FORMATOS DE ESCRITURA A LO LARGO DE LA HISTORIA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

16.07.2021 10:18

                La necesaria escritura.

                La escritura ha marcado fuertemente la evolución de la cultura humana. Toda civilización ha requerido llevar un registro de sus ingresos, gastos, decisiones, conmemoraciones y recuerdos. Las primeras tablillas de arcilla en las que escribieron con sus punzones los sumerios, allá por el cuarto milenio antes de nuestra Era, nacieron de la necesidad de disponer de una contabilidad clara y precisa, a consultar por los poderosos sacerdotes, verdaderos señores de muchas ciudades de Mesopotamia.

                En otros puntos del mundo, con sociedades cada vez más urbanas y jerarquizadas, también surgieron sistemas de escritura notables: Egipto, el valle del Indo, China septentrional o Mesoamérica.

                De la utilidad de la escritura da buena idea su extensión entre otros grupos que en principio no la crearon. Los iberos adaptaron el alfabeto griego jónico, lo que facilitó bastante su organización política y económica, clave en un Mediterráneo cada vez más disputado como el de los siglos V al III antes de nuestra Era. La disyuntiva entre ciencias y letras, convertida en un lugar común de nuestro sistema educativo, pierde toda su razón de ser en el amanecer de la escritura, cuando se apoyaron mutuamente para aprovechar el auge del comercio y de otros negocios lucrativos.

               La escritura ordenada.

                Desde pequeños, se acostumbra a los escolares a escribir con orden. Deben de seguir una pauta geométrica para que sus signos sean bien inteligibles y diáfano el sentido de los mismos a los demás.

                Los sumerios optaron por escribir en columnas. Tanto de forma horizontal como vertical (de derecha a izquierda o viceversa) escribían los egipcios sus jeroglíficos, bien dispuestos en cuadrados, de los que se podía hacer uso de la cuarta, la tercera parte, la mitad o de todo el espacio según su morfología. Sin puntos, comas o separaciones de ningún tipo, su sentido de lectura era indicado por la dirección de sus figuras.

                El orden de la escritura de los mercantiles fenicios aparece más clara a nuestros ojos. Iba horizontalmente de derecha a izquierda, ya separaba las palabras e incluso diferenciaba líneas. Supieron simplificar numerosos signos de otras escrituras del Próximo Oriente y su alfabeto, surgido hacia el 1300 antes de nuestra Era, es clave para entender la evolución posterior de la escritura de los pueblos de Europa. El propio Heródoto, el padre de la historia, atribuyó a los fenicios su introducción entre los griegos.

              La caligrafía, todo un arte.

                El escribir con orden lleva implícito un mandato, el de trazar con la máxima belleza sus símbolos. Con pincel y tinta, los chinos llegaron a plasmar sobre el papel hasta cinco grandes estilos, como la del sello grande.

                Al prohibir el Islam la representación de la figura humana, su arte sublimó la caligrafía, medio privilegiado de transmisión de la palabra de Alá contenida en el Corán. En el siglo X, el visir de los califas abasíes Abu Ali Muhammad ibn Muqla ganó renombrada fama como calígrafo, siendo considerado uno de los padres de la escritura nasj o de copiar.

                Sus caracteres son pequeños, conservan el equilibrio, sus trazos verticales se dirigen hacia la izquierda y hacia arriba los inferiores de los horizontales. Tal sistema caligráfico se adaptó a la imprenta y hoy en día es el más seguido por los árabes.

                De singular belleza es la escritura cúfica, de formato cuadrado y perfil anguloso, que se ha empleado en la decoración de mezquitas, cúpulas y alminares.

                Precisamente de una forma antigua de la cúfica deriva la andalusí, propia no solo de Al-Ándalus, sino también del Magreb y el África occidental musulmana, con un trazado menos grueso y una ejecución más libre.

               La caligráfica epigrafía.

                El buen hacer de la caligrafía se ha aplicado sobre superficies de todo tipo, como el mármol, una vez que se pasaron a emplear las técnicas incisivas.

