LA BATALLA DE SOMOSIERRA (1808). Por Víctor Manuel Galán Tendero.

30.08.2017 17:29

                

                En el verano de 1808, Napoleón había encajado una humillante derrota en España, a la que creyó que podía someter sin grandes dificultades. Su hermano José, al que había escogido como rey, abandonó Madrid tras la derrota de Bailén y Gran Bretaña encontró un punto estratégico para presionar al imperio napoleónico, empeñado en imponer un complicado bloqueo continental para rendirla. En las cortes de las potencias vapuleadas por Napoleón, como la de Viena, su fracaso inicial animó planes ofensivos.

                El emperador reforzó en septiembre las fortalezas pirenaicas en previsión de golpes desde la Península, pero ni los españoles ni los británicos emprendieron ningún ataque contra Francia. Protegió la frontera con el imperio austriaco, insistió en su alianza con el ruso y dispuso de 130.000 soldados acantonados en Alemania para irrumpir en España.

                Napoleón se puso al frente de sus ejércitos, descontento con la descoordinación de sus mariscales y generales en suelo español, y el 8 de noviembre de 1808 cruzó el Bidasoa. Aquel mismo día alcanzó Vitoria, según relata el conde de Toreno. Venía determinado a acabar con la resistencia española, cuyas tropas regulares se habían desplegado imprudentemente en semicírculo tomando como referencia el Ebro, lo que favoreció altamente su táctica de concentración de fuerzas. El emperador alcanzó el 12 Burgos, tras la dura batalla de Gamonal.

                Temió Napoleón las evoluciones del ejército británico desembarcado en Galicia, ya que podía ser atacado por la espalda en caso de que se internara por la Meseta. Los británicos se mostraron muy circunspectos, a la espera de mayores fuerzas, y no le crearon serios problemas. No obstante, el emperador avanzó hacia Madrid con cautela y ordenó atacar al ejército del Centro, al mando del general Castaños, hasta aniquilarlo. La destrucción del enemigo, según su criterio, equivalía al control efectivo del territorio y a la consecución de la victoria. Al rubicundo mariscal Michel Ney le fue encomendada esta misión, contra una fuerza que se movió de Calatayud a Sigüenza.

                El despliegue se completó dirigiéndose Moncey contra la numantina Zaragoza y Lefebvre contra Valladolid, Olmedo y Segovia. El mariscal Soult, que llegaría a apoderarse durante la guerra de importantes tesoros artísticos españoles, debería permanecer atento a los movimientos británicos. Al frente de unos 40.000 soldados de la guardia imperial, la reserva y del primer cuerpo de ejército del mariscal Víctor, Napoleón se dirigió contra Madrid. Antes debería de pasar el serpenteante paso de Somosierra.

                El general Benito San Juan, que había hecho carrera en tiempos de Godoy, estaba al frente del ejército de Castilla la Nueva allí. Se propuso ganar tiempo para reforzar la posición defensiva de Madrid y de otros puntos españoles. En el camino de ascenso del puerto ubicó a intervalos tres baterías de dos cañones cada una, y en sus altos hasta otras diez piezas de artillería en una fortaleza ad hoc. En las laderas montañosas desplegó unos 9.000 soldados, que abrirían fuego contra todos los que intentaran ascender por el puerto y flanquear las posiciones defensivas. Asimismo, situó su vanguardia en Sepúlveda a las órdenes de Juan José Sardén.

                En la madrugada del 28 de noviembre, una fuerza de 4.000 infantes y 1.000 jinetes atacaron las posiciones españolas en Sepúlveda. Pese a que no lograron imponerse, los españoles se retiraron al día siguiente hacia Segovia. El general San Juan se encontraba solo en la Somosierra.

                El mismo 29, Napoleón ordenó a la división de infantería del general Ruffin que la atacara. No tenía aprecio de los soldados españoles, que fueron bien capaces de rechazar los asaltos desde sus posiciones montañosas. El ataque requería operaciones de flanqueo por unidades ligeras. Al finalizar el día, se ordenó que cesaran temporalmente las acometidas.

                Cuando amaneció el día 30 había mucha niebla. Napoleón ordenó reanudar el ataque. La columna del general Sénarmont acometió las posiciones españolas de frente con el apoyo de seis cañones y de otras dos columnas laterales, sin fruto. La caballería del coronel Piré tampoco tuvo éxito.

                Napoleón observaba iracundo la marcha de los acontecimientos. Ante las aseveraciones de Piré, dijo no conocer la palabra imposible. En aquel trance, se recurrió a la bravura del escuadrón de caballería polaca, la del napoleónico gran ducado de Varsovia, cuyo coronel era el barón Jan Kozietulski, al que se le atribuye casi en exclusiva el mérito de la carga de la Somosierra. Fue el bautismo de fuego de las fuerzas polacas en España, que hasta 1810 no dispondrían de lanzas. Con sus sables desenvainados, formaron columnas de a cuatro. Su carga fue contundente y destacada. Mereció que la república de Polonia les dedicara allí una placa en 1993. Muchos jinetes del escuadrón, pues, perecieron en una acción que debilitó la resistencia española. A continuación, los cazadores de la guardia al mando del general Mont Brun completaron la ascensión a la Somosierra.

                Los españoles que defendían el paso marcharon hacia Segovia, y el 2 de diciembre las vanguardias napoleónicas llegaron al Norte de Madrid, que capituló el 4 con fuertes acusaciones a los mandos de traición. El 7 el propio San Juan (conmemorado desde 2008 en una placa dedicada por la Asociación Histórico-Cultural Voluntarios de Madrid) cayó asesinado en el curso de un motín en Talavera, en el que también estuvo a punto de perecer el héroe de Bailén, el general Castaños. Napoleón entró triunfante en la villa y corte. Pudo contemplar, según el conde de Toreno, el retrato de Felipe II, empeñado como él en conflictos inacabables, pero la situación de la Europa Central le obligó a abandonar definitivamente España, que al final no conseguiría someter.