ESPAÑA EN EL ÁFRICA OCCIDENTAL DE TIEMPOS DEL IMPERIALISMO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

01.01.2024 12:48

 

                El último tercio del siglo XIX asistió al surgimiento de la moderna idea del imperialismo y a la carrera entre las grandes potencias para tallarse acrecidos o nuevos imperios. España había sido una de las pioneras de la colonización europea en ultramar. Además, todavía conservaba antes de 1898 importantes posesiones y podía hacer valer algunos derechos históricos en distintos puntos del mundo. Sin embargo, tomó parte en la carrera imperialista de forma muy discreta. Mientras Cánovas del Castillo lo consideró una muestra de prudencia, Joaquín Costa la tildó de ejemplo de dejadez de un país que se limitaba a las altisonantes declaraciones de gusto histórico.

                Una de las áreas de atracción española fue la costa occidental de África, en una época en la que los europeos trataban de acceder al interior africano, superando sus posiciones en el litoral. En Canarias el interés, por lo menos a nivel de ciertos particulares, fue mayor que en otros territorios. En 1876, Ramón de Silva Ferro quiso fomentar la pesca en los bancos del litoral sahariano desde La Graciosa. Además, en los círculos intelectuales se estaba extendiendo el gusto por conocer con mayor precisión la geografía de tierras poco frecuentadas por los europeos. Por voluntad de la Sociedad Geográfica de Madrid, se fundó en 1877 la Asociación Española para la Exploración de África, que compartía las ideas de la Asociación Internacional de Bruselas, a la sazón muy interesada en la cuenca del Congo.

                En este ambiente, algunos quisieron reverdecer antiguos laureles, y en 1878 zarpó la expedición del Blasco de Garay, con la misión de dar con los restos del enclave castellano de Santa Cruz de la Mar Pequeña, que terminaría identificándose con la bahía de Ifni. Al año siguiente, causaron no poca preocupación las actividades británicas en cabo Juby, amenazadoras del dominio de Ifni, acordado previamente con el sultán de Marruecos.

                El gran motor de la expansión española allí fueron los intereses pesqueros. Sus capturas no sólo servían de aprovisionamiento a Canarias, sino que también se exportaban a Cuba como salazón. A 6 de diciembre de 1880 se formó en Madrid la Sociedad de Pesquerías Canario-Africanas, con factoría en La Graciosa, la anterior concesión de Ramón de Silva Ferro. La Sociedad se movió con diligencia: tres dignatarios de los Ulad Delim acudieron en septiembre de 1881 a Lanzarote, donde entregaron la península de Río de Oro. Para rentabilizar tal concesión, la Sociedad dispuso de los vapores Pérez Gallego y Marqués de Viluma, cuyo nombre honraba a uno de sus más destacados socios capitalistas.

                Con todo, la crisis bursátil de 1882, iniciada en París, le afectó severamente, y la Sociedad de Africanistas animó a que la Compañía Mercantil Hispano-Africana tomara el relevo, destacando en el empeño el inquieto Joaquín Costa, docente de la Institución Libre de Enseñanza. Al mismo tiempo, en noviembre de aquel año,  La Ligera volvió a intentar dar con los restos exactos de la antigua torre castellana de Santa Cruz de la Mar Pequeña. Se pretendió formalizar la cesión de derechos por el sultán de Marruecos con el pago de quince millones de pesetas.

                En 1883, Joaquín Costa sostuvo en el Congreso Español de Geografía Colonial y Mercantil que España había progresado materialmente en los últimos tiempos, debiendo adoptar una actitud más resuelta. Los europeos corrían el riesgo de chocar en África, y en Berlín tuvo lugar una importante conferencia entre el 15 de noviembre de 1884 y el 26 de febrero de 1885 para evitarlo. Por España tomó parte el embajador Francisco Merry y Colom, y antes de su apertura Cánovas quiso recabar pruebas en la costa occidental africana. En nombre de la Sociedad de Geografía Comercial, distintas entidades animaron la expedición de Emilio Bonelli.

                El 3 de noviembre de 1884, Bonelli fondeó en Río de Oro, ofreciendo agua a sus sedientos moradores. Tal fue el origen de Villa Cisneros. Aquí trabajaron las gentes de la costa, despertando las iras de las del interior ante la pérdida de su ascendiente y dominio. En marzo de 1885 la posición española fue atacada por aquéllos, cuando en Berlín se había acordado que toda acta de toma de posesión de un territorio debía ser notificada al resto de potencias.

