LA FORMACIÓN NAZI. Por Gabriel Fernández Peris

25.03.2016 10:59

                Los primeros nacional-socialistas menospreciaron las seducciones de la vida hogareña. El apacible mundo familiar pequeño-burgués era el reverso de la beligerante vida de los defensores de su causa, cincelada a golpes de marcialidad curtida en los fragores de la Gran Guerra, el semillero de las milicias del partido y de los reverenciados caídos por la patria. La vida más personal del propio Hitler nunca se acomodó a los estereotipos familiares burgueses de su tiempo. Solo contrajo matrimonio a punto de suicidarse en su bunker, cuando los soviéticos se hacían con Berlín, y nunca tuvo hijos que perpetuaran una dinastía para su Reich milenario.

                Otros jerarcas nazis, en cambio, sí que hicieron ostentación de su vida familiar, lo que contribuyó no poco a forjar un ambiente cortesano en el III Reich. Joseph Goebbels, el estratega del despliegue propagandístico nazi, se mostró complacido de exhibir a su esposa e hijos como modélicos. El sanguinario Himmler, alto responsable de las SS, no vaciló en fotografiarse plácidamente con su hija.

                Precisamente las SS, el núcleo duro del nacional-socialismo, pretendieron moldear la institución familiar según sus ideas violentas, racistas y neo-paganas. En la familia se aplicarían sin dilación los principios de jerarquía, dominio y exclusión que debían presidir la sociedad alemana. Otra vez nos encontramos con el estereotipo del microcosmos familiar, aunque dentro de una sociedad totalitaria que impulsó otros mecanismos de agrupación alternativos. Desde 1923 el partido nazi creó una organización juvenil que con el tiempo absorbería y eliminaría a otras, las juventudes hitlerianas que tenían que preparar a los futuros soldados del imperio racista.

                En este esquema la emancipación femenina, ya comenzada antes de 1933, quedó completamente descartada al ser tildada de invención judaica. En el violento imaginario machista nacional-socialista se redujo a la mujer a simple elemento de procreación, reducido a un papel meramente auxiliar del varón. La exaltación racista de la maternidad aria no aseguraba de ningún modo a las madres controlar la educación de sus hijos, pues se pretendía forjar un pueblo nuevo, digno de la megalomanía del Führer.

                A todos aquellos que no se ajustaran a semejante canon les aguardaba desde la exclusión más dura a la solución final del exterminio. La represión sin escrúpulos moldeaba la mentalidad del pueblo de señores que no quería reconocerse en las ideas ilustradas de contemplar a otros seres humanos como hermanos. La quema de libros por muchachos es uno de los siniestros iconos de una sociedad culta que perdió la esencia de la cultura, la humanidad.