EL SALADO, LA BATALLA QUE DECANTÓ LA HEGEMONÍA DEL ESTRECHO.

22.02.2018 15:50

                Los castellanos medievales, del Norte del Duero a las Canarias.

                Castilla y el sultanato benimerín disputaban por el Estrecho, y en 1327 el joven de quince años Alfonso XI puso fin a su minoría de edad lanzando una ofensiva contra el emirato de Granada, que al verse presionada volvió a pedir la ayuda de los benimerines. La asistencia no fue gratuita, y aquéllos volvieron a conseguir de los nazaríes en la Península plazas como Algeciras y Ronda, además de Marbella, en 1329. Tales posiciones reafirmaban su dominio sobre Ceuta, en vísperas del reinado del belicoso sultán Abu-l-Hasan (1331-51), que aumentó sus dominios en el África del Norte.

                Los castellanos unieron sus fuerzas a las de los aragoneses, cuyo rey Alfonso IV era cuñado de Alfonso XI. Con razón temía que la fuerza combinada de los benimerines y de los granadinos saltara el valladar del reino castellano de Murcia y se dirigiera contra el de Valencia, habitado en varias de sus comarcas por comunidades mudéjares, además de atacarlo por mar. Las campañas cristianas no fueron según lo esperado, y en febrero de 1331 Castilla firmó sin Aragón una tregua con Granada.

                Los granadinos lanzaron incursiones contra el Mediodía valenciano y los benimerines conquistaron Gibraltar en 1332. La reacción cristiana más vigorosa tendría lugar más tarde, cuando en el verano de 1339 la flota castellana y aragonesa bloqueara el Estrecho. Paralelamente, Alfonso XI irrumpió en territorio granadino, en tierras de Ronda. Los benimerines no se dejaron arrinconar. Coaligaron sus naves con las de los genoveses (grandes enemigos de los aragoneses) para derrotar a la flota mandada por Jofre Tenorio en abril de 1340.

                La derrota naval cristiana fue aprovechada por Abu-l-Hasan para sitiar Tarifa, la que fuera ganada con tanto esfuerzo bajo Sancho IV y defendida con no menos por Guzmán el Bueno. El peligro para Castilla era notorio, por lo que Alfonso XI acercó posiciones con Alfonso IV de Portugal más allá de enfrentamientos políticos. El monarca portugués sabía que una afirmación del poder benimerín en el Estrecho amenazaría el Algarbe. Se puso en campaña y se dirigió hacia Badajoz.

                Alfonso XI también contó con la asistencia aragonesa, tan valiosa en los mares. En Sevilla, gran plaza de armas, pudo contar en un nutrido alarde hasta 8.000 caballeros y 12.000 infantes, según algunas fuentes. Yusuf I de Granada había sumado sus fuerzas a las de Abu-l-Hasan.

                Los cristianos (reforzados por los portugueses) desplazaron más naves hacia el Estrecho, a la par que los sitiados de Tarifa oponían una seria resistencia, realizando salidas arriesgadas contra las líneas de asedio, dotadas con ingenios poliorcéticos. Abu-l-Hasan temió verse atrapado entre sus enemigos con la llegada del ejército comandado por los reyes de Castilla y Portugal. Optó por abandonar la pesada impedimenta en el campo de sitio y por desplazarse a siete kilómetros y medio de Tarifa, al área de la Peña del Ciervo. El 29 de octubre de 1340 los cristianos lo supieron.

                Abu-l-Hasan y Yusuf I iban a presentar batalla desde posiciones cercanas, pero separadas. En el consejo de guerra que tuvieron los cristianos se decidió que Alfonso XI cargara contra los benimerines y Alfonso IV con refuerzo de contingentes castellanos contra los granadinos. Se destacó a parte de aquellas tropas a reforzar las de los defensores de Tarifa, que junto a los contingentes de la flota podrían pasar a la ofensiva en forma de tenaza.

                Frente al grueso de las formaciones musulmanas, el ejército cristiano dispuso en su vanguardia a nobles levantiscos como el señor de Vizcaya Juan Núñez de Lara, en el centro a las huestes de la Iglesia y de los concejos castellanos, y defendiendo la retaguardia las de Córdoba. A su derecha se dispusieron las fuerzas encomendadas a don Alvar Pérez de Guzmán, y Alfonso IV de Portugal a su izquierda. Desde Tarifa, las otras fuerzas cristianas atacarían el real o campamento benimerín.

                La vanguardia cristiana cruzó el río Salado con fuerza. En lugar de limitarse a establecer una cabeza de puente, se lanzó contra el atractivo real de Abu-l-Hasan, donde tenía su harem. Los llegados de Tarifa se sumaron al ataque y al saqueo, que deparaba un rico botín. Ibn Jaldún sostuvo que las mujeres del harem opusieron una brava resistencia, a diferencia de sus custodios.

                Semejante movimiento dejó a Alfonso XI sin importantes fuerzas ante el grueso de las de Abu-l-Hasan en el llano. Los musulmanes lanzaron una lluvia de flechas contra la acometida de los cristianos. El arzobispo de Toledo tuvo que refrenar la montura de Alfonso XI para que no corriera más peligro. Al final, la caballería cristiana se impuso a la de los benimerines. Yusuf I también fue vencido por Alfonso IV de Portugal.

                La victoria había sido notable. Alfonso XI quiso aprovecharla y ordenó los preparativos para conquistar la ambicionada Algeciras a partir de 1341. El asedio fue largo. Participaron en la empresa naves aragonesas y genovesas, además de caballeros de Navarra, Francia, Inglaterra y el Sacro Imperio. El coste económico fue notable, por lo que se tuvo que pedir la asistencia económica de la Santa Sede y cobrar en Castilla el impuesto de la alcabala. Benimerines y granadinos trataron de socorrer la plaza, pero resultaron vencidos en la batalla de las marismas del río Palmones, en diciembre de 1343. En marzo de 1344 capituló Algeciras. Alfonso XI no se detuvo y en 1350 moriría de resultas de la peste en el asedio de Gibraltar. En la segunda mitad del siglo XIV los benimerines entrarían en declive y la posición castellana en el Estrecho se consolidó.

                Víctor Manuel Galán Tendero.