EL SEXENIO REVOLUCIONARIO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

09.09.2020 17:13

                 

                La Gloriosa Revolución.

                La Revolución de septiembre de 1868, la Septembrina, logró derrocar con facilidad a una Isabel II cada vez más aislada. Sus artífices la llamaron la Gloriosa, en recuerdo de la revolución que en 1688 arrojó del trono de Inglaterra a Jacobo II, sin grandes desórdenes públicos, para establecer una monarquía parlamentaria más firme.

                Las ilusiones volvieron a ganar el favor de varios políticos españoles, al grito de ¡Viva España con honra!, que creyeron que iban a seguir a partir de entonces el triunfante camino de Gran Bretaña. Lo cierto es que una cosa era deshacerse de Isabel II y otra muy distinta establecer un régimen liberal y democrático sólido. En medio de una difícil situación económica, los distintos grupos políticos disputaron entre sí, mientras el descontento no se atajaba entre amplias capas populares, que se inclinaron crecientemente por el republicanismo popular y por alguna forma de socialismo. El Sexenio Democrático de 1868-1874 se convirtió en Revolucionario, en uno de los momentos más agitados de nuestra Historia Contemporánea.

                Durante mucho tiempo, la valoración de tal período como caótico fue predominante. Un joven Benito Pérez Galdós, entonces en lides periodísticas, llegó a pensar que España estaba a punto de correr un destino como el de la Polonia del siglo XVIII, repartida entre las grandes potencias. Más recientemente, se ha valorado su impulso ético por los derechos humanos. También se ha resaltado que en otros países se dieron situaciones políticas complejas, en un momento de gran cambio político en el mundo: la guerra de Secesión norteamericana (1861-1865), la revolución Meiji en Japón (1868), la culminación de la unificación italiana en 1870 y de la alemana en 1871 y la caída de Napoleón III y la formación de la III República francesa (1870).

                El inicio de la guerra de independencia de Cuba.

                En octubre de 1868 Carlos Manuel Céspedes comenzó la guerra de independencia cubana desde su finca La Demajagua (el Grito de Yara), en el Oriente cubano. El descontento político y la mala situación económica habían atizado el descontento. Céspedes proclamó la independencia y liberó a sus esclavos.

                Sin embargo, los más prósperos hacendados del Occidente de la isla no se unieron al movimiento. En ciudades como La Habana, comerciantes de origen catalán engrosaron el partido español, contrario a toda reforma de las autoridades de Cuba, ahora en manos septembristas. Formaron grupos paramilitares de milicianos (los voluntarios de La Habana), que llegaron a sacar de las cárceles a los presos políticos para fusilarlos.

                España se vio atrapada en una guerra que duraría diez años, con las impopulares quintas para el ejército, en la que tuvo dificultades para reformar y para vencer a los independentistas, cuyas cargas guerrilleras con machete  en la manigua se hicieron célebres. Desde hacía décadas, USA, especialmente sus Estados del Sur, mostraba su interés por incorporar Cuba, cuya posición estratégica y riqueza azucarera eran notorias. Conocedor de los Estados Unidos y partidario de abolir la esclavitud, Prim consideró venderles la isla, ya derrotada la Confederación, aunque para varios autores se inclinaría por una autonomía al modo de Canadá dentro del imperio británico.

                En Puerto Rico también estalló una insurrección independentista, que fue rápidamente derrotada. Se emprendieron entonces reformas con la cooperación de los hacendados locales cafetaleros. En 1870 logró su diputación provincial y su participación en Cortes. Además, se abolió allí la esclavitud en 1873.

                La Constitución de 1869.

                La agitación social era igualmente intensa en la Península. Prim tuvo que calmarla en Algeciras en el mismo mes de septiembre y en octubre el gobierno provisional (presidido por Serrano y con Prim como ministro de la guerra) disolvió las juntas revolucionarias y sus voluntarios, lo que desató intensas protestas en Andalucía.

