LA ESPAÑA DE BERLANGA, LA DE NOSOTROS MISMOS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

20.06.2021 10:35

               

                Luis García Berlanga, el ilustre director de cine, vino al mundo un 12 de junio de 1921 y lo abandonó un 13 de noviembre de 2010. A cien años de su nacimiento, bien puede decirse que su tiempo abarcó lo más granado de nuestro siglo XX, con la crisis de la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera, la II República, la brutal Guerra Civil, la larga Postguerra, los cambios del Desarrollismo, la Transición y nuestra particular modernidad.

                Procedente de una familia de destacados políticos, los García-Berlanga originarios de Camporrobles, Luis vivió tiempos duros, más allá de los salones de baile de su estimado imperio austro-húngaro, evocado en el plácido mapa de la maestra de Bienvenido, míster Marshall, como en otros detalles de sus películas.

                Para rehabilitar a su padre ante las autoridades franquistas, formó parte de la División Azul. En su filmografía se hace patente la lucha por la vida, sin la amargura de un Pío Baroja. En sus combates más vale la maña que la fuerza.

                En obras tan inmensas como Bienvenido, míster Marshall (1953), Plácido (1961), La escopeta nacional (1978), Moros y cristianos (1987) o Todos a la cárcel (1993), vemos como guardar las apariencias no deja de ser un truco para intentar salvar una situación apurada o también para lograr alguna que otra ventaja, que apenas se alcanza. La hipocresía se convierte en una forma de vida, que es denunciada con gracia en Los jueves, milagro (1957), y que se vuelve ferozmente contra los que no tienen más remedio que aceptarla en El verdugo (1963), una de las más lúcidas condenas de la pena de muerte, firmada por un maestro del humor negro.

                La tragicómica condición humana, común a tantas personas, brilla con luz propia en el cine de García Berlanga, con sus destellos de bondad y sus engorrosos malos ratos, todos a una voz hablando todos al mismo tiempo casi. En La vaquilla (1985) da lo mismo el bando en el que el soldadito de a pie haya hecho la Guerra Civil, contada sin remilgos retóricos y con gusto burlón. En esta verdaderas fallas cinematográficas se muestran esos placeres inconfesables, los del erotismo, condenados por la hipocresía imperante, como se ve en ¡Vivan los novios! (1970) o Tamaño natural (1973).

                Con todo, más allá de estos jirones de satisfacción de los pobres mortales, los paraísos parecen al alcance de la mano en algunas de sus películas, como la infancia veraniega de tiempos de la Gran Guerra de Novio a la vista (1954) o la encantadora atmósfera mediterránea de Calabuch (1956).

                En su lección de humanidad, con poco tiempo para el abatimiento y mucho espacio para el humor, siempre parecen a punto de empezar los jovencitos de Esa pareja feliz (1951), y cuando se llega a la desinhibida madurez de París-Tombuctú (1999) uno relativiza los absolutos, incluso la misma muerte, para proseguir siendo hasta el final alguien dispuesto a ser una persona con sentido del humor, el corazón moral de la humanidad, el de Luis García Berlanga.