LA FORMACIÓN DE PORTUGAL EN LA HISPANIA MEDIEVAL. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

15.11.2015 12:49

                La idea de Reconquista y el nacimiento de Portugal.

                La Reconquista ha marcado la Historia de todos los pueblos peninsulares de manera decisiva, pues en ella hunden sus raíces Portugal como León o Castilla. Tras la conquista musulmana del reino visigodo de Toledo nada hacía presagiar la formación de los reinos hispanocristianos. El núcleo de resistencia astur todavía era demasiado precario librada la batalla de Covadonga, y las disputas entre los islamitas no tenían visos de resultar eternas.

                Sin embargo, la evolución del reino de Asturias entre los siglos VIII y IX abrió nuevos caminos. Se incorporó Galicia. La Cuenca del Duero, sobre cuya despoblación tanto se ha escrito, se organizó de forma novedosa. El fortalecimiento de la cultura literaria al calor de la llegada de los mozárabes del Sur alentó la idea de la recuperación de Hispania de los usurpadores musulmanes, considerándose los dirigentes del reino herederos de los visigodos. Este neogoticismo junto con las ambiciones repobladoras pasaron al reino de León, del que se terminaría desgajando Castilla mas no las tierras septentrionales del futuro Portugal, tan ligadas entonces a Galicia.

                En el siglo XI se asiste al hundimiento del otrora poderoso Califato de Córdoba y al engrandecimiento de la monarquía leonesa-castellana, que reclama el imperio de Hispania, que al final nada tendría que ver con la visigoda como consecuencia de la evolución de las instituciones feudales, de la afirmación de los concejos de la repoblación y del anudamiento de nuevas relaciones con los otros pueblos de la Cristiandad, particularmente a través del Camino de Santiago.

                Alfonso VI, el rey que tomara Toledo en el 1085 y dos veces desterrara al Cid, reforzó sus vínculos matrimoniales con linajes de más allá de los Pirineos. Casó a sus hijas Urraca y Teresa con nobles borgoñones. A la segunda no le cayó en suerte finalmente la herencia de unos reinos en conflicto ni una boda desdichada con el aragonés Alfonso el Batallador, sino un enlace más discreto con el borgoñón don Enrique de Lorena, con el que gobernaría el condado portugalense. Tales fueron los orígenes de uno de los reinos europeos más poderosos de los siglos XV al XVI.

                El nombre del futuro reino proviene del pequeño lugar ubicado en la desembocadura del Duero (Cale), que antecedió a Oporto, el puerto. El condado del siglo XI se benefició de la conquista de Coimbra en 1064 por Fernando I (padre del citado Alfonso VI), que impuso tributo o el pago de parias a los musulmanes de Badajoz. Los conflictos que conmovieron a comienzos del XII León y Castilla afirmaron la autonomía del condado, en un tiempo en el que el vecino arzobispo de Santiago de Compostela Diego Gelmírez reforzara sus poderes señoriales.

                En la Historia compostelana auspiciada por Gelmírez se atribuye el tratamiento de reina a doña Teresa, siendo presentada como una fémina iracunda e incontinente. Fortaleció sus mesnadas y sus castillos. Libró fuertes combates con su hermana doña Urraca, auxiliada por el arzobispo de Santiago, viéndose obligada a reconocer circunstancialmente su señorío. Amancebada con el conde de Traba, también se enfrentó con su propio hijo don Alfonso en 1128. Doña Teresa terminó prometiendo la sepultura de su cuerpo a la sede de Santiago como muestra de acatamiento, pero sentó las bases del nuevo reino hispánico.

                Mientras tanto el hijo de su desdichada hermana la reina Urraca, Alfonso VII, consiguió finalmente poner orden en sus dominios y guerrear con éxito contra los belicosos almorávides. Incluso llegó a proclamarse emperador, recibiendo el homenaje vasallático de magnates como el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, casado con doña Petronila de Aragón. Otro gran señor que también le rindió pleitesía fue su primo Alfonso Enríquez, el conde portugués que sería reconocido como rey en 1143.