                Se convocaron elecciones por sufragio universal masculino para enero de 1869 a Cortes constituyentes, no exentas de acusaciones de manipulación a pesar de los pesares, que se convirtieron en una Asamblea con mayoría progresista. Prim se inclinó de antemano por la forma de Estado de monarquía constitucional, con una nueva dinastía, algo que tenía que decidir la Asamblea, lo que terminó de romper el pacto de Ostende. Serrano se convirtió entonces en regente.

                El partido demócrata se había convertido en el republicano democrático federal, del que se desgajaron los cimbrios, por una referencia histórica a aquellos germanos que luchaban encadenados contra los romanos. Aceptaban por conveniencia la monarquía a cambio del desarrollo de los derechos ciudadanos, que comportaría el más firme triunfo del espíritu republicano con los años.

                El 6 de junio de 1869 se promulgó la nueva Constitución, que reconocía la soberanía nacional, la monarquía parlamentaria como forma de Estado y la división de poderes, con una sola cámara parlamentaria. Su declaración de derechos individuales, muy influida por los cimbrios, abrazó el sufragio universal masculino, la libertad de imprenta, el derecho de asociación y de reunión (esencial para el impulso de las agrupaciones obreristas y socialistas) y la libertad de cultos, al modo de la non nata de 1856. Era la Constitución más liberal de la Historia de España hasta la fecha y una de las más avanzadas de Europa.

                La insurrección republicana federal.

                El mantenimiento de las quintas, ante la guerra en Cuba, desagradó a amplios sectores populares. Las condiciones del servicio militar eran particularmente duras, pues bastantes soldados morían no solo por entrar en batalla, sino especialmente por las malas condiciones de servicio y las enfermedades. Para muchas familias, la marcha del mozo las condenaba a una miseria mayor, al faltar su trabajo a unos padres envejecidos. Las familias de las sufridas clases medias llegaban a endeudarse con compañías de crédito para pagar la redención en dinero de un hijo quintado. Con tal dinero, el ejército adquiría los servicios de un sustituto, un recluta pobre. En tal tesitura, mucho preferían servir por dinero en alguna partida guerrillera o en una fuerza paramilitar, como las que se enviaron a Cuba desde Cataluña. Si la carga del servicio militar recaía en los grupos más humildes, los beneficios de la redención fueron a políticos como el general Serrano, con capital y testaferros en las citadas compañías.

                Los republicanos federales de provincias fueron presionados para adoptar una actitud  más dura que la de sus representantes parlamentarios. En mayo de 1869 se firmaron distintos pactos federales para formar desde abajo la república democrática federal: los de Tortosa (el de los antiguos territorios de la Corona de Aragón), Córdoba (el de Andalucía, Extremadura y Murcia),  Valladolid, Santiago de Compostela y Éibar.

                Los incidentes del verano de 1869 culminaron en la fracasada insurrección de septiembre-octubre. Aquellos hechos avanzaron el futuro movimiento cantonalista.                                                                

                La búsqueda de un nuevo rey.

                Encontrarlo fue bastante tortuoso, pues a las disputas políticas internacionales y nacionales se sumaron los temores de aquellos que supusieron que el nuevo rey de España terminaría fusilado, como el emperador Maximiliano de México en 1867.

                Los unionistas apostaban por el duque de Montpensier (cuñado de Isabel II) y los progresistas por el portugués Francisco de Sajonia. El primero fue rechazado por matar en duelo al infante Enrique, el hermano del marido de Isabel II, y el segundo no aceptó la oferta. Prim descartó al hijo de Isabel II, don Alfonso, cuya causa defendía Cánovas del Castillo.

                El canciller prusiano Bismarck alentó la candidatura del príncipe Hohenzollern-Sigmaringen, el Olé, olé, si me eligen de los burlones españoles. Napoleón III temió que se formara un bloque hispano-prusiano que atenazara a Francia y su prensa recordó con exageración la amenaza de tiempos de Carlos V. El emperador francés también movió a que los carlistas españoles protestaran, bajo amenaza de expulsar a su rey y señor. Guillermo I de Prusia  aceptó retirar la candidatura del príncipe, pero los más exaltados (como la emperatriz Eugenia de Montijo) exigieron que se hiciera por escrito. Guillermo I declinó cortésmente en el telegrama de Ems, pero el canciller Bismark lo rehízo desde Berlín en términos más enérgicos, que fueron considerados insultantes por la Francia de Napoleón III, que declaró la guerra a Prusia el 19 de julio de 1870. Aquélla fue vencida contundentemente, cayendo el segundo imperio francés y formándose el segundo imperio alemán en 1871. Prim y el gobierno español intentaron mediar para evitar la guerra. Se adoptó una postura neutral durante el conflicto, que anunció la de la futura Restauración.

