EL NACIONAL-CATOLICISMO (1938-53). Por Gabriel Peris Fernández.

27.10.2019 15:30

                La Guerra Civil española tuvo, entre otras cuestiones, un fuerte componente religioso. Las disputas sobre la preeminencia y el protagonismo de la Iglesia católica y de los católicos se habían intensificado a lo largo de los años de la II República, algo que alcanzó su punto culminante durante la guerra. Se ha estimado que fueron ejecutados durante la misma 4.184 sacerdotes seculares, 2.365 regulares y 283 monjas.  Padecieron destrucción 7.000 templos y se saquearon hasta 10.000.

                La mayoría de los prelados españoles apoyaron públicamente a las fuerzas de Franco. El cardenal primado Gomá firmó una carta favorable al levantamiento militar, caracterizado finalmente de Cruzada. El 20 de mayo de 1939 aquél invistió a Franco como caudillo en la matritense iglesia de Santa Bárbara. El apoyo eclesiástico al franquismo todavía se hizo más evidente con el acceso al pontificado de Pío XII. Numerosos monumentos a los Caídos por Dios y por España se erigieron en nuestra geografía.

                Muchos sacerdotes colaboraron activamente en la represión. En 1938 el cardenal Gomá anunció su deseo de colaborar en la regeneración de los presos republicanos. El estudio de la religión ayudaba a conseguir la libertad condicional. Los condenados a muerte padecieron distintas presiones para convertirse in extremis. Obispos diocesanos y gobernadores civiles colaboraron al respecto estrechamente.

                El catolicismo se entendió durante la Postguerra como uno de los elementos medulares de la nación española, cuya Historia era la de las glorias de la Iglesia medieval y tridentina. Se combatía así la idea de la España que había dejado de ser católica, de Manuel Azaña, que insistía en el avance social de la secularización. Con rotundidad, en el artículo VI del Fuero de los Españoles se sostenía: “La profesión y práctica de la religión católica, que es la del Estado español, gozará de la protección oficial. Nadie será molestado por sus creencias religiosas ni en el ejercicio privado de su culto. No se permitirán otras ceremonias ni manifestaciones externas que las de la religión católica.”

                En verdad, la tolerancia legal y social hacia otras confesiones desapareció, lo que desató las iras del presidente Truman, que se negó por ello a asistir económicamente a España en secreto. La vida pública y privada quedó impregnada del nacional-catolicismo, expresión que se generalizó en los años sesenta, pero elocuente del primer franquismo. Se promovieron los seminarios y a la Acción Católica. Las procesiones de Semana Santa y otras ceremonias se hicieron bien visibles, una vez más, en calles y plazas. Los entierros adquirieron una nueva solemnidad. Se controlaba la asistencia a la misa dominical. La ley del divorcio fue abolida, provocando más de un caso de bigamia, y el matrimonio canónico vuelto a entronizar. La intimidad familiar volvió a ser escrutada por los clérigos, que ejercieron como censores de películas, obras teatrales y otras creaciones culturales. Se suprimieron los Carnavales. Los certificados de buena conducta del párroco se convirtieron en necesarios para muchos trámites y requerimientos.

                En materia económica disfrutó la Iglesia de exenciones, como la de impuestos locales a instituciones religiosas, y financiación a modo de indemnización por las pérdidas de la Guerra y de retribución eclesiástica acorde con el coste de la vida. A los privilegios económicos se sumaron los judiciales, con juicios casi secretos y privación de libertad en locales especiales.

                Con la vista puesta en el mantenimiento y hegemonía de los valores del nacional-catolicismo, la educación pública fue en gran parte confiada a la Iglesia, recuperando la religión la condición de asignatura. En 1949-50 existían 938 centros privados de secundaria, regentados mayoritariamente por la Iglesia, frente a 119 oficiales y 132.697 alumnos de los primeros frente a 36.206 de los segundos.

                La Iglesia tuvo una gran relevancia pública en el régimen franquista, asociándose al mismo de forma íntima. Tuvieron asiento en Cortes y otras instituciones del régimen los eclesiásticos como tales. Su presencia en las Fuerzas Armadas fue bien visible, con las misas de campaña y los capellanes castrenses.

                La Iglesia fue mucho más allá en España que con la Democracia Cristiana en Italia. Los acuerdos con Estados Unidos fueron precedidos por el Concordato con el Vaticano de 1953, uno de los grandes aliados de Washington en Europa. No en vano, los católicos estadounidenses abogaron por el anticomunista régimen de Franco.

                El propio Franco se convirtió en un remedo de rey autoritario del Antiguo Régimen, con derecho de patronato sobre la elección de prelados, pero la Iglesia gozó de una preeminencia que no se había visto en España desde antes de la Desamortización de Mendizábal.

                Bibliografía.

                Botti, Alfonso, Cielo y dinero. El nacionalcatolicismo en España (1881-1975), Madrid, 1992.

                Martín Gaite, Carmen, Usos amorosos de la postguerra española, Barcelona, 1990.

                Sopeña, Andrés, El florido pensil. Memoria de la escuela nacionalcatólica, Barcelona, 1994.