                    

                La aparición del reino de Portugal se ha explicado de varias maneras. Algunos historiadores la han atribuido especialmente a las complejas circunstancias de León-Castilla en la primera mitad del siglo XI, y otros al peso de un remoto pasado. Abandonando posiciones extremas se ha barajado la animadversión entre la Gallaecia bracarense y la lucense, que el arzobispo compostelano Gelmírez acentuaría, ocasionando las iras de la sede de Braga. El gran medievalista portugués Mattoso ha desmentido la enemistad entre gallegos y portugueses a lo largo de la Edad Media, destacando los lazos afectivos, familiares y culturales mantenidos en todo momento. Ramón Villares ha aducido la incapacidad de la nobleza galaica para forjar un gran reino del fuste de León o Castilla, dando pábulo a la separación entre la zona bracarense y la lucense, muy ligada a otras tierras hispánicas gracias a la Ruta Jacobea.

                El primer monarca de Portugal fue un varón determinado y calculador, fiel a la llamada a la lucha contra los musulmanes de Al-Andalus. Con habilidad supo sacar provecho de las fuerzas a su disposición, una de las más caras prendas de los grandes reyes portugueses. Las huestes cruzadas en tránsito hacia Tierra Santa le prestaron su valiosa ayuda en la conquista de Lisboa en 1147.

                

                La tradición lo honra con una aparición celestial en combate, como a Pedro I de Aragón y a Ramón Berenguer III. En la mitificada batalla de Ourique (ca. 1139) hizo armas Santiago, convertido en San Jorge definitivamente a principios del siglo XV para marcar distancias con la Corona de Castilla.

                

                La colisión con León.

                A la muerte de Alfonso VII León y Castilla se separaron temporalmente sin abdicar de sus más caros objetivos expansionistas. Por el tratado de Sahagún (1158) Fernando II de León se hizo reconocer por su hermano Sancho III de Castilla la conquista de las tierras andalusíes situadas al oeste de la Vía de la Plata: Mérida, Montánchez, el Alentejo y el Algarve. El dominio castellano del paso de la susodicha Vía por el Sistema Central, donde Alfonso VIII fundaría Béjar, determinaría el fortalecimiento leonés de Ciudad Rodrigo, la añeja Miróbriga.

                La descomposición del imperio almorávide tentó igualmente a los portugueses. Su rey don Alfonso había casado con Fernando II a su hija Urraca, que consiguió en concepto de bienes dotales una serie de fortalezas correspondientes a los leoneses. El matrimonio sería disuelto por el Papado al ser los contrayentes parientes en tercer grado. Entre los capitanes de la frontera de Portugal descolló Geraldo Sem-pavor, que a veces ha sido comparado con el mismísimo Cid Campeador un tanto enfáticamente. Al frente de fuerzas formadas para la ocasión incursionó en los dominios de Cáceres, Trujillo, Montánchez, Monfragüe y Santa Cruz de la Sierra. Intentó forjarse un dominio propio, como el de Fernando Rodríguez en Trujillo y el de Pedro Ruiz de Azagra en Albarracín, invocando cuando así le convino la ayuda del rey Alfonso Enríquez.

                

                Afirmada la posición de Ciudad Rodrigo, los leoneses conquistaron ocasionalmente Alcántara en 1167. Ni leoneses ni portugueses se dispusieron a ceder en sus pretensiones, y en 1169 midieron sus fuerzas en Badajoz. Los musulmanes de la plaza que fuera capital de una taifa andalusí recibieron la interesada ayuda de León, cuyas tropas vencieron a las del caudillo Sem-pavor, auxiliado por el monarca portugués, que también cayó derrotado. Consiguió liberarse de su cautiverio prestando homenaje a Fernando II de León, que recuperó de paso los bienes entregados en dote al portugués.

                De resultas de los combates el monarca portugués nunca más pudo montar a caballo al ser arrojado de su montura, como sostiene la Crónica latina de los reyes de Castilla. Sem-pavor padeció cautiverio bajo la custodia de Rodrigo Fernández el Castellano, viéndose obligado a entregar Montánchez, Trujillo, Santa Cruz de la Sierra y Mofra. Marchó a tierras musulmanes como guerrero de fortuna, muriendo finalmente decapitado en el Norte de África.

