LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

15.10.2020 12:57

               

 

                El golpe de Estado.

                El 13 de septiembre de 1923 el capitán general de Cataluña Miguel Primo de Rivera dio un golpe de Estado, en el que se pronunciaba sobre los males patrios. El gobierno no actuó y el rey retrasó su retorno a Madrid, encargándole formar gobierno.

                A diferencia de los pronunciamientos del reinado de Isabel II, no se trató de secundar el acceso de un partido al gobierno, sino de impugnar el sistema político vigente. La historiografía ha discutido sobre su preparación y la responsabilidad exacta de Alfonso XIII, que lo aceptó con celeridad a la sombra del expediente Picasso.

                Aunque los catalanistas lo acogieron bien, no gustó nada a Cambó. En una España convulsa y agotada, se aceptó el hecho consumado y posteriormente un sector de los socialistas colaborarían con Primo de Rivera. En el mismo mes de septiembre extendió por toda España los somatenes, nombre de las antiguas milicias municipales catalanas, convertidas ahora en cuerpos armados civiles de carácter represivo.

                 La naturaleza de la dictadura de Primo de Rivera.

                Dado el carácter personalista de los regímenes dictatoriales, se ha destacado el carácter andaluz de Miguel Primo de Rivera, contraponiéndolo con el más frío de Francisco Franco. Algunos autores han destacado sus intenciones regeneracionistas, pero también su falta de preparación política y de cultura. Su trayectoria, no exenta de populismo, fue errática.

                De innegable fuste militar, el régimen dictatorial tomó ideas del regeneracionismo, del catolicismo social y del maurismo. Sintió gran admiración por la Italia de Mussolini, aunque los politólogos no lo han considerado un sistema fascista como tal. Lo cierto es que en noviembre de 1923 Alfonso XIII acompañó a Primo de Rivera en su viaje a Italia, reuniéndose con Mussolini y comparando a los somatenes con los grupos de camisas negras. Sin embargo, los intentos de protagonismo del grupo filo-fascista barcelonés La Traza, dentro del somatén, fueron frustrados con la posterior creación de la Unión Patriótica.

                También se ha discutido si Primo de Rivera puso punto final a un régimen agonizante sin remedio o ahogó la posibilidad reformista del último gobierno de concentración. En los últimos años ha vuelto a ganar partidarios la primera opción.

                El Directorio Militar.

                La Constitución fue suspendida y el gobierno fue asumido por un Directorio Militar, en el que Primo de Rivera sostuvo que con “tres meses me bastan”. Tales aires de provisionalidad no impidieron extenderse en el ejercicio del poder. Lo formaron generales de brigada y un contraalmirante.

                Los tribunales militares extendieron su jurisdicción por encima de los civiles. Se disolvieron las diputaciones provinciales y los ayuntamientos en vigor. En el decreto de incompatibilidades se declaró que un exministro no podía ser consejero de la administración, aunque los incumplimientos prosiguieron.

                La intervención en las instituciones.

                La Dictadura dijo perseguir el caciquismo y en 1924 se elaboró un Estatuto Municipal, en el que los ayuntamientos podían fijar su organización y presupuesto, y en 1925 otro Provincial, que daba a las diputaciones mayores atribuciones. El gobernador civil no tenía el deber de presidir las reuniones y se podían elegir directamente parte de sus representantes, algo que no se aplicó. Tal reformismo contrario a los caciques quedó en agua de borrajas.

                Primo de Rivera llegó a plantearse muy inicialmente contar con un sistema bipartidista, en el que entraría el PSOE y otro partido de derechas. Aunque una parte de los socialistas colaboró con el régimen en materia laboral, el PSOE se negó a figurar en tal entramado. Sí se formó la Unión Patriótica en 1924, con elementos del carlismo, la derecha católica y el maurismo. El sacerdote Ángel Herrera Oria lo inspiró con su Unión Patriótica Castellana. Los miembros de ayuntamientos y diputaciones debían pertenecer al partido, convertido en el único del régimen, que careció de apoyo social y de buenas opiniones a nivel general.

                La finalización de la guerra de Marruecos.

