratado de Cazorla de 1179.

                En las historias posteriores, el cabildo de los hidalgos y el de los caballeros guisados de a caballo hacían remontar su formación y sus privilegios al mismo Alfonso VIII, algo muy  discutible. Lo cierto es que el Fuero de Cuenca, extendido a otras localidades como Requena y con puntos en común con el de Teruel, indica una sociedad más abierta y dinámica de la que en un principio podamos concebir, resultado de la importancia de la ganadería en la zona antes de la conquista y del modo de vida de los concejos de la frontera castellana.

                Para ir en hueste o en campaña se podían formar compañías de individuos que compartían obligaciones y ganancias. En esta tesitura, un particular podía confiar su caballo o su mula a un cabalgador o apellidero en una expedición. Todo ello se admitía sin faltar al deber del caballero de acudir a la hueste, que en caso de no asistir por razones de edad enviaría a su hijo o sobrino en sustitución, pero nunca a un collazo asoldado. Las expediciones eran para los concejos de la Transierra castellana un deber y una oportunidad, por lo que los atalayadores se escogían entre los más diestros de cada collación o demarcación parroquial de la Comunidad de Villa y Tierra.

                En esta sociedad, se perfilaron verdaderos profesionales de la guerra y de la ganadería, a veces muy asociados, pues al pastor se le asimiló laboralmente al guardián de los cautivos. Los pastores de vacas o de ovejas, los cabreros, los porqueros, los cabañeros, los rabadanes o los boyeros podían servir a otros por una retribución, como una oveja. El boyero al servicio de un labrador podía contratar junto al mismo varios trabajadores. Existía el temor que los mancebos no siempre fueran servidores que respetaran la honra de sus señores en punto a sus esposas e hijas, algo perturbador para una comunidad estamental.

                A los caballeros se les reservaba la función de la custodia de los ganados, la esculca a retribuir debidamente. Sin la presencia de tres caballeros en una aldea de su Tierra, no se podía acotar una dehesa, bien cerrada por sus barreras o talanqueras. Las preeminencias se vinculaban a unos deberes, lo que daría pie al surgimiento de los custodios de los términos concejiles, los caballeros de la sierra, los montaneros de otras localidades de Castilla.

                En este mundo de gentes intrépidas, el ganado atesoró un alto valor, más allá de por razones militares. El concejo corría con la compensación de los daños en caso de obligar a los vecinos a trasladar sus ovejas por alarma, y los expedicionarios tenían el derecho de ser resarcidos por la pérdida de su caballo. Sin embargo, los rebaños sin control podían ocasionar graves problemas en los cultivos, como las viñas, razón por la cual se establecieron las dehesas, susceptibles de ser arrendadas anualmente. En teoría, los recursos de los términos beneficiaban fundamentalmente a los vecinos, a aquellos que tuvieren casa poblada, por lo que los ganados de los forasteros podían ser quintados o sacados de sus pastos.

                Cuenca se erigió en cabeza de una de las cañadas de la Mesta, junto a Segovia, Soria y León, y con el tiempo desarrolló una valiosa manufactura pañera, frustrada por las adversas condiciones del siglo XVII. La Cuenca de los siglos XII y XIII era una prometedora comunidad que anticipaba algunos de los rasgos de la colonización española del Nuevo Mundo, donde los intrépidos ganaderos también dieron mucho que hablar, lo que ha conducido a varios autores estadounidenses y españoles a comparar la frontera de la Castilla medieval con la del Far West. Desde esta óptica, la Repoblación tendría un alcance que superaría la península Ibérica.

                Víctor Manuel Galán Tendero.