                

                De todos modos los leoneses no pudieron gozar de los frutos de su triunfo. Antes de lanzarse contra Badajoz ya habían acordado la entrega de la urbe a un nuevo poder islámico, el de los almohades, que ya había sentado sus reales en la Península, mostrándose bien presto a disputar las presas a los cristianos, cuya frontera retrocedió hasta cerca de Ciudad Rodrigo.

                El frenazo de la Reconquista y el peligro musulmán no amilanó a los reyes de León a la hora disputar con sus vecinos castellanos y portugueses. En la ribera del Côa contestaron a las iniciativas repobladoras de los segundos con la fundación en la margen derecha de las plazas de Castelo Melhor, Castelo Rodrigo, Castelo Bom y Alfaiates. En 1212 el leonés Alfonso IX, el hijo de Fernando II y la portuguesa Urraca, intervino en las luchas internas de Portugal, aprovechando que las tropas de sus concejos combatían en la decisiva campaña de las Navas de Tolosa. El rey Alfonso II había sido desafiado por sus hermanas las infantas de Portugal, descontentas con las disposiciones testamentarias, que fueron capaces de lograr el apoyo de muchos magnates junto al del monarca leonés. Derrotado en Coimbra, Alfonso II se salvó de tan temible coalición gracias a la intercesión del papa Inocencio III.

                

                Sosegadas las aguas en los reinos hispanocristianos tras la muerte del temible Alfonso IX, se prosiguió la Reconquista con bríos inusitados hasta el momento. Desde las Navas de Tolosa el imperio almohade no dejaba de sangrar. Las cargas tributarias se antojaron cada día más excesivas dado el rigor de los malos tiempos de enfermedad y cosechas paupérrimas. Los dirigentes almohades se enfrentaron entre sí, y los andalusíes no quisieron padecer más su dominio. Reyes como Jaime I de Aragón, Fernando III de Castilla (y de León) y Sancho II de Portugal no dejaron de aprovechar la oportunidad, tan favorable para intentar aplacar discordias y ganar dominios y riquezas. Al monarca portugués éstas no le permitieron dominar aquéllas, enfrentándose más tarde con la cerrada oposición de los eclesiásticos respaldados por el teocratismo papal.

                Los portugueses completaron hacia el Mediodía lo que terminaría por ser su país. En 1217 se conquistó Alcácer do Sal por el oeste y la plaza fuerte de Elvas en 1227 por el Este, acercándose a la codiciada Badajoz. Juromenha cayó en 1229. Los guerreros portugueses introdujeron en 1230 una cuña hacia Beja y al este del Guadiana (Serpa y Moura) en 1232. En esta fase de la Reconquista destacó el comendador mayor de la orden de Santiago en Portugal Pelayo Pérez Correa, que tomó en 1243 Aljustrel y Mértola. Se alcanzó Ayamonte en 1240.

                Las conquistas culminaron en 1249 con la entrada portuguesa en Faro y en 1250 en el Oeste del Algarve. La acritud con la Corona castellana, que ya englobaba León, también fue moneda corriente de este momento histórico.

                    

                El disputado Algarve.

                Los límites entre las áreas de conquista de portugueses y castellanos del Guadiana al Guadalquivir no habían sido clarificados por ningún tratado como el de Almizra de 1244 entre Castilla y Aragón. En el Algarve chocaron sus ambiciones.

