GUERRA Y COMERCIO EN LA ALIANZA HISPANO-FRANCESA (1775). Por Víctor Manuel Galán Tendero.

26.09.2019 15:44

                Las relaciones entre España y Francia siempre han sido complejas, pero nunca vulgares, tanto en la guerra como en la paz. En el siglo XVIII, con la entronización de los Borbones en España, mejoraron aparentemente. Más allá de las razones dinásticas, la rivalidad con la expansiva Gran Bretaña determinaron el acercamiento.

                Tras la guerra de los Siete Años, Francia no había conseguido imponerse en Europa a despecho de su alianza con Austria y había perdido la mayor parte de sus dominios ultramarinos. A España la guerra tampoco le había favorecido y los británicos proseguían sus avances. Los pactos de familia germinaron en este suelo.

                En julio de 1775 el cónsul francés en España, el abad Belliardi, se acercó a las autoridades españolas con la intención de establecer un sistema comercial beneficioso a ambas naciones. El interés recíproco se fundamentaría en los tres pilares de la conservación de las respectivas posesiones, en su promoción por la industria y el comercio y en sostener la grandeza de la Casa de Borbón.

                El cónsul era consciente que con la entronización de Felipe V cesó la vieja enemistad hispano-francesa. Los británicos se opusieron a ello por el temor al establecimiento de tan gran poder combinado. Con todo, los franceses no habían conseguido ventajas apreciables, los británicos proseguían hostilizando y españoles y franceses no habían depuesto animadversiones completamente.

                El duque de Choiseul y los ministros de Carlos III intentaron enderezar tal situación.  Estaba en juego la conservación de los dominios de ambas naciones. Francia debía de gastar más que España en preservar su posición en Europa, beneficiando la de España en Italia según Belliardi. Asimismo, las potencias del Norte de Europa que comerciaban en el Mediterráneo perjudicaban la navegación francesa y alentaban a los berberiscos.

                Los españoles no lo tenían más fácil. Además de los movimientos de los berberiscos, la frontera de Portugal, Gibraltar, Ceuta, Orán y Menorca le daban vivos motivos de preocupación. En ultramar era vital la seguridad del golfo de México, Buenos Aires, el Pacífico y Filipinas.

                Para atajar tales problemas frente a la pujante Gran Bretaña, postulaba el cónsul el establecimiento de una fuerza naval conjunta de ochenta navíos de línea franceses y de sesenta españoles. Se conseguiría tal armada favoreciendo la marina mercante y la pesca, alrededor de la codiciada Terranova. Sin embargo, las intenciones de Belliardi iban más allá.

                La dependencia española del comercio británico le contrariaba vivamente y llegó a postular un Acta de Navegación para los Estados de la Casa de Borbón. Pretendía que la más agraria España abasteciera de lanas y sedas a la industria francesa, que obtendría más facilidades que de Italia o del Levante. También podía comprar el tabaco cubano. Los puertos francos de Galicia y de Dunquerque serían de suma utilidad.

                Alianza militar en toda regla sobre la suposición del interés común, el plan de Belliardi avanzaba algunos de los deseos de dominio económico y de tutela política de la Francia del Directorio y de Napoleón, que tampoco logró desarraigar de España la potencia económica británica.

                Fuentes.

                ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL, Secretaría de Estado y del Despacho de Estado, 2845, expediente 15.