ICONOGRAFÍAS DEL NUEVO CÉSAR CRISTIANO (II). Por Cristina Platero García.

20.09.2019 15:41

            Como ya avanzamos en una anterior entrada, la cual supone la primera parte de este artículo, los monarcas europeos a inicios de la Edad Moderna quisieron acrecentar su control político y económico sobre sus dominios, reduciendo el de otros detentados, que en la práctica, le podían llegar a igualar en ostentosidad y poderío.

            Para proyectar una imagen de dominio total entre sus súbditos, los príncipes de las principales dinastías necesitaban crearse a sí mismos, mediante una imagen ideal de lo que se debía esperar de ellos; de lo que suponía ser un monarca incondicional. Se recurrió para ello al uso de unas imágenes alegóricas propias de la Antigüedad grecolatina combinadas con el mensaje cristiano heredado de la Edad Media.

            En aquel imaginario, ambas iconografías iban a formar un repertorio de ideas morales y de conceptos virtuosos definidos y difundidos por la literatura emblemática y  mitográfica del Renacimiento. En ellos, por ejemplo Hércules, que es el más famoso de los hijos de Júpiter, representa la fuerza, la astucia, la valía; todo ello, compendiado a través de su mito de los Doce Trabajos. Enrique de Villena en  Los doze trabajos de Hércules, escrito en 1417, habla sobre las cualidades del semidiós y señala que el motivo de difundirlas no es otro que el de servir de ejemplo a todos aquellos que quieran encauzarse en el camino de la virtud divina:

            "[…] logar que faga fruto e de que tomen enxenplo, acresçimiento de virtudes e purgamiento de vicios, si sera espejo actual a los gloriosos caballeros en armada cavalleria […]. E non menos a la cavalleria moral dara lumbre e presentara señales de buenas costumbres, desfaciendo la texedura de los viçios e domando la feroçitat de los mostruosos actos […], e faga non solamente seguir las proezas de los antiguos, mas aun que seades exenplar de virtudes a los presentes e venideros caballeros que actual e moralmente buscan exenplo."

            La figura del emperador Carlos V reuniría idealmente estas bondades. Este asumiría su papel bajo el ideal heroico de aquel muchacho mitad humano mitad dios, y lo convertirá en patrimonio de la nación española creando el que sería el lema de su Imperio: Plus Ultra, "Más Allá", más allá de las Columnas de Hércules. El lema se haría oficial incorporándolo entonces al escudo español tal y como lo vemos en la actualidad, mediante una cinta que recorre la supuesta pareja de columnas que protagonizan el décimo de los Trabajos de Hércules.

            En esta simbiosis entre paganismo y moral cristiana, Belerofonte o San Jorge van a servir para expresar la misma idea: el príncipe como Miles Christi o "soldado de Dios". Y siguiendo el ejemplo de su padre, Felipe II proseguirá la misión divina de salvaguardar la verdadera Fe de la amenaza de aquellos que pretenden derribar los cimientos de su imperio católico apostólico romano.

            Podemos encontrar que en una de las tantas medallas labradas por Giampolo Poggini para los Habsburgo para conmemorar su matrimonio con María Tudor en 1554, conservada esta en el British Museum, el reverso de la misma se destina a la figura mítica de Belerofonte como símbolo de su lucha contra los protestantes ingleses.

            Llegados al siglo XVII, en ese camino que une la tradición cristiana con los emblemas alegóricos grecolatinos, y habiendo pasado ya del Renacimiento al Barroco, otros hombres de Estado, con el suficiente poder como para permitirse ser retratados de manera oficial, proyectarán también sus propias alegorías sobre las virtudes de su gobierno y de su persona.

            Podemos ver como el conde-duque de Olivares se hace dibujar por Rubens, en colaboración con Velázquez, en un boceto que será llevado al grabado por Paulus Pontius, colaborador predilecto del artista flamenco, en el que el valido aparece rodeado de numerosos elementos simbólicos que ahora mismo no podemos pararnos a analizar pero que invitamos a que el lector los contemple a través del enlace a la web del Museo del Prado que se encuentra en el apartado Fuentes.  

            Y finalmente, el ascenso de los monarcas dentro de algunos de los Estados europeos modernos alcanzó las cotas del absolutismo. En este sistema de gobierno del que Francia será el foco de difusión, el arquetipo del dios Apolo como "dios que ilumina el mundo" se hace especialmente atractivo para Luis XIV, monopoliza la imagen del dios de la mitología griega y romana como imagen de sí mismo.  

            La constatación del sistema heliocéntrico por aquel entonces, a partir de las recientes teorías defendidas por Galileo Galilei, contribuyó sin duda a idealizar la figura del soberano francés como Rey Sol; de Francia como "centro del universo". Se proclama así el carácter divino de su presencia, la cual goza de una potestad "única y absoluta".

            Y esto, promovido gracias a la fortuna que le otorgan sus reiteradas conquistas extranjeras, se une además al hecho de que la fragmentación político-religiosa promovida por la Reforma protestante se hace efectiva a partir de hitos como la independencia de las Provincias Unidas (1648), que desplazaron a la Iglesia de Roma, y a su principal defensora, la monarquía española, a un segundo plano como instituciones intermediarias entre Dios y los hombres.

            El rey francés ya no es un "César", uno más de los tantos césares que había habido a lo largo de la historia. El soberano de Francia, seguro de sí mismo, tampoco es el hijo de un Dios, un "Hércules". Caminando con paso grácil y firme al mismo tiempo, Luis XIV es la propia divinidad solar, deslumbrando a todos con su sola presencia. Por ello no pudo soportar que el Palacio de Vaux, propiedad de su ministro de cuentas Nicolas Fouquet, fuera mucho más espectacular que ninguno de los suyos. Lo depuso y lo encerró en prisión, donde moriría. Y tal y como preconizó Maquiavelo, de ese modo, alegóricamente hablando, el palacio de Versalles, va a suponer el culmen de aquella progresiva acumulación de poder sin parangón, iniciada dos siglos atrás.

            Concebido para mostrar al mundo la gloria de su soberano, todo en él será fastuoso: las pinturas, las fuentes, los jardines, un sinfín de esculturas clásicas, los dorados de la decoración… cientos de metros cuidados al más mínimo detalle por su visionario diseñador, el propio Luis XIV, hasta llegar al culmen de sus anhelos mediante la escenografía que se recrea en la gran Galería de los Espejos, concebida explícitamente para multiplicar alegóricamente la luz cuando él la atravesara. Supone, a semejanza de lo que sería en su día la Domus Aurea de Nerón, el reflejo de lo que se hacía sentir en toda Francia: nadie es capaz de aguantar la mirada al Sol.

FUENTES.

Enlace a la web del Museo del Prado con el grabado alegórico del conde-duque de Olivares:

https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/retrato-alegorico-del-conde-duque-de-olivares/4b2077e7-8278-42c3-87dc-25f15d080329

BIBLIOGRAFÍA.

- CARMONA MUELA, J. (2018), Iconografía clásica. Guía básica para estudiantes, Edit. Akal / Itsmo (Madrid).

Boceto del vestuario diseñado para el joven Luis XIV, creado para el Ballet de la Nuit, una obra cortesana de 1653 creada por Jean Baptiste-Lully, compositor oficial de la corte. La fama del compositor, violinista, bailarín y director de orquesta sería tal que llegaría a convertirse en secretario personal del rey, por lo que vemos cómo las artes escénicas supusieron un excelente aliado para reforzar la imagen de la supremacía real.