                En vista de todo ello, Prim y sus progresistas (como el literato catalán Víctor Balaguer) defendieron la opción de Amadeo de Saboya, el segundo hijo de Víctor Manuel II, el flamante rey de la unificada Italia, vista por aquéllos como un modelo de monarquía liberal, capaz de poner coto a los privilegios eclesiásticos y a las aspiraciones más democráticas republicanas.

                El 16 de noviembre de 1870 se eligió en las Cortes a don Amadeo por 191 votos de 311. Espartero llegó a recibir ocho votos y sesenta la república federal.

                Prim es asesinado.

                En la tarde el 27 de diciembre de 1870, el carruaje de Prim fue tiroteado en la madrileña calle del Turco. El general fue herido y murió el 30 de diciembre. Recientemente, tras el estudio de su momia, se ha observado que las heridas no eran tan graves y que fue estrangulado con posterioridad al atentado.

                El asesinato de Prim es comparable al de JFK. Fue una gran pérdida, posteriormente muy lamentada, que dio pie a un extensísimo sumario en el que no quedan claras las culpabilidades del todo. Se ha imputado a los republicanos federales (según algunos apretarían el gatillo), pero al parecer el atentado fue financiado con dinero del duque de Montpensier y de ciertos hacendados cubanos. Curiosamente aparece una trama cubana en el magnicidio de Prim y en el de JFK. Como el general Serrano impidió al juez instructor ver a Prim antes de morir, las sospechas han recaído sobre él nuevamente.

                Cánovas, al conocer su muerte, anunció el caos político. No se equivocó y los historiadores no dejan de contemplar a Prim como una oportunidad perdida para lograr una España más estable, según los parámetros decimonónicos.

                La introducción del socialismo internacionalista en España.

                Las primeras agrupaciones obreras españolas datan del Trienio Liberal, dándose en el Alcoy de 1821 un movimiento ludita o de destrucción de máquinas. En 1839 fueron reconocidas con fines benéficos, como el de dar sepultura a los compañeros difuntos al modo de las antiguas cofradías. En 1840 apareció en Cataluña la Asociación Mutua de Obreros de la Industria del Algodón. Sus ideas eran las del liberalismo radical, cada vez más demócrata y republicano, aunque en España se iba introduciendo el socialismo utópico, con el que simpatizó vivamente el inventor del submarino Narciso Monturiol. En 1841 Sagrario de Veloy intentaría establecer en Jerez un falansterio o comunidad con bienes comunales, abolición del dinero, reparto de los oficios en franjas horarias para evitar el tedio y la explotación y gestores elegidos.

                En 1864 se fundó en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), que terminaría dividiéndose entre los seguidores de Marx y los anarquistas de Bakunin. Con el triunfo de la Gloriosa, los contactos con España aumentaron. Enviado por Bakunin, el italiano Fanelli ganó un gran predicamento en ciudades como Barcelona.

                En junio de 1870 se celebró allí un Congreso Obrero, que estableció la Federación Regional Española de la AIT, que abrazó distintas tendencias, desde la bakuninista a la de participación política junto a los republicanos federales.

                El temor a la revolución obrera se extendió en Europa a raíz de los sucesos de la Comuna de París y el 28 de mayo de 1871 el gobierno de Sagasta ordenó actuar contra la AIT, que tuvo que actuar clandestinamente.

                Paralelamente, los bakuninistas expulsaron a los marxistas de la Federación Regional Española, que fundaron la Nueva Federación Madrileña en julio de 1871, en la que participaría el tipógrafo Pablo Iglesias. Fue el embrión del PSOE, que sería fundado en 1879.