                Tras el desastre de Annual, la situación española era difícil en el Norte de Marruecos, donde se había creado el Tercio de Extranjeros, la Legión, en 1920. Primo de Rivera replegó inicialmente las fuerzas españolas a posiciones que podían defenderse mejor de los ataques de un crecido Abd el-Krim, convertido en emir o presidente de la república rifeña, que tuvo su propia Constitución. Recibía armas modernas de Estados como Checoslovaquia a través del puerto de Alhucemas.

                Primo de Rivera compartía la opinión de los abandonistas, de los que pensaban que la acción en Marruecos solo comportaba sufrimientos, estado de ánimo muy generalizado a nivel popular. Como gobernador militar de Cádiz durante la primera guerra mundial, había acogido bien la propuesta británica de intercambiar Ceuta por Gibraltar, que algunos estrategas del Reino Unido consideraban una posición inadecuada ante los avances de la aviación. En Annual cayó su hermano Fernando. 

                Aunque era de familia de renombrados militares y tenía grandes amigos entre los militares africanistas, su posicionamiento alzó gran descontento entre ciertos círculos del ejército. El entonces comandante Francisco Franco, al mando de la Legión, consideró junto al segundo jefe de la comandancia de Ceuta Gonzalo Queipo de Llano la posibilidad de un golpe contra Primo de Rivera, que en 1924 asumió directamente la Alta Comisaría de Marruecos.

                 Las fuerzas de Abd el-Krim atacaron el área del protectorado francés, pero fue repelido cuando intentó tomar Fez. Francia planteó colaborar con los españoles para acabar con la república del Rif. Primo de Rivera al final se inclinó por tal alianza, pero a diferencia del mariscal francés Pétain (héroe de la Gran Guerra y futuro presidente de la Francia de Vichy) quiso reducir las operaciones a un desembarco en Alhucemas, sin arriesgarse hacia el interior.

                Alfonso XIII se mostró contrario a tal operación, que al final se llevó a cabo bajo el mando del mismo Primo de Rivera en septiembre de 1925. El ejército español se combinó con el francés y llevó a cabo un desembarco que sería estudiado por Eisenhower en la preparación del de Normandía. Las fuerzas rifeñas hicieron estragos con sus modernos morteros entre los desembarcados, pero tras una semana de durísimos combates la Legión tomó los acantilados de Alhucemas. Los cuarenta tanques montados en lanchones, que iban a apoyar el avance de la infantería, fueron llevados por la corriente a treinta kilómetros.

                Los rifeños fueron capitulando y Abd el-Krim decidió rendirse a los franceses. El general Sanjurjo asumió la Alta Comisaría y en 1927 anunció por radio la finalización de una guerra que solo en 1923 devoró 950 millones de pesetas. También dejó el legado del Ejército de África, con unidades como los tabores de regulares marroquíes y la Legión, que resultó determinante en la futura Guerra Civil.

                El Directorio Civil.

                Algunos historiadores han planteado que si Primo de Rivera hubiera resignado su autoridad dictatorial tras el desembarco de Alhucemas, hubiera sido una figura controvertida, pero reconocida. Lo cierto es que el dictador no estaba dispuesto a ello y en diciembre de 1925 estableció un Directorio Civil, con elementos de la Unión Patriótica o de los viejos partidos monárquicos como José Calvo Sotelo, encargado de la Hacienda. La dictadura dejaba de ser, teóricamente, provisional.

                En septiembre de 1927 convocó una Asamblea Nacional Consultiva, subordinada por completo al poder dictatorial, en la que tomaron asiento representantes oficiales de ayuntamientos, diputaciones, administración y de la inefable Unión Patriótica.

                En 1929 se elaboró un proyecto de Constitución, en el que la soberanía correspondía al Estado (al modo fascista) y el ejército se erigía en su brazo ejecutor. Una sola Cámara sería elegida de forma corporativa y la Unión Patriótica el partido único reconocido. El proyecto no gustó a casi nadie, incluido el mismo Primo de Rivera por los amplios poderes concedidos al rey.

                La cuestión social y sindical.

                En 1926 se crearon los comités paritarios entre patronos y obreros para encauzar la conflictividad laboral. El socialista Largo Caballero colaboró en los mismos, pero los también socialistas Prieto y Besteiro se negaron.