                 Los romanos nos han legado numerosísimas epigrafías procedentes de sus ciudades y obras públicas. Fue una actividad tan importante y difundida que en Roma o Pompeya se establecieron notables talleres, casi industriales, que trabajaban por encargo.

                Mientras un quadratarius marcaba el espacio epigráfico para las letras y las líneas, un grabador cincelaba la incisión del texto. El orden fue una característica muy apreciada por los romanos.

               Los libros de la nueva Europa cristiana.

                Tradicionalmente, se ha interpretado la caída del imperio romano de Occidente como un drama, con funestas consecuencias para la cultura. Según esta forma de ver las cosas, los incultos bárbaros arruinarían la brillantez de la civilización clásica, trabajosamente conservada en círculos minoritarios a la espera de mejores tiempos.

                Esta teoría de la llama sagrada cuenta cada vez con menos adeptos. La cultura romana se encontraba en evolución y los pueblos germanos la retomarían con más o menos fortuna.

                Los distintos poderes que se repartieron Europa occidental en la Alta Edad Media se identificaron con el cristianismo y en los monasterios se elaborarían bellísimos ejemplares de los Evangelios.

                Entre el siglo VI y el IX floreció una verdadera escuela en Irlanda, Escocia y el norte de Inglaterra de copistas bíblicos, con muestras tan consumadas como el Libro de Kells (con los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento), en el que se emplearon cuidadas caligrafías y una brillante gama de tintas negras, rojas, malvas y amarillas.

                El impulso de la cultura en las islas Británicas sirvió de acicate al llamado renacimiento carolingio de los siglos VIII-IX, también con gran importancia de los scriptoria monásticos. Carlomagno impulsó la restauración de las escuelas (catedralicias y monásticas) e instó a los obispos a que enseñaran a leer y a contar a los niños, fueran sus padres de condición libre o servil.

                Los libros de gramática, aritmética o música debían de confeccionarse de la mejor manera posible y se empleó un nuevo tipo de letra, con pretensiones ecuménicas, la llamada carolingia. Sus formas son claramente redondeadas, marcaban claramente los espacios entre palabras y las letras capitales se destacaban con claridad de las minúsculas. Para muchas personas de hoy en día, su lectura es bastante más accesible que la de otras formas de escritura. Se extendió más allá de los límites del imperio carolingio.

                La Hispania visigoda fue otro emporio de cultura, cada vez más reconocido por la investigación, y algunas de sus formas pasaron a los nuevos reinos del norte de la Península, como el de Asturias, en lo que se ha venido en llamar durante bastante tiempo arte mozárabe.

                Algunos de sus libros son de una singular belleza, como los Comentarios al Apocalipsis de beato de Liébana (de vivísimos colores) o el Antifonario de la catedral de León.

                Se asocia con tales obras la llamada letra visigoda, mozárabe o hispánica, que se empleó del siglo VII al XII en tierras peninsulares y del sur francés. Resulta también bastante legible a ojos contemporáneos e igualmente resaltaba las letras iniciales. Indicaba las abreviaturas con una línea ondulada superpuesta, con un punto superior en ocasiones.

                La incorporación del norte de la actual Cataluña a los dominios carolingios favoreció su desplazamiento por la escritura de aquéllos, que se difundió todavía más con la expansión de los monjes cluniacenses al calor del Camino de Santiago. El cambio del rito mozárabe por el romano en León y Castilla, en el siglo XI, contribuyó de forma decisiva a que pasara a la Historia.

              Derecho romano y universidades, alfa y omega de la cultura libresca del gótico.

                Desde mediados del siglo XI, los scriptoria en tierras de Europa Occidental comenzaron a escribir más con plumas de aves, especialmente de oca, relegando cada vez más al cálamo. Los trazos de las letras ganaron en finura y los ángulos se hicieron más marcados.

