EL VIAJE A NINGUNA PARTE. Por Pedro Montoya García.

15.04.2017 11:23

LOS MEJORES PASAJES DE NUESTRA LITERATURA.

El viaje a ninguna parte. Fernando Fernán Gómez

Cuando ríes con cariño ante una comedia entrañable… para, en un momento,  darte cuenta de que aquello por lo que ríes, en realidad, es lo aparente y que en su interior guarda un cofre de muchos quilates, tanto por el mensaje que transmite como por la forma de hacerlo, y esos quilates, sin embargo, son de amargura. Ese momento cuando te preguntas si presencias una comedia con tintes de drama o un drama con tintes cómicos. Esa fuerza mágica que algunos actores, los grandes actores, como Fernando Fernán Gómez y José Sacristán poseen para cautivarte y trasladarte  de una sala de cine a un teatro, sin necesidad de levantarte de la butaca; para obligarte a reír mientras sientes compasión; sin necesidad de remordimientos, porque el humor no es ya creíble, es mucho más: es real, es consecuente consigo mismo, tal como lo crea la realidad y nada más, con todo su drama a cuestas.

La trama la componen unos cómicos teatrales en un viaje sin ninguna gracia en los años de la postguerra, sin ningún futuro, porque el cine, ese nuevo invento, les roba el pan que en aquella época no sobraba:

-Nuestro enemigo no es Solís, como cree tu padre. Es el cine. Si no

fuera Solís, sería otro peliculero. El Rovira ese, por ejemplo. A la gente le

gusta más ver películas que vernos a nosotros. Ya desde hace muchos

años. Y a mí también.

 

La novela es casi una escritura teatral (dramática) de diálogos rápidos, de conversaciones naturales sin ninguna búsqueda de ornamentaciones; lo adecuado para encajar con los personajes y los lugares de la España profunda por donde transcurre la acción; no le quita valor, al contrario, conmover y hacer reír con un lenguaje llano es camino escarpado. De igual forma se filmó la película. Es difícil afirmar qué es la adaptación, si el libro o la película; muy similares, pues, en papel y en imágenes es arte al fin y al cabo, y como escribía de muchos quilates.

Aquello empezaron los juglares y trovadores y continuaron muchos durante siglos dándose otros nombres: artistas en definitiva. Estos artistas, llamados “vagabundos” rurales, que de un lugar a otro ganan su pan ofreciendo entretenimiento, deberán claudicar ante una forma de vida que muere:

-Pero la gente las compara. Y prefiere las películas. O el fútbol, o la

radio... Los viernes no podemos trabajar porque sale el Zorro, los domin-

gos porque radian los partidos. Y no digamos cuando ponen los seriales

de Doroteo Martí, con traidores, con celos, con amantes, con hijos natu-

rales, con padres desconocidos... El teatro se muere, Carlos; sobre todo,

el teatro de vagabundos.

Se quedó un instante en silencio. Ladraron los perros. Se escuchó el

pitido del tren. Juanita añadió:

-Y yo no quiero que me entierren con él.

 

Una realidad, no de un futuro cercano, sino de un presente tan trágico que no pueden aceptar  los personajes de Fernán Gómez y José Sacristán. Si recordamos aquello escribió don Antonio Machado:

Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.

El drama escrito por Fernando Fernán Gómez, con esos caminantes sin destino, que dejan atrás la senda del teatro rural  que nunca volverán a pisar; pero, también, la “estela” de una sonrisa. Sí, triste, pero una sonrisa: el trabajo de los cómicos, en definitiva.

                    

 

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