EL JUNCO DEL JÚCAR, FORTALENY EN LOS SIGLOS MODERNOS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

30.08.2014 19:05

 

                EL lugar de Fortaleny formó parte junto a otros de la villa y honor de Corbera, que en el siglo XVIII funcionó como el ayuntamiento de todo este territorio, dentro de la gobernación borbónica de Alcira. Aquella fue la centuria en la que eclosionó con gran fuerza el cultivo del arroz, aprovechando cumplidamente la riqueza de sus campos regados por el Júcar. En esta zona de la Ribera Baja las parcelas de arroz no sólo proporcionaron riqueza, sino también enfermedades a sus naturales, diezmados por las fiebres, necesitándose la afluencia de familias forasteras para mantener la población. El erudito geógrafo Cavanilles descartó la prohibición del cultivo del arroz al inclinarse por los beneficios que rendía al erario real. En caso de no plantarse los humedales continuarían siendo insalubres.

                Evidentemente no se trataba de una tierra fácil de explotar, y había cambiado de señor en varios ocasiones desde su conquista a los musulmanes. Todo el honor, entonces conocido como baronía, pasó en 1418 al rey Alfonso el Magnánimo, que animó la llegada de mudéjares en Beniboquer, Benihomer y Llaurí, enajenados a Jaime de Romaní en 1437. A finales del siglo XV ejerció el señorío en nombre de su hijo menor de edad doña María Enríquez de Luna, duquesa de Gandía.

                De 1494 tenemos noticia de la existencia de un horno en Fortaleny, que sirvió para contraer un censo o deuda. Lugar de cristianos, sus vecinos Juan y Antonio Curza redimieron en 1500 su deuda con la universidad de Corbera, desde la que se ejercía la administración del territorio. En ese mismo año se fundó un beneficio eclesiástico en Fortaleny bajo la advocación de San Antonio y Santa Lucía. La localidad ganó fuerza, y en 1519 sus representantes dieron el visto bueno a un nuevo censo junto al procurador de la baronía.

                La consolidación humana e institucional del siglo XVI chocó con el problema del endeudamiento, que se agravó fuertemente hacia 1612-15 tras la expulsión de los moriscos, importantes en puntos vecinos. La hacienda de los duques de Gandía padeció con tal expatriación, y en 1627 el Consejo de Aragón trató con detenimiento la incorporación al realengo de toda la villa y honor de Corbera.

                La carencia de fondos llevó a sus naturales a reclamar infructuosamente en 1632 el cobro de los impuestos del rey. En vano reclamaron pagos del tercio diezmo, moratorias e indultos de pago ante las levas de tropas, las inundaciones del bravo Júcar o las malas cosechas a lo largo de un amargo siglo XVII, enfrentándose con la pretensión de Cullera de abrir una nueva acequia en 1650-51. Durante la guerra de Sucesión los soldados suizos de Felipe V se enfrentaron contra las partidas de miquelets austracistas entre Sueca y Cullera.

                Semejante cúmulo de dificultades no significó la muerte del lugar de Fortaleny, y fue emergiendo una comunidad bien organizada en el siglo XVIII, en la que descollaron linajes como los Tuvia que habían ejercido labores de responsabilidad pública y practicado la piedad religiosa. Pese a integrarse en el ayuntamiento de la villa y honor, como ya hemos insistido, Fortaleny dispuso de su propia ordenación en primera instancia, dotada con bienes de pago propios, que sirvieron para sufragar las festividades del Corpus Christi, de Nuestra Señora del Rosario y de los Santos de la Piedra, escogiendo el cura del lugar al clavario que tenía que pagar sus derechos sacerdotales, la misa con diácono, el sermón, los fuegos, la cera y la comida.

                Los poderosos del lugar sufragaron las celebraciones de las Rosas del primer domingo de mayo y de San Antonio de Padua, mientras el mismo rey tuvo la gracia de hacerlo con las del acatado San Antonio Abad. Junto a los arrozales creció un pueblo capaz de llegar a la actualidad con gran dignidad.

                Dedicado a los buenos amigos Natalia, Javi, Laura y Lidia, de la mejor cosecha de Fortaleny.