                Tal forma de trazar las letras se avenía muy bien con la necesidad de contar con tratados legales que pudieran leerse con facilidad, separando convenientemente las palabras, escritas de manera recta. Tal sistema comenzó a adoptarse en Inglaterra en la primera mitad del siglo XII, fue adoptado en su segunda mitad en Francia y en tierras alemanas, y en Castilla y Aragón en el siglo XIII. Hoy en día lo llamamos escritura gótica, con el mismo nombre que el celebérrimo arte, con el que se han trazado paralelismos y apuntado conexiones.

                Las formas cursivas de la letra gótica derivan de la carolingia y pueden apreciarse en los registros de las cortes de justicia o en las contabilidades de monarcas y grandes señores. En los libros de Derecho o de otro tipo se utilizó la variante caligráfica y la capital fue la predilecta de los privilegios otorgados por los reyes a nobles, monasterios, ciudades o villas.

                El desarrollo de la letra gótica es inseparable de la afirmación y expansión de los grandes reinos de la Europa Occidental de los siglos XII-XV. Sus monarcas afirmaron su autoridad con la ayuda del Derecho romano, el de los emperadores, y necesitaron un grupo de servidores duchos en las cuestiones legales para hacer efectiva su voluntad. Tales agentes del poder real se formaron en universidades, como las de Bolonia (fundada en 1088), Oxford (1096), París (1150), Cambridge (1208), Palencia (1208) o Salamanca (1218).

                En la Iglesia católica se dio una evolución paralela, máxime cuando el Papa reclamaba su preeminencia sobre los demás poderes mundanos. Durante la estancia de los pontífices en Aviñón (1309-77), aquélla terminó de desarrollar una elaborada organización administrativa y fiscal, con numerosos registros escritos. También se dio la circunstancia que muchas dignidades eclesiásticas fueron consejeros de confianza reales, como el obispo de Huesca Vidal de Canellas o Mayor en relación a Jaime I de Aragón.

               Cómo confeccionar un documento en tiempos del gótico.

                La Cancillería de los reyes aragoneses ha ganado justa fama tanto por sus procedimientos depurados como por la conservación de sus notables registros en el Archivo de la Corona de Aragón. Aunque se ha reconocido la importancia de la obra de Jaime I, su tataranieto Pedro IV adoptó en sus Órdenes Reales las Leyes Palatinas de su vencido cuñado Jaime III de Mallorca.

                El canciller, al principio una alta dignidad eclesiástica, era el responsable de un equipo de scriptores con formación legal notarial, que se encargaban de forma cada vez más especializada de tomar nota del contenido del documento, de elaborar una primera redacción y (una vez logrado el beneplácito de aquél) darle la forma definitiva, apuntando su entrega al destinatario. En el Archivo se conserva el registro documental de las copias de todos los documentos enviados por la Cancillería, ordenados por día y año.

                La Cancillería configuraba la memoria de la monarquía, con todos sus entresijos, y uno de los elementos de su prestigio cultural. Desde al menos 1373 trabajaron para la aragonesa una serie de copistas de libros, que adaptaron a sus obras el gusto artístico del gótico internacional, tan apreciado en Francia.

                La de Castilla no se quedó atrás, aunque de la misma no se haya conservado el volumen documental bajomedieval de la aragonesa. Fueron sus cancilleres figuras tan destacadas como Pedro López de Ayala (notable cronista) y con el tiempo los príncipes herederos también tuvieron sus propios cancilleres. Bajo los distintos cancilleres trabajaron los notarios mayores de los reinos de León, Castilla, Toledo y Andalucía, auxiliados a su vez por sus scriptores.

                El creciente volumen de documentación a atender llevó a la Cancillería castellana a emplear la cursiva procesal, que tan mala fama ha tenido por su difícil lectura, hasta tal extremo que algunos la han considerado una degeneración de la letra cortesana. Es cierto que en más de una ocasión ha dado lugar y da problemas para ser leída, pero bajo los Reyes Católicos dio cumplida respuesta a las acrecidas necesidades documentales de una Monarquía en expansión.

               Necesidad y oportunidad de la revolución de la imprenta.

                Distintas sociedades habían empleado los sellos desde hacía siglos y la civilización china combinó distintas piezas de porcelana con caracteres tallados para crear una primera forma de imprenta en el siglo XI.

