LA DEFENSA CONTRA LOS CARLISTAS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

20.10.2021 13:14

 

                En la primavera de 1837, los territorios vasco-navarros controlados por los carlistas se encontraban exhaustos. Las exigencias de suministros de todo tipo superaban sus reservas. En vista de ello, los estrategas de don Carlos pensaron extender la guerra a otros frentes, aprovechando las complicaciones que dividían al bando isabelino. La célebre Expedición Real emprendió su marcha en mayo de aquel año.

                En la cercana provincia de Burgos, los isabelinos temieron una acometida de las fuerzas carlistas. Su comandancia general había sido encomendada al veterano Laureano Sanz, que el 11 de septiembre dictó un severísimo bando para la defensa de la capital burgalesa, aplicable a otras localidades de la demarcación.

                A día de hoy, diríamos que ejercitó la tolerancia cero, amenazando con pasar por las armas a todos los contraventores.

                Tal sentencia merecería todo militar o miliciano que pasada media hora del cañonazo de aviso no se hubiera presentado en su puesto. Igual suerte merecería el paisano que tras tal aviso circulara por la calle o se asomara a ventana o balcón, así como el que no cerrara la puerta de su casa, de no contar con un familiar que hubiera tomado las armas.

                Con espíritu numantino, se insistía en que todo el que propusiera capitulación sería fusilado, indicativo de las divisiones de opinión de los burgaleses. El robo, aprovechando el estado de alarma, también se penaría con la vida.

                En aquel severísimo ambiente, los vecinos deberían iluminar por la noche ventanas y balcones. El temor a las sorpresas desagradables era claro.

                Dispuesto a aguantar un asedio contra viento y marea, el comandante general no se olvidó de la propaganda. Ensalzó a los burgaleses como los hijos del Cid frente a los vándalos de la facción rebelde. Tampoco olvidó la propaganda de los hechos, la de disponer de víveres, municiones, artillería y bayonetas para enfrentar al enemigo.

                Al final, los carlistas no entraron en la ciudad de Burgos, pero las disposiciones de Laureano Sanz son elocuentes de la crueldad de aquella terrible guerra civil.

                Fuentes.

                ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL.

                Diversos-Colecciones, 161, N. 35.