EL PODER ARGELINO FRENTE AL ESPAÑOL EN EL SIGLO XVII. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

10.12.2020 15:51

               

                El poder español libró porfiadas guerras contra el francés o el inglés en tiempos de los Austrias, por no hablar de la guerra de los Ochenta Años contra las Provincias Unidas. En el Mediterráneo no fueron menores las batallas contra los turcos otomanos y sus dependientes de Argel. Los argelinos sostuvieron con los españoles una cruenta lucha corsaria que se extendió del siglo XVI al XVIII.

                Argel acataba en teoría la autoridad del sultán de Constantinopla, pero en realidad siguió una política muy autónoma, a veces casi independiente. Los pachás otomanos se las tuvieron que ver con los grupos de presión de sus dignatarios y de sus armadores, por no hablar de los oficiales del ejército otomano. Entre los siglos XVI y XVII, Argel vivió una segunda edad de oro del corso, en palabras del maestro Braudel, beneficiándose de la afluencia de gentes y técnicas navales procedentes del competitivo mundo Atlántico.

                No es nada extraño que entonces creará más problemas a los comprometidos españoles, que consideraron en 1601 su conquista como un bien universal para todos los reinos de su Monarquía. La jornada de Argel, en la que Felipe III se presentó como un solícito padre de todos sus súbditos, avanzó mucho del espíritu y de la realidad de la futura Unión de Armas. El brazo real del castigado reino de Valencia ofreció contribuir con un servicio de 100.000 ducados y un préstamo de 80.000 libras a cambio de gestionar su capital su propia aduana, algo que fue desestimado, y conceder 4.000 licencias anuales sobre el comercio de trigo siciliano.

                Se decomisaron naves en Sevilla, se reunieron las escuadras de Nápoles y Sicilia, se dispuso de fuerzas acantonadas en Italia y se formaron nuevas compañías militares. Acudió la armada genovesa a Cádiz, desde donde partió toda la fuerza al mando del duque de Tursi el 3 de septiembre de 1602. Recaló en Cartagena y en Mallorca, allegando nuevas fuerzas, pero las noticias del apercibimiento de Argel y Bujía en medio del otoño hicieron desistir de proseguir la expedición, contemplada por más de uno como la gran oportunidad perdida por la España de los Austrias en el Mediterráneo occidental. Contaron, ciertamente, los españoles con la alianza de poderes musulmanes como el llamado rey de Cuco, pero pesó el recuerdo de lo acontecido a Carlos V en 1541, mientras las enfermedades se extendían entre los expedicionarios.

                Nada se avanzó y Argel se mantuvo firme, aguantando el ataque inglés de 1620 y el de 1621 con brulotes. De hecho, en colaboración con la república de Salé (en la que los moriscos españoles fueron determinantes) los argelinos se lanzaron a una serie de incursiones en el Atlántico. Contaron con las habilidades del converso Jan Janszoon, Murad Rais el Joven, como almirante. En 1624 atacaron a los pescadores cristianos en las costas de Terranova y la islandesa Reykyavik en 1627.

                Aquel último año, unos cautivos de origen flamenco y griego que lograron escapar hasta Alicante informaron que muchas más naves no zarpaban del puerto de Argel por la falta de gente causada por las guerras de tierra adentro contra otros pueblos musulmanes. Dijeron que entonces un cautivo siciliano intentó un alzamiento para hacerse con la alcazaba de Argel, sin éxito.

                La tranquilidad, de existir, duró poco para los españoles y en 1628 el virrey de Mallorca advirtió que una armada argelina de setenta bajeles se uniría con las fuerzas navales tunecinas para lanzarse contra el Orán español, con la ayuda del rey de Fez. A la par, las saetías argelinas castigaban a los pescadores peninsulares.

                Orán no fue asaltado, pero sí la irlandesa Baltimore en 1631 y Calpe en 1637, lo que causó una honda impresión en el reino de Valencia. Las fuerzas argelinas se mantenían en forma, con independencia de las disputas políticas internas de la regencia otomana. Con una Monarquía hispánica muy comprometida por la guerra de los Treinta Años y las insurrecciones de Cataluña y Portugal, Argel mantuvo su desafío. Ante un aviso de peligro de Denia y otras localidades aledañas, el virrey de Valencia dio la voz de alerta en 1642. Catorce navíos y cuatro galeras, a las que se sumarían ocho de Túnez y de Bizerta, podían conquistar un punto en el territorio valenciano. La falta de caballería de cualidad era dramática ante las necesidades del frente catalán.

                Los argelinos, con frecuencia, acostumbraban a apostar sus saetías en islotes como los cercanos a Ibiza, a la espera de sus presas. En 1655 contaron con tres con una dotación de quinientos turcos de guerra, bien provistos de municiones y escalas, proponiéndose mayores fines según un cautivo napolitano fugado. Eran los prolegómenos de la acción de una flota de cuarenta navíos, veinte fragatas y siete galeotas que atacaría las marinas valencianas, proponiéndose la conquista de Benicarló con el asesoramiento de un renegado genovés. En este ambiente de preparativos bélicos constantes, los comandantes militares se hicieron con el poder en Argel en 1659.

                Los españoles acostumbraron a movilizar a sus fuerzas terrestres de protección costera, extremando la custodia de las torres del litoral y doblando sus guardias. En 1683 las galeras de Cartagena tuvieron que atender a la amenaza argelina, que demostró que el frente mediterráneo mantuvo sus espadas en alto muchísimo después de la resonante batalla de Lepanto.

                Fuentes.

                ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.

                Consejo de Aragón, legajos 0556 (029), 0559 (005), 0567 (002) y 0587 (025) y 1357 (028).