LA FURIA DE CORAZÓN DE LEÓN. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

22.09.2014 13:18

 

                Era un varón tan apuesto como iracundo el rey de Inglaterra Ricardo, que ganó justa fama de león. Marchó a la cruzada para expulsar de Jerusalén a los triunfantes musulmanes de Saladino, pero en su viaje hacia Tierra Santa protagonizó sonados combates y no pocas trifulcas de todo género.

                No era muy aficionado el bravo monarca a navegar, y atravesó la península italiana a caballo mientras gran parte de sus tropas alcanzaban por mar la siciliana Mesina, a donde antes llegó el sibilino aliado de Ricardo, Felipe de Francia, al que se presentó como el cordero frente al león. Sus años de reinado demostraron que fue un lobo con pieles corderiles, un político astuto alejado de la intemperancia de Ricardo.

                El de Inglaterra tuvo tiempo suficiente para conocer el estado político de Italia, cuyo dominio se disputaban los emperadores germánicos y los papas, aliados circunstanciales de los normandos de Sicilia. Su rey Guillermo II había esposado a la hermana de Ricardo, Juana, y al morir sin descendencia en noviembre de 1189 el papa Clemente III privó a Constanza, tía del inglés, del trono por estar casada con el imperial Enrique Hohenstaufen. Se puso la corona siciliana en las sienes de un hombre de escasa presencia: Tancredo, el primo bastardo del rey difunto. Las comunidades islámicas de Sicilia tomaron las armas contra él, y los alemanes le combatieron con denuedo en la península.

                Tancredo tampoco era santo de la devoción de Ricardo, muy molesto por la cautividad de su hermana Juana y la apropiación de su suculenta dote. De camino a Mesina tuvo tiempo de airarse más contra aquél, y de paso de protagonizar un desagradable incidente con un labrador de la ciudad de Mileto al que trató de arrebatarle un halcón.

                Sano y salvo llegó el rey cruzado a Mesina el 23 de septiembre de 1190. El león fue hospedado con todos los honores en la palaciega casa de Reinaldo de Muhec, fuera de las murallas de la ciudad. Al reclamar sus agravios, Tancredo accedió a liberar a Juana mientras Felipe de Francia se esmeraba en pacificar los ánimos entre los campeones de la cruz. Al fin y al cabo su enemigo aguardaba hacia el Oriente.

                Las buenas intenciones no disuadieron al inglés, que no tuvo empacho en ocupar Bagnara, un islote cercano a Mesina donde se erigía un monasterio de obediencia ortodoxa o griega. Sicilia había sido colonizada por los griegos desde la Antigüedad, y había formado parte del helenizado imperio bizantino antes de las conquistas islámica y normanda, que habían transigido con el carácter griego de la isla. Los ingleses recién llegados se mostraron altaneros con ellos, excediéndose con sus mujeres. Eran los hombres con rabo y los anglos bárbaros en concepto de los grifones o griegos.

                El 3 de octubre estalló la furia entre griegos e ingleses en Mesina, que cerró las puertas a los cruzados. Felipe de Francia se sintió horrorizado ante la perspectiva de una guerra inesperada. Puso sus mejores oficios diplomáticos, y tuvo el mérito de convencer a las principales autoridades de la ciudad y del reino para concertar la paz, que se rubricaría en el palacio donde se alojaba Ricardo. Cuando éste escuchó a través de las ventanas abiertas que los griegos lo escarnecían de palabra, montó en cólera. No quería saber nada de paz.

                Reunió a sus huestes y las arengó diciendo que si escarmentaban debidamente a los griegos serían temidos por Saladino, que tendría noticias cumplidas de enfrentarse a guerreros determinados y nada pusilánimes. Las hizo formar a continuación contra las murallas de Mesina, donde aguardaban sus defensores bien provistos de proyectiles.

                Los griegos lanzaron una lluvia mortífera contra los atacantes, que aguantaron a pie firme hasta que sus oponentes no tuvieron nada que arrojar. Entonces sus arqueros replicaron lanzando sus flechas contra unas defensas cada vez más diezmadas. Ricardo ordenó que los arietes avanzaran. Las puertas se astillaron tras sus feroces embestidas, y los ingleses irrumpieron en tromba. El león había expugnado la magnífica Mesina.

                El éxito no mermó su furia. Tomó rehenes entre los griegos y construyó el temible mategrifon o freno de los griegos, una fortaleza de madera desde donde controlar el territorio a voluntad. Ricardo había demostrado con creces ser un capitán audaz y un táctico perspicaz, cualidades dignas de su estirpe conquistadora.

                Tancredo quedó abatido. Accedió a pagar 20.000 onzas de oro a un hombre cuya furia se templaba a la vista de las riquezas. El 8 de octubre las aguas se serenaron, tratándose el enlace entre su sobrino Arturo y una hija de Tancredo.

                Para consternación de los sicilianos e inquietud del rey de Francia las tempestades impidieron a Ricardo zarpar con rumbo a Tierra Santa. El león no sólo no bajó la guardia en el invierno de 1190-91, sino que también mostró su carácter pendenciero y polémico. En cierta ocasión se reunió con el abad de Corazzo, el célebre Joaquín de Fiore, que le explicó el sentido del Apocalipsis. Ricardo le replicó con displicencia que ya era venido el Anticristo, ni más ni menos que el papa Clemente III, el enemigo de las pretensiones de su familia política.

                Un 10 de abril del 1191 salió Ricardo al frente de sus tropas de Sicilia, dejando un recuerdo temible y avanzando tanto su intrepidez como su soberbia, que tanto darían que hablar en los años venideros.