GRAN BRETAÑA Y EL EMBROLLO DE PALESTINA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

04.05.2021 11:23

               

                Concluida la I Guerra Mundial, Gran Bretaña asumió el mandato de Palestina en nombre de la Sociedad de Naciones, pero también contrajo un problema de proporciones colosales, el del arbitraje entre las aspiraciones de libertad de las poblaciones árabes y las reclamaciones judías de establecer allí su hogar nacional.

                A unos y a otros le habían prometido los británicos cosas contradictorias, algo que se descubrió con crudeza durante el periodo de Entreguerras. Cuando se inició la II Guerra Mundial, Gran Bretaña ya había dejado a un lado mucho de la Declaración Balfour, favorable a los intereses judíos. Tampoco había dividido el territorio entre árabes y judíos.

                La inquietud cundió en los medios nacionalistas judíos, los de los sionistas, pero la amenaza del nazismo era terrible, y no solamente en Europa. Las fuerzas del Eje lograron importantes victorias en el Norte de África, y en 1942 alcanzaron el desierto Oeste de Egipto. El III Reich ambicionaba dominar el canal de Suez e irrumpir en el Próximo Oriente.

                Arabia Saudí llegó entonces a vender petróleo a los alemanes, que desde el Cáucaso también proyectaron nuevas ofensivas. Entre las poblaciones musulmanas, como las de Palestina, su causa tuvo seguidores decididos, que consideraron que tenían una oportunidad de deshacerse del poder británico y de la presencia judía en la zona.

                Los sionistas venían organizando su propio ejército, el Haganah. Sin embargo, ante semejante perspectiva prefirieron ser prudentes y no atacar a los británicos en aquel momento.

                Durante la guerra, Gran Bretaña trató de mejorar sus relaciones con los pueblos musulmanes. Auspició la celebración en 1944 de la conferencia de Alejandría, punto de arranque de la Liga Árabe que conformaría un bloque territorial unido en el Oriente Próximo. Era una forma de garantizar el poder británico allí, tan interesado en su estratégico petróleo.

                Las reclamaciones judías, con todo, distaron de ceder, especialmente al finalizar la II Guerra Mundial. El presidente estadounidense Truman pidió en 1945 a los británicos que admitieran en Palestina a 100.000 de los 250.000 supervivientes del Holocausto, procedentes de una Europa en ruinas. Por el contrario, Gran Bretaña adoptó un bloqueo naval que evitara nuevas llegadas de judíos y que la disputa se agudizara.

                El Haganah unió sus fuerzas entonces a las de los más radicales sionistas, dando comienzo a una campaña terrorista sistemática contra objetivos militares, comunicaciones, cafés y funcionarios británicos.

                Gran Bretaña no deseaba perder su posición en Oriente Próximo, en especial ante la posibilidad de expansión soviética (heredera de la rusa anterior), y proyectó la creación de varios Estados árabes aliados, que acogerían bases militares británicas. En Palestina, llegó a destacar hasta 100.000 soldados, que tuvieron la colaboración de los 4.500 de la Legión Árabe.

                La resolución del problema en Palestina era crucial para que tales planes prosperaran. Egipto apostó que fuera gobernada por el palestino Haj Amín, malquisto con los mismos británicos y del que recelaban vivamente sirios e iraquíes, que lo veían como un peón egipcio. A las rivalidades entre los árabes se sumó el recrudecimiento de la resistencia armada judía.

                En tal situación, Gran Bretaña decidió retirar sus tropas de Palestina en febrero de 1947 y transfirió su control a las Naciones Unidas, que tuvieron que encarar el sensible problema de su futuro.

               Para saber más.

                Milton Viorst, Tormenta en Oriente Próximo. El choque entre el Oriente musulmán y el O ccidente cristiano, Barcelona, 2006.