EL PROYECTO DE EJÉRCITO DE PEDRO IV. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

09.09.2019 16:33

               

                La historiografía más reciente reivindica el protagonismo de la infantería en los campos de batalla de la Europa Occidental de la Edad Media, en la que los caballeros parecían reinar sin discusión alguna. A pesar de los pesares, nadie pone en duda la relevancia social y la fuerza militar de la caballería de los siglos X al XIII, pero desde finales del Doscientos topó con dificultades cada vez mayores a la hora de enfrentarse con formaciones compactas de infantes. Suizos, italianos, flamencos, ingleses, portugueses y alemanes fueron demostrando las bondades de las unidades de infantería frente a caballerías tan prestigiosas como la francesa. De sabios era tomar buena nota de lo ocurrido y los franceses emprendieron las oportunas reformas. En la Corona de Aragón, donde los ágiles almogávares habían ganado justa fama de temibles, tales novedades no pasaron desapercibidas y Pedro IV (pasada la guerra con Pedro I de Castilla) propuso un verdadero programa de remodelación militar de sus fuerzas.

                Ser un admirador del caballero San Jorge y de su prestigioso antecesor Jaime I nunca le impidió ver la realidad de las cosas. Gran aficionado a la historia, como lector y autor, consideró la experiencia la maestra de todo, que enseñaba que ni él ni los suyos deberían proceder como sus predecesores en los hechos de armas.

                Los que combatían a caballo ahora eren vencidos por los que luchaban a pie, ganando reinos. Al contemplar lo sucedido entre los vecinos, consideraba provechoso a la cosa pública del Principado y de sus otros reinos ordenar sus fuerzas de otra manera.

                Se estableció que todo el que tuviera su domicilio en el realengo con bienes de 6.000 a 12.000 sueldos debía tener lanza, espada, puñal, bacinete y pavesa, el escudo que cubría gran parte del cuerpo. También podía disponer de coraza, arco de cuarenta flechas o ballesta de setenta pasadores.

                Los que contaran de 12.000 a 24.000 sueldos dispondrían de dos arneses, uno de los mismos podía destinarlo a uno con menos de 6.000 sueldos con supervisión de las autoridades.

                Todo hombre o mujer con fortuna de hasta 25.000 sueldos tendría un equipo completo con bacinete que cubriera la cara y el cuerpo, con daga y hacha. Los que llegaran hasta 80.000 dispondrían dos veces de lo ya exigido y de tres si se excediera tal suma. La vinculación entre niveles de fortuna y exigencia de equipo militar, al modo clásico, era rotunda.

                Los vegueres o los bailes locales, con la ayuda de las autoridades municipales, evaluarían la riqueza con rigor, con el valioso detalle de interpretar los 30.000 sueldos de bienes inmuebles como 20.000 de muebles. Se prestaría la debida atención a los albergues y posesiones poco provechosas a efectos contables.

                Todos los particulares guardarían las armas en casa y pasarían revista el primer domingo de mayo y el de octubre. Responderían por la falta del equipamiento adecuado y las autoridades nunca podrían embargar las armas por delitos.

                La ordenanza militar, con sus capítulos, debía ser hecha pública en los distintos lugares, sin que nadie pudiera alegar ignorancia. Aunque las fuerzas aragonesas no siempre cumplieron tales designios, sus milicias municipales fueron acomodándose al designio de Pedro IV con el tiempo.

                Fuentes.

                Archivo de la Corona de Aragón, Real Cancillería, 1323.