LA ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD EN NORTEAMÉRICA Y LOS DEMÓCRATAS ESPAÑOLES. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

26.01.2024 13:02

 

                España fue todavía un poder colonialista y esclavista en el siglo XIX. Por mucho que suscribiera con Gran Bretaña acuerdos contra la trata de esclavos, más de un particular español hizo negocios esclavistas entre África y Cuba. Aunque se temiera el estallido de una insurrección de los esclavos de procedencia africana, al modo de Haití, en Cuba no se planteó la abolición de la esclavitud en la primera mitad del XIX.

                Sin embargo, la sensibilidad antiesclavista fue calando en algunos grupos, como el de los intelectuales del liberalismo democrático del tiempo de Isabel II. Se aglutinaron alrededor de la Revista Ibérica de ciencias, política, literatura, artes e instrucción pública, cuyo gran inspirador fue Francisco de Paula Canalejas, figura de los círculos krausistas.

                Los acontecimientos internacionales les interesaron vivamente, pues su interpretación reforzaba su visión política ante sus rivales. La guerra de Secesión en la América del Norte atrajo su atención, al dilucidarse cuestiones de amplio calado intelectual y ético.

                A finales de 1861 se combatía denodadamente entre la Unión y la Confederación. Los unionistas bloquearon las costas controladas por sus rivales, en la medida de sus posibilidades, y apresaron el 8 de noviembre el Trent, en el que viajaban dos enviados del Sur para lograr el reconocimiento diplomático británico y francés. La ruptura entre la Unión y Gran Bretaña parecía inminente, pero al final no hubo ruptura de hostilidades, algo celebrado por la Revista. La guerra hubiera resultado fatal para el comercio de las Antillas españolas.

                Su gran fuente de información pasaba por la prensa británica, juzgada como agresiva con la causa unionista. Los periódicos consultados no incluían los de tendencia más democrática y popular. No obstante, se sostuvo que Francia hubiera resultado ser mucho más agresiva  que Gran Bretaña en el caso de arrostrar un incidente como el del Trent.

                El miedo a la insurrección de los esclavos negros estaba presente en el pensamiento de los demócratas españoles de la época, que evocaban las imágenes de la sangría de Haití durante la Revolución francesa. No culpaban de la violencia a las gentes de origen africano, sino a la injusticia misma. Al respecto, recogieron las noticias que culpaban del incendio y destrucción de Charleston a los mismos esclavos.

                Tras la batalla de Antietam (17 de septiembre de 1862), el futuro de la Confederación apareció como más incierto. Ni Gran Bretaña ni Francia se declararon beligerantes a su favor, mientras la causa abolicionista ganaba adeptos entre los grupos demócratas y trabajadores británicos.  La Revista tildó a la Confederación de pueblo de esclavos, incapaz de vivir al lado de otro libre. Se auguraba un resultado favorable al Norte, pese a que el Sur no se diera por vencido.

                El 22 de septiembre de 1862, Lincoln avisó que ordenaría la emancipación de todos los esclavos en cualquier Estado que no cesara su resistencia a la Unión antes del 1 de enero de 1863. Era el comienzo de la abolición, hasta entonces esquivada por razones de conveniencia política. La Revista anunció que el Congreso de Washington había votado una indemnización en favor de los Estados esclavistas que renunciaran a la esclavitud. Se alabó el espíritu humanitario de los hombres honrados, ya que la esclavitud era una mancha moral. También se elogiaba a Lincoln, que había cumplido su promesa, por muchas inconveniencias que arrostrara. Tampoco había requerido de ningún medio dictatorial para sobrevivir políticamente, estableciendo el habeas corpus. Los europeos, en suma, habían hecho bien en no intervenir en la guerra.

                El tema apasionó también a otros círculos españoles. En la Revista Católica de Barcelona se acusó a Gran Bretaña de hipocresía al apoyar a la Confederación. Por otro lado, la abolición de la esclavitud suponía llevar la revolución a su conclusión lógica en favor de los derechos naturales, según La república español de Alicante ya en 1870. Los posicionamientos en los temas internacionales decían mucho de las opiniones y actitudes sobre la política nacional.