                El reinado de Amadeo I.

                Con una España azotada por el cólera, Amadeo I desembarcó en Cartagena el 30 de diciembre de 1870, donde tuvo noticia de la muerte de Prim, y el 2 de enero llegó a Madrid. A pesar de comportarse como un rey constitucional durante su breve reinado, fue infamado a nivel popular con rimas tan fáciles como procaces y el satírico nombre de Macarroni I, muy del gusto de los republicanos federales del diario La Flaca. A su esposa María Victoria, la nueva reina, le hicieron el vacío las damas de la aristocracia. Su causa no arraigó entre muchos españoles, que no dejaron de verlo como un extranjero.

                El partido progresista se dividió entonces en dos: el de los constitucionalistas de Sagasta y el de los progresistas radicales de Ruiz Zorrilla, al que se encomendó formar gobierno. El nuevo gabinete se enfrentó a una gran inestabilidad parlamentaria, ante la oposición constitucionalista y republicana, por lo que se encargó a Sagasta de la presidencia, que convocó elecciones para abril de 1872, en las que los constitucionales lograron mayoría en las Cortes. Cuando todo parecía encauzado, se denunció la falta de dos millones de reales en la caja de Ultramar. Sagasta fue acusado de haberlos empleado irregularmente en las pasadas elecciones y tuvo que dimitir. Sin embargo, con su gesto ocultaba el destino verdadero de aquel dinero: los gastos privados del rey.

                Se tuvo que encargar de la presidencia al general Serrano, que se enfrentó a un nuevo alzamiento carlista en el País Vasco, Navarra y Cataluña, el inicio de la tercera guerra carlista. Los vasco-navarros fueron derrotados inicialmente y Serrano ofreció un indulto, pero también propuso la suspensión de las garantías constitucionales, a lo que se opuso Amadeo I.

                Los progresistas radicales volvieron al gobierno, con el consabido descontento de constitucionalistas y republicanos. Los reyes lograron salvarse de un atentado republicano, mientras en El Ferrol los marinos se levantaron, sin éxito, a favor de la república.

                La gota que colmó el vaso fue la promoción del artillero Hidalgo, de ideas radicales, a altos mandos militares. Los oficiales de artillería protestaron airadamente y Ruiz Zorrilla disolvió su arma. Amadeo I firmó el decreto de disolución, pero el 10 de febrero de 1873 abdicó harto, exponiendo sus motivos a la Asamblea nacional al día siguiente. Marchó a Italia por Portugal

                La proclamación de la I República.

                A pesar de los intentos de Ruiz Zorrilla de evitar su marcha, los republicanos y parte de los radicales proclamaron aquel mismo día la República en la Asamblea, que se declaró constituyente. Tendría que decidir si la nueva República sería unitaria, al modo del Estado español hasta entonces, o federal, como Suiza o los Estados Unidos. El republicano federalista tarraconense Estanislao Figueras, prestigioso abogado, fue su primer presidente.

                La presidencia de Estanislao Figueras.

                Gobernó con enormes problemas Figueras desde febrero a inicios de junio de 1873. Se levantaron juntas revolucionarias en Andalucía y estuvo a punto de proclamarse un Estado Catalán, dentro de una República Federal Española todavía a concretar, en Barcelona. Para evitar la proclamación, se condescendió con los federalistas catalanes disolviendo el ejército regular en el Principado, que sería defendido de los carlistas con fuerzas voluntarias.

                En las elecciones de mayo de 1873 a Cortes constituyentes solo tomaron parte los republicanos federales, retrayéndose el resto de fuerzas políticas. La cámara se dividió entre intransigentes que querían levantar la nueva República desde abajo (desde los municipios y los Estados regionales o cantones), centristas que pedían primero contar con una nueva Constitución y moderados partidarios de un entendimiento con otras fuerzas liberales, como los radicales.

                Figueras, depresivo por la muerte de su esposa, conoció la conjura de los generales intransigentes Contreras y  Pierrad y el 10 de junio de 1873 escapó a Francia. Su hartazgo era muy profundo y ostensible.

                La presidencia de Pi y Margall.