                Pese a no contar con la aprobación de su padre Fernando III, el infante don Alfonso (el futuro rey sabio) ayudó en 1246 al infortunado Sancho II, en liza con el conde de Boulogne, que se convertiría en Alfonso III con la ayuda clerical. El infante castellano puso en pie huestes en sus dominios leoneses de Alba de Tormes, Ciudad Rodrigo, Salamanca, León y Toro. Requirió 300 caballeros a don Jaime de Aragón, con cuya hija Violante celebró los esponsales de boda, y le pidió que evitara la marcha del infante don Pedro de Portugal de sus dominios en ayuda de su sobrino el conde de Boulogne. Entre los motivos de su belicosidad estaría su deseo de controlar el Algarve, además de la estrecha relación con la esposa de Sancho II, doña Mencía de Haro, y de su posible gibelinismo por vía familiar. Su madre doña Beatriz de Suabia representaría los puntos de vista e intereses de la casa de los Stauffen, deseosa de subordinar el poder pontificio al del emperador.

                Don Alfonso entró al reino portugués por Sabugal. Tomó Coimbra y alcanzó los arrabales de Leiría, pero su iniciativa no gozó de grandes simpatías. En su retirada a sus dominios le terminaría siguiendo el propio Sancho II, que fallecería a comienzos de 1248 en Toledo.

                En 1250 el infante castellano, cada vez más responsable del gobierno, reconocería a los caballeros santiaguistas las plazas de Mértola, Alfayar de Penna y Ayamonte, también reclamadas por Alfonso III de Portugal. En 1252 los dos Alfonsos se entrevistaron en Badajoz, y acordaron el carácter fronterizo del Guadiana desde la afluencia del Caia hasta el mar. Asimismo, el portugués obtuvo el Algarve en calidad de vasallo del nuevo rey castellano, con la obligación de auxiliarle con cincuenta lanzas o unidades de caballería. La boda de Alfonso III con la hija natural de Alfonso X, doña Beatriz, selló el entendimiento, pues en ambos interlocutores pesó el deseo de priorizar la resolución de los problemas de sus reinos.

                La conquista del pequeño Estado musulmán de Niebla, regido por Ibn Mahfuz, forzó nuevos acuerdos entre Castilla y Portugal en 1263. Se intentaron resolver los problemas en la frontera entre el Miño y Badajoz, y el reino del Algarve se infeudó al nieto de Alfonso X, don Dionís, con las mismas condiciones que había sido librado a su padre Alfonso III. De esta forma la figura del propio rey portugués se veía libre de toda subordinación vasallática.

                En 1264 los mudéjares o musulmanes sometidos al poder cristiano se levantaron en armas contra Alfonso X desde la Andalucía bética a Murcia con la ayuda del emirato de Granada. Se temió una nueva pérdida de España, y los cristianos sumaron fuerzas no sin dificultades. Alfonso III mandó en ayuda de su suegro una fuerza que sobrepasó las cincuenta lanzas, exigiendo un préstamo forzoso a sus concejos y tomando los dineros de la décima sobre las rentas eclesiásticas, si bien no se enfrentó a la oposición nobiliaria por su apoyo al castellano a diferencia de Jaime I en el reino de Aragón. Muy probablemente en agradecimiento a su acción recibió la plena titularidad del Algarve, lo que no consiguió Jaime I con las tierras que ganara en nombre de Alfonso X en el reino de Murcia.

                Esta acción fue coronada con la entrevista de Badajoz de 1267, donde Castilla se desprendió verdaderamente del Algarve y Portugal  renunció a Aroche y Aracena.

                

                Las formas de vida de la Extremadura medieval.

                La matriz histórica del reino de Portugal fue la misma que la de León y Castilla, e idéntico el reto que plantearon los poderes islámicos, por lo que sus formas de vida en la frontera andalusí presentaron enormes coincidencias.

                Tal frontera recibió el nombre de Extremadura o de la tierra de los extremos de más allá del Duero, que terminó por fijarse y bautizar en el lado español a la región compuesta por las provincias de Cáceres y Badajoz. La Estremadura portuguesa, que abrazó urbes de la importancia de Santarém y Lisboa, se extendió al sur del Tajo.

                Los extremeños leoneses y portugueses gozaron de merecida fama de valientes. El viajero y geógrafo musulmán de mediados del siglo XII Al-Idrisi trazó una viva semblanza de ellos. En Coimbra se albergaban los cristianos más valerosos. La disputada Trujillo proveía sus bazares con los frutos de las incursiones de sus guerreros.

