ESCOCIA, MODERNIZACIÓN E INDEPENDENCIA. Por Carmen Pastor Sirvent.

13.09.2014 13:37

 

                A la espera del cercano 18 de septiembre el interés de muchos se fija en Escocia, que quizá podría disolver la unión establecida en 1707. Las alarmas han saltado entre los unionistas británicos al hacerse públicos unos sondeos en los que ganarían el referéndum los independentistas por un estrecho margen.

                Generalmente se recuerda que Escocia fue un reino en no pocas ocasiones enfrentado duramente con Inglaterra, y en cierta medida se asimila la Historia escocesa con la del nacionalismo escocés. Según esta perspectiva la nación, sin fisuras sociales y territoriales, se expresa con completa naturalidad a través del nacionalismo, órgano de expresión de una realidad inconmovible a lo largo y ancho de la Historia. El estudio del nacionalismo escocés nos manifiesta que hasta 1921 no se creó una Liga Nacional Escocesa, cuyas ideas generales no cobrarían fuerza hasta finales del siglo XX. Ciertamente existió entre 1707 y 1998 un sentimiento de pertenencia escocés, pero sin impugnar el Reino Unido como tal.

                La trayectoria del nacionalismo escocés se explica mejor por lo acontecido a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. La Escocia de las Tierras Altas o Highlands abarcaba una gran parte del territorio, pero sólo retenía a una séptima parte de toda la población escocesa. Muchos terrazgos estaban en manos de los grandes patriarcas de los antiguos clanes, que para conservar su ascendiente social tenían que presentarse como protectores de sus seguidores más humildes. Deseosos de acrecentar su riqueza según el modelo aristocrático inglés, comenzaron a endurecer las condiciones de vida de sus dependientes y a extender sus rebaños de ganado. Las condiciones de vida en las Tierras Altas se endurecieron tras las guerras napoleónicas por el descenso de los precios en el mercado. La amenaza del hambre no cejó, pese a la introducción del cultivo de la patata como en Irlanda, y muchos montañeses emigraron vaciando de población gran parte de las Highlands. De esta mitificada Escocia no brotaría el nacionalismo contemporáneo, que se complace en recordar ahora las guerras jacobitas.

                                                    

                En las Lowlands o Tierras Bajas los señores feudales, de tradición histórica normanda como en el resto de Britania, hicieron más hincapié en el control de las personas a través de los lazos de dependencia, que se fueron modificando y debilitando a lo largo del tiempo. Aquí crecieron ciudades como Edimburgo y Glasgow. El desarrollo de un sistema educativo eficiente en el siglo XVIII y la creación de instituciones financieras con carácter popular favorecieron el ingenio, del que dieron cumplida muestra figuras como Adam Smith o James Watt entre otros. Depositada la semilla, la industrialización de las Tierras Bajas floreció al calor de los bajos costes salariales (alimentados por la inmigración de montañeses e irlandeses) y de la expansión imperial británica.

                Su industria tuvo la acusada tendencia a especializarse en una producción de alta cotización, siguiendo las indicaciones de su paisano Smith. La elaboración del tabaco alrededor de Glasgow abrió la marcha, más tarde seguida por la industria del lino. El gran problema era cuando su producción dejaba de cotizarse en el mercado internacional, imponiéndose la urgente necesidad de alternativas. A mediados del siglo XIX el hierro y el carbón acudieron al rescate de las Lowlands, que no tomó buena nota de las lecciones del pasado y no aprovechó la oportunidad para diversificar su base económica. De la crisis industrial de Entreguerras se salió con dificultad potenciando con los años los servicios financieros y la industria electrónica, cuyo buque insignia es Silicon Glen.

                Las transformaciones industriales repercutieron inevitablemente en el panorama social, emergiendo un grupo proletario importante, en el que el laborismo alzó su voz. Ciertos elementos de clases medias se sumaron a la reivindicación. En este ambiente de efervescencia comenzaron a brotar las reivindicaciones de autogobierno, inicialmente ligadas a elementos conservadores.

                El primer nacionalismo escocés surgió en 1921 en ambientes intelectuales modernistas ubicados en Inglaterra, curiosamente, en los que se combinó la admiración por el comunismo, la exaltación patriótica, la reclamación de autogobierno y la fascinación por la causa irlandesa, orillando la polémica relación entre escoceses e irlandeses a lo largo de los siglos.

                En 1998 el gobierno laborista de Tony Blair autorizó la constitución del Parlamento escocés, en el que se depositarían los anhelos de autogobierno. Muchos pensaron que se trataría de un dique puesto con inteligencia para frenar el independentismo, algo que no ha sucedido. Tampoco la convocatoria del referéndum ha refrenado el deseo de separación precisamente. Sea cual sea el resultado de la votación, Escocia se tendrá que enfrentar a problemas persistentes como el de las alternativas económicas. Ninguna bolsa de petróleo es eterna. En todo caso es de elogiar que los británicos resuelvan sus discrepancias cívicas con educación social e institucional, y no rememorando los días de Oliver Cromwell. El Ulster es una pesadilla a evitar.