                Los europeos emplearon la xilografía antes de la invención de la moderna imprenta, que respondió a la necesidad de atender la demanda de un creciente público lector, bien preparado por la evolución cultural de los siglos XII al XV.

                Aunque distintas figuras han sido postuladas como creadoras de la moderna imprenta (como el holandés Laurens Janszoon Coster, cuyo Speculum data de 1440), el orfebre alemán Johannes Gutenberg ha pasado a la historia con tales honores.

                Editó el Misal de Constanza en 1449, según varios autores, y entre 1452 y 1456 trabajó en su famosa Biblia, publicada en Maguncia, en asociación con Johann Fust y su yerno Peter Schöffer. Se emplearon moldes de madera con letras grabadas, en lugar de tablillas de madera, que se rellenaron de plomo. Así se crearon 150 tipos que no se desgastaban tanto por el uso y que se iban enlazando en un soporte a voluntad del impresor. Cada página contaba con cuarenta y dos líneas, presentando la imagen de un manuscrito coetáneo. Se dejaron espacios en blanco para escribir a mano las letras capitulares y dibujar sus ilustraciones. Para la impresión de las distintas páginas, adaptó las prensas vinícolas al efecto. El avance era claro y Gutenberg se propuso imprimir hasta 150 ejemplares (cada uno con dos tomos de doble folio), pero los costes del proyecto lo superaron y falleció en 1468 en la ruina económica. Sin embargo, el avance era irreversible.

               Difusión y perfeccionamiento de los modelos tipográficos.

                En los años siguientes a la muerte de Gutenberg, la nueva imprenta fue generalizándose en Europa. En 1472 el obispo de Segovia Juan Arias Dávila hizo llamar al impresor alemán Johannes Párix para que editara obras para los alumnos del estudio general de la ciudad. El también alemán Lambert Palmart se estableció en Valencia, donde editó en 1474 Les trobes en lahors de la Verge Maria.

                En Venecia, convertida en un emporio de la imprenta, sobresalió el humanista Aldo Manuzio, gran editor de los clásicos latinos y del emblemático Erasmo de Rotterdam. En su imprenta se creó la letra itálica o cursiva, también conocida como bastardilla. Manuzio la encargó hacia el 1500 al punzonista Francesco Griffo para emplearla en obras, de formato más pequeño que en folio, de poesía. Se ahorraba así espacio y se rememoraba el característico estilo de escritura de los notarios florentinos de gusto humanista.

                Sin la imprenta, indiscutiblemente, no concebiríamos la gran cultura del Renacimiento (con el colofón del Quijote), la revolución científica del siglo XVII o la Enciclopedia, el gran monumento de la Ilustración, editada en distintos formatos en París, Ginebra, Lucca, Livorno, Neuchâtel, Lausana y Berna.

               Avances y diseños actuales.

                Con la doble revolución del siglo XIX, la política derivada de la francesa y la industrialización, las ganas de informarse y de formarse crecieron notablemente en muchos países, asociándose con la difusión del espíritu de la libertad. Los delitos de imprenta, reconocidos en la legislación de numerosos Estados, dan cumplida muestra del poder subversivo de la palabra escrita.

                En 1885 Ottmar Mergenthaler inventó la linotipia, un útil sistema que mecanizaba la composición del texto. Todavía se redujo más la carga de trabajo de los impresores a mediados del siglo XX con el desarrollo de la imprenta electrónica, que ha permitido la edición de innumerables catálogos, de gran valor para la promoción económica o de otro género.

                Si la fotocopia, empleada en varios campos, abarató notablemente la impresión, el libro digital permite prescindir de la impresión misma. Otra revolución, la digital, abre las puertas de par en par a la notable difusión de incontables formatos a través de internet, donde la llamada ciencia ciudadana se va fortaleciendo en esta hora del siglo XXI. Con todo, tales avances prosiguen la tendencia de las primeras personas que emplearon la escritura como forma de comprensión, representación y modificación de la realidad cotidiana. Escribir nos hace todavía más humanos.

              Bibliografía.

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