EL REVOLUCIONARIO ARCABUZ LLEGA A JAPÓN. Por Mijail Vernadsky.

12.11.2015 06:35

                Los europeos, particularmente los portugueses, dieron a conocer en 1543 a los japoneses la mortífera arma de fuego que se encendía a través de una mecha, el arcabuz.

                En un Japón en guerra entre los grandes linajes proliferó su fabricación hacia 1553. La maestría de sus artesanos en la metalurgia y en la confección de espadas, vendidas por miles a China, ayudó a mejorar el diseño inicial del arma.

                

                Dispusieron un resorte principal helicoidal y ajustaron mejor el gatillo. El calibre del arma aumentó para hacer mella en las armaduras de los enemigos. Elaboraron estuches impermeables para la munición y protegieron con una cajita la mecha para que el arcabuz pudiera ser disparado bajo la lluvia. Estos arcabuces fueron reaprovechados como rifles de percusión en 1850 y como rifles de cerrojo en 1904.

                Tampoco descuidaron la formación de arcabuceros para disparar con mayor potencia en serie. En 1560 el arcabuz se empleó decididamente en una batalla de grandes dimensiones. Gracias a sus armas de fuego, los campesinos movilizados fueron capaces de derribar a los prestigiosos samuráis, lo que no les gustó nada. A finales del siglo XVI la dotación de los ejércitos japoneses con cada vez más armas de este tipo modificó sensiblemente la táctica de las batallas, cada vez más similares a un combate de posiciones que de movimientos.

                    

                En 1587 el shogun Hideyoshi, temeroso de la subversión social, mandó requisar todas las armas de los campesinos y otros grupos no aristocráticos bajo el pretexto de construir una gran estatua de Buda. A partir de 1607 la autoridad del shogun centralizó la fabricación de armas, lo que condujo a la reducción progresiva de las de fuego. En 1673 se emplearon por última vez, antes del siglo XIX, en una rebelión en el Japón.