                El centrista Francisco Pi y Margall, que hubiera deseado la continuidad de Figueras, solo pudo estar al frente del gobierno treinta y siete días (¡).

                Sus intenciones eran hacer frente a los carlistas y elaborar una nueva Constitución. El proyecto constitucional del 17 de julio de 1873, que no gustó a casi nadie, separaba con claridad la Iglesia del Estado y establecía la organización federal de España en Estados como Valencia. El gobierno de la Federación velaría por los intereses comunes.

                La rebelión cantonalista.

                El 9 de julio se alzaron los obreros del fabril Alcoy (la revolución del petróleo), influidos por el socialismo libertario o anarquista. En este ambiente de protesta, los cantonalistas se rebelaron el 12 de julio en Cartagena, donde se proclamó el cantón de Murcia. El movimiento se extendió por tierras de Andalucía y Valencia.

                Arsenal de la armada, las dotaciones navales de Cartagena sirvieron a la causa cantonalista, bombardeando ciudades como Alicante e imponiendo contribuciones. El general Contreras se puso al frente del movimiento de Cartagena. El cantonalismo no era separatista, sino confederal y algunos de sus seguidores obreros eran internacionalistas.

                La reacción de los republicanos moderados.

                Un desbordado Pi y Margall dimitió y se confió la presidencia a Nicolás Salmerón, que recurrió a generales monárquicos como Martínez Campos y radicales como Pavía para enfrentarse con los cantonalistas, vencidos en Chinchilla. Declaró piratas a las naves cantonales, que podían ser atacadas por las de otros países como Gran Bretaña, Francia o Alemania.

                Salmerón se negó a firmar unas condenas a muerte de militares acusados de secundar a los cantonalistas y por motivos de conciencia presentó su dimisión el 7 de septiembre de 1873.

                Hasta el 2 de enero de 1874 gobernó con plenos poderes de las Cortes Emilio Castelar, que gobernó mediante decretos. Partidario de un republicanismo conservador y unitario, tendió puentes con otras fuerzas políticas y restableció el arma de artillería. Su habilidad oratoria evitó una guerra con los Estados Unidos por el incidente del mercante Virginius en Cuba.

                La fortaleza de los carlistas.

                Aprovechando los problemas de los republicanos, los carlistas habían ganado partidarios entre las fuerzas conservadoras y habían fortalecido su posición en el Norte. Carlos VII entró triunfante en España y el 3 de julio de 1875 llegaría a jurar los fueros de Vizcaya en Guernica. Se estableció su corte en Estella y una universidad real en Oñate, formando un verdadero Estado carlista. Sus fuerzas lograrían resonantes victorias. Del 13 al 15 de julio de 1874 tomarían Cuenca y someterían a Requena y a sus caseríos a una angustiosa amenaza.

                La República autoritaria, el canto del cisne del Sexenio.

                Castelar no contaba con el apoyo de bastantes republicanos federales y daba por perdida una moción de confianza en las Cortes, que se inclinarían por el retorno de Pi y Margall en su reapertura del 3 de enero de 1874. Para evitarlo, el general Pavía (capitán general de Castilla la Nueva) ordenó a sus tropas entrar en sede parlamentaria, expulsando por la fuerza a los diputados.

                Los sublevados nombraron entonces un gobierno republicano provisional, que ha sido comparado con el de los inicios autoritarios de la III República francesa. Serrano lo presidió y Sagasta se sentó en su gabinete. El giro conservador era más que evidente.

                El 12 de enero se rindió Cartagena y el 2 de mayo se obligó a levantar el sitio de Bilbao a los carlistas, que el 27 de junio ganaron la batalla de Abárzuza, con graves pérdidas de sus contrarios. El agotamiento de la I República era claro a nivel militar, político y social, mientras los partidarios de don Alfonso de Borbón cada vez ganaban más fuerza.

                Para saber más.

                María Victoria López-Cordón, La revolución de 1868 y la I República, Madrid, 1976.

                Antonio Pérez Crespo, El Cantón Murciano, Murcia, 1990.

                Josep Termes, Historia del anarquismo en España (1870-1980), Barcelona, 2011.