                La guerra fue para individuos de tal temple una forma de vida, en numerosas ocasiones más atractiva que la de la labranza. No tuvieron empacho en constituir compañías de guerreros, repartiéndose los beneficios de sus operaciones militares en proporción a sus aportaciones, actuaciones y pérdidas, lo que no dejó de provocar altercados entre ellos mismos. Sus fidelidades hacia los reyes tuvieron mucho de ocasional en las difuminadas fronteras, sin importan en demasía su procedencia o natura. En las tierras del Côa el linaje de los Mendes de Bragança osciló entre leoneses y portugueses según sus conveniencias.

                

                Entre sus presas favoritas estuvieron las gentes que vivían al otro lado de la frontera. Las sociedades feudales no le hicieron ascos a la esclavitud, y el destino de los cautivos de toda condición, edad o género podía resultar muy variado. Los menos afortunados terminaron sus días como esclavos, tasados como un bien más en los testamentos de los magnates. Los más pudientes, procedentes de ricos linajes, pudieron suavizar un tanto su cautiverio y comprar finalmente su libertad. Los alfaqueques recorrieron la frontera extremeña en calidad de negociadores de semejantes rescates.

                Los reyes, siempre atentos a fortalecer su poder, procuraron canalizar en su provecho semejantes ímpetus. A todos aquellos varones que contaran con los medios suficientes para sufragarse montura y equipo de guerra se les animó a sumarse a las filas de la caballería villana o de los cavaleiros-vilâos. En las jornadas difíciles de la Reconquista pesó más el mérito en la lid que la nobleza del linaje, naciendo una verdadera aristocracia militar desde los concejos castellanos a los portugueses como Santarém. Los municipios estructuraron el territorio, aplicándose en tierras de Portugal fueros o normas como el de Salamanca y Ciudad Rodrigo.

                Pese a que el ejercicio guerrero no tentó a todos por igual, todos los vecinos de un concelho o municipio estuvieron obligados a los deberes militares de defensa de su territorio. También tuvieron que acudir al llamamiento de las campañas del rey: el portugués fossado o fonsado castellano-leonés. A medida que la frontera con el Islam corrió hacia el Sur muchos concejos sirvieron militarmente a la monarquía de otro modo. En la campaña de Faro los de Oporto ofrecieron una compensación económica a cambio de no acudir su hueste en fossado.

                Como los municipios, de difícil repoblación, no siempre ofrecieron el oportuno escudo contra los islamitas, los reyes confiaron las nuevas tierras a las milicias conformadas por caballeros religiosos consagrados a su misión, las órdenes militares. Nacidas al socaire de las Cruzadas a Tierra Santa, trasladaron a lo largo del siglo XII sus actividades a Hispania, la otra gran frontera de la Cristiandad contra el Islam. De origen foráneo templarios y hospitalarios, de plena raigambre hispánica fueron los caballeros de Santiago, Alcántara y Calatrava. Su unión de la milicia con la espiritualidad cristiana impregnó toda una época.

                Las órdenes surgidas en los extremos leonés y castellano pronto se afincaron en el portugués. Para evitar que se erigieran en los caballos de Troya de los monarcas vecinos, los de Portugal alentaron el fortalecimiento de autoridades propias y autónomas de las órdenes. La de Santiago terminó bajo la autoridad de un comendador mayor, y en Évora el maestre de Calatrava dipuso de una sede, que más tarde se trasladaría a Avis.

                La orientación agropecuaria de las tierras al norte del río Mondego, la existencia al sur de muchas zonas poco pobladas y ricas de pastos, y los incentivos económicos vigorizaron el ejercicio de la ganadería en el Portugal de los siglos XIII al XV. Las diferencias climáticas entre las áreas septentrionales y meridionales del reino auspiciaron el traslado estacional de los ganados o la trashumancia, cuidadosamente regulada y fiscalizada como en las tierras castellanas. Grandes magnates, monasterios, órdenes militares y concejos participaron de ella, conduciendo los ganaderos castellanos a sus rebaños a los pastos portugueses en muchos casos, y viceversa. A tales efectos la frontera portuguesa era artificial. De todos modos en Portugal no surgió una institución de la fuerza e influencia del Honrado Concejo de la Mesta, reservándose aquí el monarca el arbitraje supremo en los litigios ganaderos.  