                Dentro del anarquismo también hubo divisiones. Pestaña prefería un sindicato neutro con posibilidades de participar en la resolución de los litigios laborales, pero la mayoría ácrata se opuso, con los presos de Barcelona a la cabeza. Se descubrió un intento de secuestrar al rey en su viaje a París de 1926 (a cargo de los anarquistas Durruti, Ascaso y Jover) y se intensificó la represión. En julio de 1927 se creó en Valencia la Federación Anarquista Ibérica, la FAI, con anarquistas españoles, portugueses y españoles exiliados en Francia. Era partidaria de la táctica revolucionaria, que iba desde la creación de bibliotecas populares al robo de bancos y la huelga revolucionaria. Sus relaciones con la CNT fueron tan estrechas como complejas.

             La política económica.

               En los expansivos felices años veinte, eufóricos y confiados en los Estados Unidos, la dictadura de Primo de Rivera adoptó el corporativismo autoritario para controlar la producción y el comercio, de claro nacionalismo económico. En 1924 se estableció el Consejo de la Economía Nacional  y en 1926 el Comité Regulador de la Producción Industrial.

               Se habían trazado desde 1909 planes de desarrollo hidráulico y en 1926 se creó la primera Confederación Sindical Hidrográfica, la del Ebro, esencial para la agricultura, el abastecimiento urbano y la producción eléctrica. El protagonismo del ingeniero Manuel Lorenzo Pardo fue indiscutible. De todos modos, gran parte de aquellos proyectos hidráulicos se hicieron durante la II República. Al  mismo tiempo, las estructuras agrarias latifundistas se mantuvieron y el nivel de vida de los jornaleros permaneció bajo.

                El Patronato Nacional del Circuito de Firmes Especiales, con una inversión de 400 millones de pesetas, alentó la construcción de carreteras, cuando el automóvil comenzaba a generalizarse. A finales de la dictadura se habían arreglado 2.800 kilómetros de la estructura viaria radial y se había duplicado la longitud de los caminos vecinales. En 1927 se fundó la Compañía Arrendataria del Monopolio del Petróleo, S.A. (CAMPSA) para controlar el suministro español de crudo, con participación de los cuatro grandes bancos nacionales: el de Vizcaya, el Hispano Americano, Banesto y Urquijo. Los ferrocarriles se estatificaron.

                La concesión del tendido del servicio telefónico a la ITT estadounidense estuvo rodeada de acusaciones de corrupción, que alcanzaron al propio Alfonso XIII.

                La reforma tributaria de Calvo Sotelo de 1926 fracasó y la dictadura se endeudó fuertemente, por valor de 5.600 millones de pesetas. Entre 1926 y 1929 el déficit se multiplicó por cuatro. El crack del 29 sorprendió al Estado español fuertemente endeudado, complicando la situación la disminución de las remesas de los emigrantes en América y una cotización alta de la peseta en relación a la libra esterlina, poco favorable a la exportación en las circunstancias de crisis.

                La ruptura con los catalanistas.

                Primo de Rivera, que fuera capitán general de Cataluña, gozó de grandes simpatías entre la burguesía del Principado y entre los catalanistas conservadores, pero su política contraria a la lengua catalana y los símbolos catalanistas condujeron a la ruptura. En 1925 se disolvió la mancomunidad. El arzobispo de Tarragona y cardenal Francesc Vidal i Barraquer fue objeto de duras críticas por su defensa del catalán, aunque el Vaticano no consintió en su separación o destitución.

                Dentro de las filas catalanistas, algunos se habían sentido defraudados con el comportamiento de Cambó y en 1922 el teniente coronel Francesc Macià, que había abandonado el ejército español por considerarlo hostil a los catalanes, fundó el independentista Estat Català, en cuyas aspiraciones incluyó las tierras baleares y valencianas. Muy influido por el republicanismo insurreccional irlandés, proyectó la invasión de Cataluña desde Francia en 1926, el fracasado complot de Prats de Molló. Macià fue juzgado en París y se convirtió en el reverenciado Avi. En su posterior gira americana, animó una asamblea separatista en La Habana, que en 1928 aprobó una constitución provisional de la república catalana.