                La reacción española no se hizo esperar. El 26 de mayo de 1885 se estableció allí una fuerza de veinticinco militares a petición de la Compañía Mercantil Hispano-Africana. En ese mismo mes, ciento cincuenta familias españolas establecidas en Orán solicitaron a la Sociedad Geográfica colonizar Río de Oro o Guinea.

                Las cosas se complicaron para España en agosto de aquel año, con el litigio con Alemania de las islas Carolinas, que avanzó ciertos elementos del 98. Bismarck no se arriesgó a la guerra y buscó el arbitraje del papa León XIII, pues no deseaba que Francia ganara protagonismo a costa de un conflicto lejano. En las Carolinas, los alemanes habían intentado hacer válida un acta de toma de posesión en un archipiélago dominado de derecho por España.

                Bonelli, mientras tanto, prosiguió sus intensas actividades. Como comisario regio en la costa occidental de África informó en octubre sobre la interrupción de relaciones con los naturales. Según su opinión, el dominio español se enfrentaba a la indolencia de los musulmanes, y a las grandes distancias para encontrar los núcleos de población y a los caciques principales. Sin embargo, sus noticias del interior eran prometedoras, pues el desembarco de tropas en la península de Río de Oro había atemorizado a los naturales. No obstante, Bonelli se conformaba con el dominio comercial, sin ejercer represalias. Así, con vigilancia, se podía avanzar en la exploración del territorio.

                En aquel momento, la Compañía había destinado un edificio para casa fuerte en su factoría, que no estuvo en condiciones completas hasta 1886. El blocao era custodiado finalmente por quince hombres, y en el puerto de la ría se contaba con una goleta de pontón, que podía servir de refugio en último extremo, además de almacén o depósito. Se hacía recomendable el auxilio de un buque de guerra, a pesar de la asidua presencia de pescadores canarios. Los primeros pasos del protectorado en la zona se habían dado antes de fallecer Alfonso XII el 25 de noviembre de 1885.

                Tuvo lugar en 1886 la expedición del capitán de ingenieros Julio Cervera, que contactó con el sultán de Adrar, en la actual Mauritania, que se avino a someterse a España. El pacto de anexión no fue debidamente notificado por el gobierno de Sagasta, según lo acordado en Berlín, por lo que más tarde los franceses se harían con su dominio. En marzo de 1887 se tuvo que hacer frente a un nuevo ataque a Villa Cisneros.

                La mentalidad imperialista y el interés por África fueron más allá de la España metropolitana, alcanzando a Cuba. Francisco Cuevas y otros vecinos de Santa Isabel de las Lajas (en la demarcación de Cienfuegos) pidieron permiso el 22 de octubre de 1887 a la reina regente María Cristina para fundar una colonia en el África Occidental. Pretendían, así lo manifestaron, llevar la luz del progreso a los hermanos africanos, sumidos en el salvajismo haciendo gala de la generosidad de la nación española que llevó a América el catolicismo. La mentalidad colonialista estaba bien arraigada en determinados grupos de la España coetánea, alentando verdaderos fenómenos de subimperialismo.

                La nueva colonia se llamaría La caridad española, y estaría nutrida de 3.000 a 5.000 personas de ambos sexos, de manera voluntaria, precedidos de una vanguardia de 300 a 500 colonos. El gobierno debería dispensar los cuatro primeros meses su manutención, además de armas y municiones. Se solicitó también la protección de un buque de la armada. En el segundo contingente ya participarían padres misioneros, que procederían a la apertura de escuelas. En los cinco primeros años, los colonos trabajarían en común los bienes, repartiéndoselos a partir de este momento. Pagarían impuestos, elegirían sus autoridades y se someterían a las leyes españolas. De tener dificultades, los colonos consultarían al gobierno español. El nombre de su capital sería el de Alfonso XIII, conformándose la colonia como un protectorado de España.

                Tal iniciativa no prosperó. Asimismo, la Compañía Mercantil Hispano-Africana tuvo  pérdidas en el área sahariana en 1893, y se orientó hacia la explotación forestal de Guinea. Paralelamente, la Compañía Trasatlántica tomó a su cargo Villa Cisneros como punto de escala y aprovisionamiento de sus buques. En vísperas del 98, el balance del imperialismo español en África era muy modesto en comparación con otras potencias, pero no dejaría de ejercer una poderosa influencia en la vida pública española del siglo XX.

                Fuentes.

                ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL.

                Diversos-General, 531, Expediente 78.

                Ultramar, 136, Expediente 16.