                El fervor religioso tan propio de las Cruzadas y las ansias reconquistadoras no impidieron adoptar hacia los islamitas una política llena de pragmatismo. La necesidad de negociar una rendición preferible a una más costosa toma militar y la carencia del número necesario de repobladores aconsejaron el mantenimiento de no pocas comunidades musulmanas en distintas localidades conquistadas. En Portugal los mudéjares o musulmanes sometidos al poder cristiano constituyeron morerías, auténticos arrebaldes dos mouros, en Lisboa, Santarém, Alenquer o Leiria. Entre los siglos XIII y XV perdieron mucha de su fuerza, asemejándose más su trayectoria a la de los mudéjares de Castilla que a los de la Corona de Aragón.

                Espíritu guerrero, iniciativa individual, sed de botín, apresamiento de cautivos, organización flexible, deseo de control de los reyes y trascendentalismo religioso no reñido con el pragmatismo caracterizaron a aquella Extremadura, amplio campo de aprendizaje de los portugueses y castellanos de la era de los grandes descubrimientos geográficos.

                

                Badajoz, mezcolanza de gentes.

                A la disputada Badajoz afluyeron gentes de variada procedencia, tónica bastante habitual en numerosos concejos ibéricos. Al-Idrisi ya había observado con tristeza que su otrora gran arrabal oriental yacía casi despoblado. Los conflictos terminaron por pasar su dolorosa factura.

                Tomada finalmente a los musulmanes en 1230, la repoblación cristiana atrajo a portugueses y leoneses, que terminaron por agruparse por su procedencia o natura. En la segunda mitad del siglo XIII se diferenciaron con rotundidad los portugaleses de los bejaranos. Precisamente en Béjar sus vecinos no exentos de contribuciones o pecheros se quejaron al rey de su creciente pobreza y disminución por culpa de la marcha de demasiados habitantes y de las franquezas abusivas a ballesteros y caballeros.

                En Badajoz las cosas tampoco pintaban mejor. El cese de las grandes campañas predatorias contra los islamitas obligó a ciertos varones tan intrépidos como faltos de escrúpulos a lograr otras fuentes de riqueza. Hacia 1270 cobraron relevancia las usurpaciones de encinales y alcornocales de propiedad concejil, en teoría abiertos para su aprovechamiento a todos los vecinos. Las riberas tampoco se libraron de tal destino. Incluso algunos llegaron a apoderarse sin consideración de piedras para sus aceñas. La apropiación de bienes comunales sería un espinoso problema llamado a perdurar en muchas áreas peninsulares.

                

                Por otra parte la antigua caballería villana, abierta al valor, había dado paso a una oligarquía que dominaba la vida local tanto por el ejercicio de la autoridad efectiva como por la riqueza. Entre 1273 y 1285 la monarquía confirmó y amplió sus privilegios, que albergaron a sus seguidores o paniaguados.

                Portugaleses y bejaranos se transformaron en bandos dirigidos por linajes influyentes. Entre los primeros descolló doña Mayor Gutiérrez, la madre del favorito del rey Sancho IV de Castilla Alfonso Godinez. Estebán Pérez Godino ejerció de alcalde real y de sesmero en Badajoz, distribuyendo las tierras vacantes entre los recién llegados. Doña Mari Domingo encabezó a sus rivales bejaranos, que fueron despojados de gran parte de sus bienes por los preponderantes portugaleses. El amparo de Sancho IV surtió muy poco efecto, y los bejaranos se sintieron burlados.

                Entre 1288 y 1289 se alzaron en armas contra don Sancho. La reclamación de la ayuda del monarca portugués no se antojó realista, y se jugó con las divisiones políticas de la Corona de Castilla. No vacilaron en proclamar rey a don Alfonso de la Cerda, hijo del malogrado primogénito de Alfonso X el Sabio.

