LA AVANZADA DEL IMPERIO ESPAÑOL EN ASIA, MANILA (1576-84). Por Víctor Manuel Galán Tendero.

07.07.2015 07:51

                En 1571 los españoles establecieron una de las ciudades más importantes del Asia Oriental, Manila, punto fuerte y avanzadilla de su expansión por aquellas regiones del mundo.

                

                El establecimiento dependió en gran manera para su supervivencia de la Nueva España. Desde el puerto de Acapulco partieron los galeones que fueron capaces de surcar el dificultoso Pacífico entre el 9 de marzo y el 27 de mayo para alcanzar una Manila edificada fundamentalmente de madera y palma.

                

                El número de españoles no excedía de quinientos en 1576, cuando podía alcanzarse el de diez mil en las perspectivas más optimistas. Algunos de ellos, caso del gobernador Francisco de Sande, habían servido al rey en la Audiencia de la Nueva España como fiscal y alcalde del crimen y oidor. Otro gobernador posterior, Diego Ronquillo, tenía a sus espaldas treinta años de servicio militar en Chile.

                Se acarició la conquista de China desde Manila, aprovechando que su emperador se encontraba en guerra contra el rey de Tartaria, pero el poder de los españoles era francamente limitado, requiriéndose la llegada de artilleros, fundidores e ingenieros militares. En 1583 unos doscientos soldados de guarnición tuvieron que encararse con los tres mil quinientos tripulantes sangleyes de treinta navíos chinos, fuente de riqueza comercial pero también de viva preocupación para los españoles.            

                En 1580 y 1581 llegaron refuerzos desde la Nueva España, que fueron muy bien recibidos, también por los vecinos establecimientos portugueses de las Molucas en liza con los poderes musulmanes locales. Sin grandes problemas, por tanto, se avinieron a reconocer como rey a don Felipe de Austria.

                La Manila española sufrió un pavoroso incendio que devastó sus tres cuartas partes en febrero de 1583, fruto de la falta de acatamiento de los españoles a las directrices de la autoridad, empeñada en levantar una fortaleza de cantería. Los encomenderos no se encontraban satisfechos y los soldados tampoco ante la triplicación del coste de los víveres. El virrey y la audiencia establecidos en México se antojaban demasiado lejanos y arbitrarios a estos descendientes de los conquistadores en Asia. Oficialmente fueron fervorosos católicos, servidores de Dios y del rey, que al final dejaron un importante espacio a la iniciativa misionera de las órdenes.