                El choque con el mundo intelectual y universitario.

                Primo de Rivera no se caracterizó por sus gustos ni inclinaciones intelectuales. Llevaba a mal cualquier comentario de leve crítica en la prensa, en las que insertaba notas gubernativas obligatoriamente, y las socarronerías sobre su afición al alcohol y a las cupletistas lo sacaban de sus casillas

                Presionó a la Academia de la Lengua para que negara la entrada a Niceto Alcalá Zamora, el futuro presidente de la II República, pero su enfrentamiento más sonado fue con Unamuno, catedrático de griego en la universidad de Salamanca, que fue desterrado a Fuerteventura en 1924 por sus críticas al rey y al dictador. Aquella medida indignó a los representantes de la cultura española. El filósofo Ortega y Gasset, que al comienzo no vio con malos ojos la dictadura, terminó censurándola.

                Esta hostilidad se trasladó a las aulas universitarias, cada vez con más afluencia de estudiantes. En 1925 se dieron las primeras protestas, alrededor de la escuela de ingenieros agrónomos, y en 1926 se creó la Federación Universitaria Escolar (FUE), que en 1928 convocó una huelga por el expediente a Jiménez de Asúa por pronunciar una conferencia sobre el control de la natalidad en la universidad de Murcia. También protestó sonadamente contra la Ley Callejo, que permitía expedir títulos universitarios a centros como el de los jesuitas de Deusto. Guardias civiles llegaron a entrar en las universidades y los estudiantes montaron barricadas en Madrid y apedrearon la sede del diario ABC y la casa de Primo de Rivera en marzo de 1929.

                Colisión con militares y políticos.

                En 1927 Primo de Rivera restableció la Academia General Militar en Zaragoza para limar asperezas desde su formación entre las distintas armas del ejército, pues las rivalidades entre los de infantería con los de artillería, entre otros, eran muy vivas. Se encomendó su dirección al ya general Franco, en buenas relaciones con Primo de Rivera tras el desembarco de Alhucemas.

                Lo cierto es que aquella voluntad de remansar las aguas fue ilusoria. La introducción de las juntas de clasificación para regular los controvertidos ascensos de oficiales ya habían levantado oposición en figuras como el general Weyler, que entonces logró nueva fama por sus apariciones cinematográficas con su característico bonete.

                El régimen dictatorial también había perturbado a los viejos políticos, como el conde Romanones, que tomaron parte en la intentona de la Sanjuanada del 24 de junio de 1926, saldada con fuertes multas a los participantes. Las malas lenguas decían que el tacaño conde de Romanones lloró amargamente por tener que pagar.

                Mayores preocupaciones dio la supresión en 1928 de la escala cerrada del arma de artillería, la de los ascensos por antigüedad exclusivamente. El republicanismo iba extendiéndose entre las clases medias, mientras se trazaban distintas conspiraciones. En enero de 1929 fracasó la del conservador José Sánchez Guerra, con epicentro en Valencia, y a inicios de 1930 se descubrió otra en Cádiz a cargo del general Manuel Goded.

                La caída de Primo de Rivera.

                Un acosado dictador, cada vez más solo, planteó en enero de 1930 una cuestión de confianza a los principales jefes del ejército, los capitanes generales, que no se la dieron mayoritariamente en sus telegramas. Alfonso XIII, que le había recomendado antes casarse para acallar las habladurías sobre su comportamiento, le aceptó la dimisión y nombró a otro general, Dámaso Berenguer, que hasta el 13 de febrero de 1931 ejerció una dictablanda que no logró atajar el amplio descontento con la situación y la monarquía.

                Primo de Rivera decidió marchar a París. A sus envejecidos sesenta años murió de un paro cardiaco un 16 de marzo de 1930, solo en el banco de un parque. Su hijo José Antonio Primo de Rivera dijo entrar en política para reivindicar la figura de su controvertido y denostado padre.

                Para saber más.

                Leandro Álvarez Rey, Bajo el fuero militar: la dictadura militar de Primo de Rivera en sus documentos, 1923-30, Sevilla, 2006.

                Sholomo Ben-Ami, La Dictadura de Primo de Rivera. 1923-1930, Barcelona, 1984.