                Crónicas y romances se hicieron eco de la insurrección. Los bejaranos se fortalecieron en la zona superior de Badajoz, y el rey don Sancho respondió con contundencia al desafío. Convocó en campaña a los maestres de Calatrava, Santiago, Alcántara y del Temple, al prior de San Juan del Hospital y a las huestes de los reinos de Sevilla y Córdoba. Los rebeldes cayeron derrotados finalmente, deslizándose usualmente la cifra de 4.000 ejecutados entre hombres, mujeres y niños.

                El conflicto pacense no encendió ninguna guerra entre Castilla y Portugal. La adscripción que el nacionalismo contemporáneo pueda hacer entre procedencia territorial y obediencia política dista de ser operativa para los tiempos medievales, como ya hemos visto. Al fin y al cabo en la frontera hispánica los pueblos cristianos estaban más que acostumbrados a coexistir.

                Don Pedro de Portugal o los magnates andantes.

                Entre los siglos XII y XIII se multiplicaron los contactos políticos y personales entre los aristócratas de los reinos y señoríos de la Hispania cristiana. Los condes catalanes de Urgel fueron representativos de esta tendencia. Armengol VI (1102-1154) fue llamado el de Castilla, y su hijo Armengol VII (1154-84) llegó a ser el mayordomo de Fernando II de León, muriendo ante los castellanos en Requena (identificada por Ubieto con Valencia de Alcántara).

                Otro buen ejemplo de alto magnate ibérico que alcanzó bienes y fortuna en otro reino fue el del tercer hijo de Sancho I de Portugal y de doña Dulce de Aragón, el infante don Pedro (1187-1258). Además de disfrutar de derechos señoriales sobre Valladolid y heredamientos en Galicia, su progenitor le dejó en su testamento 40.000 morabitinos, cantidad que no le impidió enfrentarse con su hermano Alfonso II en ayuda de sus hermanas. Instó a Alfonso IX de León a invadir Portugal, pero las treguas de Coimbra auspiciadas por el Papa frustraron sus proyectos. Marchó al frente de sus mesnadas al Norte de África para conseguir fortuna como comandante de mercenarios al servicio de todo aquel que se disputara el poder en el imperio de los almohades. Los poderes islámicos acostumbraron a contratar los servicios de unidades cristianas en sus guerras desde el siglo X.

                Su sobrino Jaime I el Conquistador animó su retorno a la Cristiandad. Lo heredó con generosidad en el Campo de Tarragona, y en 1229 contrajo matrimonio con la condesa Aurembiaix de Urgel, condado que don Jaime quería incorporarse. A la muerte de Aurembiaix en 1231 heredó el condado, que permutó por el señorío del conquistado reino de Mallorca. 

                

                Ostentó el título de Dominus Regni Maioricarum, distribuyó la mitad de su gran heredad en la isla de 6.100 hectáreas entre seguidores portugueses y castellanos, e intentó con la ayuda de especialistas de Huesca y Jaca acuñar moneda, regalía reservada al monarca. Intervino en diferentes litigios entre los repobladores, pero al parecer no prestó una ayuda muy eficaz a su sobrino el Conquistador ante las amenazas de rebelión islámica y de desembarco tunecino. Felipe Mateu Llopis mantiene que en 1236 embarcó hacia el Mediterráneo oriental en ayuda de los poderes latinos surgidos de las Cruzadas.

                En 1244 efectuó una nueva permuta, la del señorío de Mallorca por las tierras valencianas de Murviedro (la actual Sagunto), Morella, Almenara, Castellón y Segorbe, que cambiaría por última vez por Mallorca en 1254. La expulsión de los mudéjares de sus dominios se le compensaría en 1248 con 10.000 sueldos gracias a los buenos oficios de doña Violante de Hungría, la apreciada esposa de Jaime I. Su hijo don Pedro Alfonso sería comendador de Alcañiz por la orden de Calatrava. Murió en 1258 este singular personaje, digno de los grandes infantes, desde don Enrique el Senador hasta don Juan Manuel, de nuestra Historia.