LA FRONTERA BAJOMEDIEVAL ANGLO-ESCOCESA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

11.01.2022 09:18

               

                La simple mención de la palabra frontera nos induce a pensar en separación, en territorios divididos por una línea de peligro, cuya vulneración alimenta la guerra. En la Historia de Europa tal clase de fronteras ha sido muy habitual.

                En las islas Británicas, la rivalidad anglo-escocesa trazó una frontera que duró siglos, perdurando mucho más allá de la guerra de los Cien Años. Las tropas de Robert Bruce de Escocia derrotaron a las de Eduardo II en la batalla de Bannockburn (1314), considerada por muchos historiadores un verdadero hito. Sin embargo, la independencia escocesa no sería reconocida por Inglaterra hasta el tratado de Northampton de 1328. Las relaciones entre ambas tierras habían sido intensas, y durante un tiempo pareció que los reyes de Inglaterra también lo serían de las tierras escocesas.

                El tratado, con todo, no serenó los ánimos, y la frontera entre ambos reinos se convirtió en una activa zona de fricción durante siglos, con algunas batallas de singular importancia, como las de Neville´s Cross (1346), Homildon Hill (1402), Flodden (1513) y Pinkie (1547). Los escoceses contaron en estas lides con la alianza de los franceses, los grandes rivales de los ingleses hasta la aparición de la España imperial. Estas luchas ayudaron a los arqueros ingleses a perfeccionar su técnica, pues tuvieron que enfrentarse con un enemigo tan decidido como ágil en sus movimientos.

                Paradójicamente, el enfrentamiento ayudó a perfilar una sociedad muy similar a ambos lados de la frontera. A diferencia de la castellano-granadina, no separaba dos mundos religiosos distintos durante la Baja Edad Media. Tanto en el lado inglés como en el escocés emergió una poderosa nobleza, con capacidad no solo para combatir en la frontera, sino también para influir en la marcha de sus respectivos reinos.

                En territorio inglés, se fortalecieron los condados de Northumberland, Westmorland y Cumberland, y medraron linajes como los Percy, los Neville y los Clifford. En el derrocamiento de Ricardo II de Inglaterra (1399) tuvieron mucha importancia los Percy. Los Douglas lograron también gran poder en las tierras bajas de Escocia.

                Los castillos simbolizaron bastante bien el poder de aquella nobleza fronteriza. Si los Douglas alzaron a finales del siglo XIV la poderosa fortaleza de Threave en Galloway, en el lado inglés se erigieron las de Gleeston (1330), Etel (1341) o Edlingham (1350).

                Tal acumulación de poder militar tuvo consecuencias socio-políticas claras. Los nobles ingleses intervinieron activamente en la política de su reino, y los escoceses no les fueron a la zaga. Además de controlar la vida comarcal, incluyendo la de municipios dotados de leyes propias, se introdujeron en el gobierno de la Iglesia a través del nombramiento de familiares o afines a su causa, y su voz resultó con frecuencia determinante en la vida parlamentaria. Este fenómeno no fue exclusivo de aquí, pues también se dio en otros reinos europeos.

                Curiosamente, se ha pensado que la atención que los señores del Sur escocés dedicaron al Norte inglés sirvió para que los linajes del Oeste de Escocia llevaran una vida más libre durante la Baja Edad Media, como fue el caso de los MacDonald, los señores de las islas deseosos de conquistar mayor poder en el Ulster irlandés. 

                El enfrentamiento fronterizo ayudó a perfilar la idea de Escocia e Inglaterra, con formas de vida coincidentes en numerosas ocasiones.

                Para saber más.

                Hugh Kearney, The Bristish Isles: A History of Four Nations, Cambridge, 2006.